¿Es obligado ser feliz en Navidad?
¿Debemos ser felices en Navidad a pesar de lo que sea?
La Navidad, en la mayor parte de los lugares de la Tierra, llena las calles y las casas de luz y de ‘buenos deseos’. La gente se pone su abrigo de amabilidad y se pinta una sonrisa en el rostro. Casi todo el mundo se esfuerza por ser mejor persona, más agradable y condescendiente con su prójimo. En las familias, siempre y cuando haya dinero, se compran regalos con los que decir ‘me importas’ o ‘al menos me importas o finjo que me importas en Navidad, aunque el resto del año pase de ti’. No todo son sentimientos sinceros, algunos están teñidos de culpa y/o de obligación por aquello del quedar bien con los demás y disimular la incoherencia que se arrastra durante todo el año. Muchas familias se reúnen a regañadientes, porque, de tener valor, ni se llamarían. ¿Cómo puede ser esto? Se odian en diferido. No se llevan bien entre ellos porque no se llevan bien consigo mismos, esto es, no han superado las ‘historias’ de la infancia, no han madurado y, por consiguiente, no han dejado atrás rencores, rabietas, celos y otros temas que envenenan el alma. Madurar espiritualmente significa aceptar que ‘amamos a las personas, aunque, a veces, no amemos sus comportamientos’. Nadie es pluscuamperfecto, ni siquiera uno mismo. Ergo, si uno no lo es, cómo iban a serlo los demás… A través de aceptarnos logramos aceptar a los demás, excepto que choquen con algún innegociable, en cuyo caso, sin rencor, los expulsamos de nuestra órbita.
Tenemos con los demás la relación que tenemos con nosotros mismos.
Si no te llevas bien con tú familia de origen, ¿cómo te llevas contigo? ¿Cómo es que no te llevas bien con ellos? ¿Hay algo imperdonable o lo es porque no te paraste a analizar el tema con el corazón y el alma en vez de hacerlo desde el rencor?
Navidad debería ser todo el año.
Al igual que no se logra adelgazar y reparar los estragos que un año o mucho más ha causado en el cuerpo la dejadez, el exceso de comida, la ausencia de ejercicio…, en una semana ni en un mes, no se puede reparar, arreglar, superar, restaurar una relación mohosa y ruinosa en el día de Navidad. El trabajo debe ser previo, constante, perseverante.
Cuando llegas la Navidad no deberíamos tener que quedar bien con nadie, esa y no otra, sería la prueba del algodón de que nos llevamos bien con nosotros mismos y que, desde ahí, tenemos relaciones asertivas, respetuosas, amables, amorosas, humanas con los demás.
Ahora bien, no todo el mundo está para cantar villancicos en Navidad. El dolor, la enfermedad, la muerte y su consiguiente duelo por la pérdida, la miseria, la pobreza, el hambre, en resumen, todo lo concerniente a la vida humana no desaparece porque en el calendario ponga ’25 de diciembre’ o ‘Navidad’.
Los hospitales siguen llenos de gente. La muerte no se da vacaciones a sí misma. El duelo por la pérdida de un ser querido no se detiene ni se aparca porque sea Navidad. Lo mismo que la enfermedad sigue su curso.
Si nos olvidásemos de esas personas, tanto de los enfermos como de sus familiares, que pasan las navidades en el cuarto de un hospital, no seríamos compasivos ni estaríamos bien del corazón espiritual -que es el que en verdad alberga al amor-.
La felicidad navideña pasa de largo por las habitaciones y por el ánimo de los enfermos y de sus familiares y acompañantes. Nos les alcanza. Ellos solo quisieran salud como regalo por Navidad, poder estar en casa, en su casa, sanos, libre su cuerpo de todo mal y con el alma habitada tan sólo por la esperanza y la alegría.
No es fácil pasar las navidades en un hospital. Sólo lo sabe quien lo ha vivido. Al resto, excepto que sean personas que sean muy empáticas, les es casi imposible, a veces, ni lo intentan, ponerse en ese tipo de situación…
La luz, la alegría, la dicha… no se esconden en rincón alguno en la sala de urgencias de ningún hospital, ni en la UCI ni en… a no ser que vayamos a la zona de ‘nacimientos’. El único lugar donde suele reinar la alegría y el color inunda las paredes es en la zona de ‘maternidad’. Cuando nacemos a este lado, a los que nos esperan con los brazos abiertos, se les llena el corazón de gozo. En cambio, si nos tienen que despedir, la pena les ahoga el alma… Somos así, humanos.
Dado que la vida es muy corta, no merece la pena malgastarla en rencores y otras tonterías. Si tienes familia, disfrútala. Si no la tienes, búscate una que le hable a tu alma, adopta a una familia… No hay peor enfermedad que la soledad del corazón. Quien no se tiene a sí mismo, aunque tenga familia, no tiene a nadie porque un corazón sin amor, es un corazón cerrado a la dicha.
Todo lo que no nos gusta en los demás es un reflejo de algo que no nos gusta o no aceptamos en nosotros mismos.
Si, por el contrario, en cada ser humano, eres capaz de ver la luz que habita en lo más recóndito de su alma humana y divina, eres alguien que ha hecho las paces consigo mismo y que se lleva bien con su lado humano.
Celebra la vida tanto con todos aquellos que tu alma ama, tanto si están en cuerpo físico como si ya han recuperado su par de alas divinas. Celebra con gratitud la vida no sólo porque esos que amas puede que mañana no estén aquí sino porque tú, recuérdalo, puede que ya no estés aquí para brindar con champagne las próximas navidades.
‘Carpe diem’.
Mañana es tarde para ser feliz.
Un beso al cielo para todos los que ya no están aquí en la Tierra.
Un abrazo de luz para todos los que aún están.
Un ángel de consuelo y de sanación para aquellos que están en una situación crítica, enfermos o solos…
Ojalá la gente adoptara el espíritu navideño todo el año.
Cuenta tus bendiciones.
Feliz y mágica Navidad.
Jesús vino a traer un mensaje de amor más allá de las apariencias, de los rencores y de las culpas.
© Rosetta Forner
En las fotos, Rosetta viste diseños MATILDA: www.matilda.es
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