En cada mujer habita una fuerza inmensa, muchas veces dormida bajo capas de creencias limitantes, miedos heredados y narrativas sociales que le han hecho creer que su valor depende de lo que otros piensen o aprueben. Como coach ontológico, sé que la manera en la que interpretamos el mundo define cómo actuamos en él.
Cuando una mujer se siente víctima, renuncia —sin darse cuenta— a su poder interno. Se queda atrapada en preguntas como: “¿Por qué a mí?” en vez de preguntarse: “¿Para qué me está sucediendo esto y qué puedo aprender de ello?”. El primer paso hacia la verdadera libertad es darnos cuenta de que no somos lo que nos pasó, sino lo que decidimos hacer con lo que nos pasó. Cuando logramos entenderlo, abrimos la puerta a una vida sin culpas ni resentimientos, donde la dignidad no se negocia y el respeto se vuelve innegociable.
La victimización no es un rasgo de carácter, es un estado emocional y mental que nace de interpretar que no tenemos opciones. Las mujeres que permanecen ahí suelen repetir frases como:
- “Es que así soy yo.”
- “No puedo cambiarlo.”
- “Siempre me pasa lo mismo.”
Estas expresiones no describen una verdad; describen un relato que hemos comprado como cierto. Desde la ontología del lenguaje, entendemos que el lenguaje no solo describe la realidad, sino que la crea. Al declararnos víctimas, construimos una realidad de impotencia y nos cerramos a nuevas posibilidades. Salir de esa trampa requiere valentía para cambiar el diálogo interno: reemplazar el “no puedo” por “sí puedo”, el “me hicieron” por “elijo aprender y sanar”, y el “no valgo” por “soy suficiente y merezco respeto”.
El respeto empieza desde adentro. No podemos exigir a los demás que nos valoren si no hemos aprendido a valorarnos primero. Muchas mujeres esperan que su entorno las valide —pareja, familia, jefes—, cuando la validación más importante debe nacer de una misma.
La mujer que se conoce y reconoce su propio valor:
- Pone límites claros sin sentir culpa.
- No negocia su dignidad.
- Aprende a decir “no” sin justificarse.
- Sabe que sus emociones son válidas y merecen ser escuchadas.
Desde la ontología, esto implica cambiar la interpretación que tenemos sobre quiénes somos. Pasar de “soy alguien que necesita demostrar su valor” a “soy valiosa porque existo”. Esta distinción transforma la manera en que enfrentamos relaciones, retos y conflictos.
Muchas mujeres llevan heridas invisibles: humillaciones, descalificaciones o maltrato emocional que las llevaron a creer que no merecen más. Sin embargo, sanar no significa olvidar; significa liberar el peso emocional que limita nuestro presente.
El proceso de sanación ontológica implica tres pasos:
- Aceptar lo que ocurrió, sin negar ni minimizar el dolor.
- Perdonarse a sí misma por haber permitido, en el pasado, situaciones que la dañaron.
- Decidir conscientemente que ese pasado no dictará su futuro.
Sanar es un acto de amor propio que rompe el ciclo de victimización y abre espacio para relaciones más sanas, respetuosas y conscientes.
Los límites no son muros, son puentes hacia el respeto. Son declaraciones firmes que marcan hasta dónde estamos dispuestas a llegar y qué no vamos a permitir. En el coaching ontológico, decimos que “los límites son conversaciones pendientes con nosotras mismas”. Muchas mujeres temen poner límites por miedo a perder afecto, pero la realidad es que quienes te aman de verdad respetarán esos límites.
Aprender a decir frases como:
- “No acepto que me hables así.”
- “Merezco ser escuchada sin gritos ni insultos.”
- “Esto no está bien para mí y elijo retirarme.”
Estas declaraciones son actos de autocuidado y de poder personal. No se trata de imponer, sino de reconocer que nadie tiene derecho a cruzar la línea de nuestra dignidad.
Hay relaciones que nutren y otras que consumen. Mantener vínculos que nos lastiman es una forma silenciosa de violencia contra nosotras mismas.
Una mujer que deja de sentirse víctima comprende que alejarse de lo que le daña no es egoísmo: es salud emocional y un acto de respeto propio.
Para dar ese paso, primero hay que soltar la creencia de que “algo cambiará si yo me esfuerzo más”. A veces, la transformación real comienza no cuando el otro cambia, sino cuando decidimos irnos de lugares donde ya no podemos florecer.
Responsabilidad no significa culparse; significa reconocer que somos las autoras de nuestras decisiones y de la vida que construimos. Desde la ontología, hacerse responsable es un acto liberador, porque nos devuelve el control de nuestra historia.
La mujer que asume su responsabilidad se convierte en líder de su vida: elige sus batallas, cuida su paz mental y no se deja arrastrar por las opiniones externas. Vivir con responsabilidad implica dejar de buscar culpables y enfocarse en crear posibilidades nuevas para el presente y el futuro.
Toda mujer puede renacer de las cenizas de sus miedos, como el ave fénix. Dejar de sentirse víctima no es solo un cambio de actitud, es un renacer de la conciencia.
El llamado es a honrar la dignidad propia cada día, a recordar que nadie tiene el derecho de lastimarnos ni de faltarnos al respeto, y que cada límite que ponemos es un recordatorio de nuestro amor propio.
Hoy, más que nunca, el mundo necesita mujeres que se sepan valiosas, libres de la carga de la victimización, capaces de inspirar a otras con su fuerza y su autenticidad.
Porque una mujer que se respeta a sí misma no solo cambia su vida, sino que transforma el mundo que la rodea.
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