Si bien la independencia económica no es garantía de autonomía emocional, sí es condición necesaria –insuficiente– para poseerla
Quizás hoy más que nunca, debido a muchos factores, pero muy en concreto producto del actual confinamiento, reconocemos que la libertad es “un divino tesoro”. Si bien es un espejismo pensar – incluso lo era aún antes de la pandemia – que podemos tener y lograr todo, si tenemos un interesante margen de acción para construir la vida que deseamos.
Somos, los seres humanos, “sujetos deseantes”. Así como el esqueleto sostiene y estructura al cuerpo, la capacidad de desear es el eje que configura nuestra identidad y da sentido a nuestra vida. ¿Qué quiero? ¿Qué necesito? ¿Qué sueño?
Es fácil sucumbir a los deseos ajenos con el fin de agradar, de sentir que pertenecemos y de experimentar así cierta seguridad. De manera particular, la sociedad patriarcal nos ha entrenado a las mujeres para descifrar los deseos ajenos (de padres, maridos e hijos) a tal punto de dificultarnos –sino hasta imposibilitarnos en ocasiones– descifrar los propios. A los hombres se les impulsa más a escuchar sus deseos y necesidades, siempre enmarcados en el paradigma del “éxito” masculino que implica fuerza, productividad y pobreza emocional: esto también tiene sus altos costos.
Conquistar la libertad requiere que dirijamos la mirada a nosotros mismos, que busquemos nuestros deseos postergados y nuestros entusiasmos no indagados. Pero para ello se requiere tanto autonomía emocional como independencia económica.
Diferencia entre independencia económica y autonomía emocional.
La primera es la disponibilidad de recursos económicos propios que nos permitan tener un margen de acción real. La segunda es la posibilidad de utilizar dichos recursos económicos para legitimizar y gestionar –con base en decisiones de criterio propio que impliquen una evaluación de las alternativas posibles– los propios deseos, necesidades, sueños, intereses y valores. Y esto nos regresa a lo dicho al inicio, no se puede ni todo, ni siempre, pero sí lo suficiente para construir una vida plena.
Así, si bien la independencia económica no es garantía de autonomía emocional, sí es condición necesaria –insuficiente– para poseerla.
¿Cómo conquistar la libertad?
- Realizando un arduo trabajo psíquico para saber qué es adecuado o no para nosotros.
- Siendo creativos y arrojados para generar un proyecto de vida propio que honre y valide nuestros valores, nuestras necesidades, nuestros sueños y nuestros intereses.
- Trabajando para generar un ingreso económico a través del desarrollo y uso de nuestras competencias y capacidades que nos dé un margen de acción real.
¿Soy libre?
La verdadera libertad es la conciencia progresiva de tener cierto control sobre la propia vida, con un aumento de la confianza personal y un sentimiento de satisfacción y competencia.
Esto se manifiesta a través de:
- Intensificar relaciones de genuina intimidad con otras personas.
- Llevar a cabo actividades que impulsan nuestro desarrollo personal.
- Cuidar nuestra imagen corporal para disfrutar nuestra dimensión física y sexual.
- Tomar en serio nuestros intereses.
- Desarrollar una vocación/profesión significativa.
- Experimentar sentimientos de eficacia y competencia.
- Gestionar nuestro mundo emocional para comprender su lenguaje.
El camino a la libertad implica consciencia, aceptación y acción con base en realidades.
Consciencia para reconocer quiénes somos, qué necesitamos, qué apreciamos. Aceptación para vivir en el presente, asumir el cambio constante y validar nuestros deseos, necesidades, intereses y valores. Y acción para a través de conductas concretas asumir el protagonismo de la propia vida.
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