NO HAY QUE TRIUNFAR A CUALQUIER PRECIO

13644808466?profile=RESIZE_400xEn un mundo, en el que la maldad, de abrazarte a ella, te llevará a triunfar en lo que te propongas siempre y cuando, debes tenerlo presente, accedas a renunciar a ciertos principios, valores e incluso a tu dignidad y honor personal. No obstante, a quién le importa si el triunfo está garantizado. No todo el mundo es consciente de que tiene valores, conciencia e incluso un alma que, aunque silenciosa, está presente en cada uno de los fotogramas de nuestra vida humana. Por ello, depende de qué tipo de triunfo hablemos. Sin embargo, no es menos cierto que la falta de escrúpulos, de conciencia, así como de empatía te puede catapultar a la cima del éxito pasando por encima, incluso si ello es necesario, de los cadáveres (figurados, se supone) de tus semejantes.

Karma.

¿Qué es eso?

Al parecer, es un invento para mantenernos atados al miedo que produce pensar que alguien, de jerarquía siempre superior, nos pueda arrebatar algo que nos sea precioso o infligirnos algún castigo de insoportable asunción.

El miedo es más poderoso que el amor. Debe serlo a juzgar por los comportamientos de la gente. La ‘autoridad’ es siempre temida, jamás respetada cuando se alcanza a base de someter al otro.  Lo más curioso de todo, es que cada uno de nosotros lleva una ‘autoridad’ en su interior a la que suele rendir pleitesía sin que nadie se lo pida. ¿Quieres ejemplos? ¿Recuerdas cuando te callaste una opinión por temor a que alguien te tache de ‘facha’ o para no molestar o para que no te echen del club de redil (CdR) de turno, ya sea este una vecina, la oficina o el grupo de lectura…? Toda vez que silenciamos nuestra voz, estamos rindiendo pleitesía a la autoridad, esa a la cual hemos erigido un altar en nuestro interior.

La cuestión es auto censurarse.

O, lo que es lo mismo, amargarse.

La gente suele rendirse antes incluso de haberse puesto a luchar.

Porque, seamos sinceros, ¿para qué luchar?

Nada depende de nosotros.

¿Nada?

Nada, nada, no…

Casi nada. Escoge el tema que quieras… Como mucho una o dos variables están en tus manos… Y, aunque lo estén más, ¿de qué sirve, si siempre hay alguien poderoso que mueve unos hilos, los cuales, tú ni siquiera puedes influenciar?

Quieren empezar una guerra, la empiezan.

Quieran diezmar a la población, la diezman con mil y una kakunas o pestes modernas.

Quieren empobrecer a la población, estimulan la inflación.

Si la vida aquí en la Tierra es tan mala, terrible, falta de sentido, en ese caso, ¿a qué venimos?

A devolverle, a la vida, la esperanza que perdió hace mucho tiempo.

Sin esperanza, sin la creencia de que nuestras vidas tienen sentido, el amanecer nos encontraría tendidos en la playa del desencanto y la desesperación.

Sin esperanza, la melancolía tejería una tela de araña que nos asfixiaría el corazón.

El karma no siempre es malo, también es retributivo en lo positivo o ‘ganancias’. En nuestra cuenta de alma se van depositando tanto las ‘facturas’ o ‘gastos’ como los ‘ingresos’. Mientras que hay almas que sólo reflejan ‘gastos’ y llevan existencias en ‘números rojos’ (puede que esta sea la causa del porqué de la dureza de sus vidas), hay otras, que debieron almacenar una gran ‘fortuna’ a juzgar por la suavidad con la que discurre su actual destino humano.

¿Son las afortunadas?

Puede.

En ese caso, ¿cómo explicamos que sea la maldad la que triunfa versus el fracaso o, no adhesión mayoritaria a la bondad?

Pactar con el diablo, por así decirlo, reporta beneficios cuasi inmediatos y jugosos. La maldad es atractiva porque seduce apelando a la vanidad, mayormente, del ser humano. Las ganas de sobresalir, de posicionarse por encima del resto de sus congéneres, es algo muy intenso e ineludible. Podría decirse que su lema es: ‘por el poder, lo que sea’.

