En la época de Tinder y de Facebook parejas, a casi todos les ha pasado (más de una vez) aquello de sentir que tenemos una conexión emocional especial con alguien y descubrir, más temprano que tarde, que todo se trataba de una fantasía. Que, quizá, fuimos utilizados por una persona sin demasiados escrúpulos que sólo quería alimentar su vanidad, o tal vez estábamos tan desesperados por conectar y sentir intimidad, que pusimos todas nuestras expectativas en alguien con quien realmente no somos compatibles.
Con frecuencia ocurre que dos individuos confunden, desesperadamente, una amistad incipiente y cierta atracción sexual con amor verdadero, y eso tiene como resultado lo inevitable: relaciones que fracasan rápida y estrepitosamente, una tras otra, y que nos dejan con cada día más expectativas frustradas y miedo a comprometernos, a sentirnos vulnerables, a mostrarnos tal cual somos y, paradójicamente, a quedarnos solos.
El término “relaciones líquidas” es uno de esos eufemismos modernos para referirse, en oposición a la tradicional “relación sólida”, a cualquier dinámica de pareja que, a todas luces, carece de viabilidad emocional y no nos va a hacer crecer como seres humanos en ningún aspecto. Por decirlo de otra manera: cuando nos embarcamos en una de ellas, sabemos consciente o inconscientemente que nuestras probabilidades de éxito son mínimas y que las posibilidades de terminar con el corazón roto son grandes, pero aún así elegimos invertir tiempo y energía en esa relación porque:
a) No sabemos estar solos
b) Queremos alimentar nuestro ego
c) Creemos que sólo alcanzaremos la felicidad mediante una relación amorosa
d) Una combinación de todas las anteriores
Al mismo tiempo que perseguimos el amor y la conexión a como dé lugar, nos invaden dosis elevadísimas de ansiedad y desconfianza cuando comparamos cada una de nuestras relaciones incipientes con las relaciones del pasado, de las que, probablemente, salimos bastante heridos y traicionados. Esa ansiedad y desconfianza nos llevan, por un lado, a escondernos detrás de las típicas máscaras de desinterés en las que ninguno quiere ser el primero en aceptar que siente algo por el otro, y, en la otra mano, a sentir una profunda inseguridad porque ¿quién sabe por qué? no estamos recibiendo señales claras y confiables de que el otro siente lo mismo por nosotros.
El fenómeno de las relaciones líquidas nos lleva por igual a establecer vínculos con personas tóxicas, como a convertir en tóxicos vínculos que, sin tanta presión y desconfianza, pudieron haber sido perfectamente saludables y disfrutables. Por eso es tan peligroso, por eso debemos darle visibilidad y, sobre todo, tomar responsabilidad para manejar nuestra vida emocional con madurez y honestidad, sin hacer sufrir a nadie y sin dejar que otros pasen por encima de nosotros, y eso incluye a nuestras expectativas irreales.
¿Cómo romper el patrón de las relaciones líquidas?
El antídoto al malestar de las relaciones líquidas es la responsabilidad afectiva. De manera muy simplificada, la responsabilidad afectiva significa que somos capaces de llevar una relación emocional, de cualquier tipo, con responsabilidad, es decir, cuidando la integridad de ambos y siendo plenamente conscientes de la repercusión de nuestros actos y palabras en el otro.
La responsabilidad afectiva no puede surgir si no se cumplen dos requisitos previos: el primero es la capacidad de sentirnos plenos y felices aunque no tengamos una pareja romántica, y la segunda es tener toda la disposición para comunicarnos honesta y efectivamente con nosotros mismos y con nuestro compañero.
El autoconocimiento es muy necesario para poder identificar realmente qué queremos en un compañero de vida (o si queremos uno), si estamos relacionándonos con alguien por las razones adecuadas, y a qué peligros nos orillan nuestras propias carencias: por ejemplo, el de atarnos a relaciones que no nos llenan ni nos fortalecen, simplemente porque no sabemos cortar con un patrón codependiente o somos adictos a la “ganancia secundaria”.
Entonces, la autonomía emocional (hacerme responsable de mis propios sentimientos) y la comunicación (identificar expectativas, manejarlas y expresarlas adecuadamente) son los pilares básicos para evitar, en la medida de lo posible, todo el malestar que nos causan las relaciones fallidas.
El verdadero problema de las relaciones líquidas no es que no entren en el molde tradicional, ni que no terminen en matrimonio y “vivieron felices para siempre”, sino que dañan a las personas, debilitan su autoestima y las orillan a círculos viciosos cada vez más complejos. No todas las relaciones tienen un final feliz ni van a ser eternas, pero tampoco tienen por qué dejarnos llenos de incertidumbre, pesimismo y rencor. La solidez que necesitamos para ser felices y resilientes implica renunciar a patrones patológicos en la manera en que nos relacionamos con los demás, pero, sobre todo, con nosotros mismos.
Si consideras que en las últimas relaciones que has tenido todas parecen ser amores líquidos no dejes de acercarte a mis redes sociales donde siempre estoy disponible para escucharte y ayudarte a encontrar la solución que necesitas. Me puedes encontrar en Twitter e Instagram como @aripulidog y en mi página de Facebook Ariadna Pulido Oficial.
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