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El peso de una frase que nos representa a todas. En muchos contextos, la frase "tenía que ser mujer" se ha utilizado como un juicio peyorativo para señalar errores, debilidades o actitudes incómodas. Esta expresión, aparentemente trivial encierra décadas de estigmas, prejuicios y expectativas sociales que se proyectan sobre todas las mujeres, sin distinción. Y lo más delicado: lo que una mujer hace, para bien o para mal, no siempre se interpreta como una acción individual, sino como un reflejo de todas.

Cuantas veces no hemos escuchado "¡Tenía que ser mujer!", cuando una mujer se equivoca al estacionarse, ya que se asume que todas las mujeres son malas conductoras por naturaleza, ignorando que la conducción no tiene género y que los hombres también cometen errores constantemente. O qué tal cuando una jefa es percibida como "mandona" o toma una decisión impopular, la reacción común, "Es que tenía que ser mujer", denotando que las mujeres no saben manejar el poder y son emocionales, cuando en realidad están ejerciendo liderazgo. 

Cuando una mujer actúa con ética, inteligencia y fuerza, es aplaudida, sí, pero también puede ser vista como una excepción. Cuando actúa con arrogancia, negligencia o falta de criterio, su género es lo primero en ser señalado. Por eso, cada paso que damos las mujeres, especialmente en posiciones de liderazgo, es observado con lupa. Nos guste o no, representamos algo más grande que nosotras mismas: representamos a todas.

Marca personal y liderazgo: Recuerda que tu huella inspira o desacredita. La marca personal no se construye con discursos, se construye con acciones. Y en el caso de las mujeres, la marca personal también tiene un componente colectivo. Cada líder, cada profesional, cada mujer en una posición de visibilidad está generando una narrativa que influye en cómo se percibe la capacidad femenina.

Hace algunas décadas, cuando aún era raro ver a una mujer liderando una agencia de publicidad, solía ser la única directora general en las reuniones del gremio. Recuerdo con nitidez una mañana en particular: llegué con 15 minutos de retraso a un desayuno importante, tras un accidente vial y un tráfico infernal. Apenas crucé la puerta, visiblemente agitada, uno de los hombres en la mesa me soltó con una sonrisa condescendiente: “No te preocupes… entendemos que eres mujer.” Fue como un balde de agua helada. En ese momento entendí que no solo me estaban juzgando a mí, sino a todas las mujeres que vendrían detrás. Desde ese día, por mí y por todas, empecé a salir de casa antes del amanecer. No iba a darles ni una excusa más para dudar de nuestra capacidad.

Una mujer que lidera con integridad y coherencia abre caminos. Una mujer que se desentiende del impacto de sus actos también puede cerrarlos. En este sentido, cuidar nuestras acciones no significa perseguir la perfección, sino actuar con responsabilidad consciente: saber que nuestras decisiones, actitudes y reacciones envían mensajes que trascienden nuestro círculo inmediato. Este nivel de conciencia es un acto de liderazgo. No se trata de cargar con culpas ajenas, sino de asumir el poder transformador que tiene cada una de nuestras elecciones. Una mujer segura, justa y firme no solo consolida su reputación; también redefine lo que significa ser mujer en su contexto.

Cada acción suma o resta. Vivimos en una era donde todo comunica. Desde cómo respondemos ante un conflicto hasta cómo tratamos a quienes colaboran con nosotras. Como mujeres, muchas veces no tenemos el privilegio de ser leídas con neutralidad. Nuestras decisiones se filtran por lentes de género. Por eso, cuidar nuestras acciones no es autocensura, es autogestión consciente.

Cuando una mujer se comporta con soberbia o con negligencia en su ámbito profesional, no solo afecta su imagen, sino que también alimenta estereotipos injustos: “por eso no se puede confiar en una mujer”, “todas son iguales”, “mujeres al mando, problemas asegurados”. En cambio, cuando lideramos con madurez, compasión, firmeza y visión, vamos resignificando esas narrativas. Le damos la vuelta al “tenía que ser mujer” y lo convertimos en admiraciónEsto no significa ser perfectas, sino ser consistentes. Tener la capacidad de reconocer errores, aprender de ellos, y seguir caminando con dignidad. Eso también es parte de la marca personal: lo que haces cuando nadie te aplaude.

Cuidar nuestras acciones no es vivir con miedo a ser juzgadas, sino con la conciencia de que podemos dejar huella con propósito. El verdadero liderazgo femenino no busca replicar modelos de poder masculinos o competir desde la agresión. El liderazgo femenino transforma, porque integra visión con empatía, estrategia con escucha, firmeza con ética. Cada vez que una mujer elige actuar con respeto, cada vez que se atreve a hablar con verdad, a dirigir con humildad, a poner límites con claridad, está haciendo una declaración silenciosa pero poderosa: “Tenía que ser mujer” ya no es una crítica. Es una celebración.

Porque sí, "tenía que ser mujer" para dar ejemplo, para abrir camino, para mostrar que otra forma de ejercer el poder y construir influencia sí es posible. Y que esa forma empieza con lo que cada una elige hacer todos los días, incluso cuando nadie está mirando.

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