“Como muchas madres con Depresión Posparto, nos arrastramos a nosotras mismas fuera de la cama, después del conflicto interno entre los ‘tengo que…’, los ‘soy capaz de…’ y los ‘quiero…’. Desaliñadas, ansiosas, enojadas, paralizadas… irreconocibles. Y que hacemos, escondemos a esa mujer, a esa niña asustada detrás del maquillaje o de la máscara. Detrás de una sonrisa fingida. La escondemos en lo más profundo de nuestra mente y pretendemos estar bien ante los demás.
Funciona por un tiempo. Pero después, la máscara comienza a romperse. No la podemos reemplazar, y el costo es muy grande. Llega el cansancio extremo, impidiéndonos volver al estado de aparente calma. Nuestros corazones se rompen, nuestra mente nos traiciona y nos deja al descubierto. Nos derrumbamos a medida que la vergüenza nos supera.
Hasta que finalmente, alguien se detiene a mirarnos y se nos acerca con compasión. Nos ayuda a volver a lo que éramos antes, ayudándonos a lo largo del camino. Y cada vez que nos levantamos cada mañana, esa niña asustada del espejo, comienza a parecerse más a nosotras mismas.
Seguramente volveremos a estar ansiosas, enojadas, tristes, exhaustas o paralizadas en algunos momentos, pero también comenzaremos a recuperar aquel brillo que teníamos. Nuestros ojos, volverán a ser una puerta a nuestra alma, y no únicamente una ventana rota a la obscuridad, la depresión y la ansiedad.
La depresión algunas veces nos deja una duda, y en ocasiones, se alimenta del estigma y los cuestionamientos de los demás (o incluso de nosotras mismas). Por lo mismo, nos debemos de aferrar a lo positivo, a la esperanza, a la belleza, a la luz, y no escondernos en la obscuridad.
Dejemos atrás el dolor, para que podamos reconocer a la niña del espejo, y podamos volverla a ver hermosa” (Lauren Hale, My Postpartum Voice).
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