Desde los albores de la humanidad, se nos ha hecho creer que no todos los seres humanos son iguales, que algunos son mejores que los otros. Curiosamente, siempre lo son en base a elementos externos y perecederos tales como la fama, el poder, el éxito, el dinero… Ni vienen con nosotros al nacer ni nos siguen cuando dejamos este mundo. Realidad, que, al parecer a muchos les importa un soberano pimiento dad que, si hace falta, se dejan la piel y lo que haga falta con tal de alcanzar ese poder terrenal.

Mientras estamos aquí en la Tierra, se nos aprecia, valora, respeta y considera mayormente en base a nuestro estatus social. Si eres pobre, nadie te hace caso. Te miran por encima del hombro o te desprecian. No importa lo talentoso que seas. A menos que te hayan otorgado un premio, lo cual equivale a que ‘has triunfado’ (que viene a ser lo mismo que decir que la sociedad te ha otorgado su favor), carecerá de importancia si tu libro, música, cuadro, diseño… es bueno, excelente, genial… No te lo apreciarán o te lo despreciarán sin más.

A las variables que determinan si te aceptan o no el ‘Club’ (lo bauticé hace tiempo como CDR: Club Del Redil), se añade el de la edad y con ella las arrugas, la belleza física. Se admira a quien, con cincuenta o sesenta luce un rostro sin arrugas sin importar si ello se debe a la genética o a la destreza del cirujano de turno y a la billetera. La hipocresía se impone: ‘postureo’ lo llaman ahora.

Los olvidados son todos aquellos que no consiguen entrar en el club.

Los perdedores son todos aquellos que no logran ser reconocidos, aunque sea dos minutos.

Los ganadores se lo llevan todo… Sí, todo lo material.

¿No queda nada para el resto?

Obviamente, que queda.

Somos los raros, los que nos sentimos como peces fuera del agua porque, en verdad, estamos fuera de nuestro mundo, del verdadero. Venimos de más allá de las estrellas, somos almas viviendo experiencias humanas. Algunas más espabiladas o entrenadas que otras, pero todas viejas y experimentadas en habernos abrazado al poder terrenal y habernos pegado un buen batacazo existencial.

La fama suele tener una cara oculta de dolor, transitarla deja cicatrices.

¿Tan mala es la fama?

No, para nada. Es la relación que la persona suele tener con la fama la que la convierte en disfuncional.

La fama, al igual que el éxito, el dinero o el poder, no nos cambian ni nos transforman. Simplemente, sacan al exterior los demonios (o ‘asignaturas pendientes’) que albergamos en nuestro inconsciente, el lado oculto de la luna.

Muchos son los que opinan que la Tierra es una escuela a la que venimos a enseñar y a aprender, a desarrollar, en suma, el ser espiritual que somos todos en origen.

Por consiguiente, ¿cómo se explica que tantas almas escogen el pactar con el diablo olvidando su origen o al margen de este?

Puede que no todas recuerden su origen.

Puede que, a pesar de recordarlo, se digan a sí mismas: ‘Ya que estoy aquí, voy a aprovechar’.

Quizás, al nacer a este mundo, el velo del olvido nos haga realmente olvidar todo. Y, que, dicho olvido, sea reemplazado por las ‘normas sociales’ que observamos en otros.

En este club que es la sociedad humana, hace falta mucho valor y amor por uno mismo para agarrarse a los valores del alma y no sucumbir.

No es nada fácil transitar por la vida humana cuando se ha escogido (lo hacemos antes de nacer, lo recordemos o no, lo queramos o no), no poseer mucho dinero, rechazar la fama, eludir el triunfo…

El poder terreno siempre lleva una factura escondida, nada es gratis. Además, incluye la servidumbre a una ‘logia’ o club en el que se debe estar dispuesto a despojarse de sí mismo para adoptar la identidad grupal y la que, ese club, te otorga.

Si la gente, en general, no agachara la cabeza ante el poderoso de turno (rico, famoso, exitoso…), ese tipo de ‘poder’ no tendría tanta fuerza. El diablo no habría extendido sus garras de la manera en que lo ha hecho.

Nadie nos hace nada que no consintamos.

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