En la vida vamos caminando por diferentes etapas, algunas son como un paseo en
un valle soleado, otras son montañas empinadas que hay que subir con gran esfuerzo,
en cualquiera de los dos casos, lo único que ayuda en el trayecto es aceptar, que a
veces no se podrá cambiar nada del externo y aun así podemos seguir adelante.
La aceptación va más a colaborar con lo inevitable y salir bien librado de la
experiencia, sin pasar más del tiempo necesario para dar el salto a lo que sigue, la vida
se trata de aprovechar cada experiencia para crecer.
Habría que hablar que aceptación no es resignación, cuando escucho esa palabra
siento desamparo, presiento que tendré que sufrir porque voy a esperar que la situación
cambie y si no sucede, perpetuare el dolor. Cuando acepto, fluyo en la situación
haciendo mi mejor parte y es aquí, donde radica la diferencia.
Cuando entras en el proceso de lo que no puedes cambiar, asumes que tal vez en
algo evolucionara tu vida o dejará de ser igual, pero eso no significa que va ser peor,
sólo diferente.
En mi experiencia, mientras más vives en el presente más claro lo ves y puedes
actuar de manera mucho más efectiva.
La aceptación me conecta con mis valores, creencias, dudas, miedos, limitaciones,
pero también me obliga a buscar nuevas formas que me lleven a crecer de mejor manera.
Para poder disfrutar de una vida plena, es vital que nos aceptemos y admitamos
nuestras circunstancias de vida, frustraciones, logros, fracasos, ganancias y pérdidas,
que nos podamos concebir como un ser humano finito y limitado, y a la vez, único,
irremplazable, con todo el derecho de ser feliz, fluyendo con la vida.
La clave es confiar en que todo estará bien.
BRILLA SIEMPRE
MEG
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