En el mundo actual, donde la visibilidad es inmediata y la información circula en segundos, el liderazgo femenino se enfrenta a un reto esencial: ser fiel a la verdad de lo que se hace y lo que se logra. Una líder no solo guía con su inteligencia y visión, sino también con la fuerza de su integridad. El prestigio no se construye sobre discursos bonitos, ni sobre aparentar, sino sobre hechos respaldados por acciones propias. Atribuirse logros ajenos es, en esencia, una forma de robar. Y más aún, en el terreno del liderazgo, significa minar el valor de la confianza, la credibilidad y la autoridad que tanto trabajo cuesta construir.
La ética es el corazón del liderazgo sólido. Una líder que se respeta nunca tomará para sí un mérito que corresponde a otra persona, porque entiende que la verdad, tarde o temprano, se revela. Atribuirse el éxito de otro no solo daña la relación con esa persona, sino que deteriora la confianza de todo el equipo. En contraste, reconocer los logros de los demás multiplica la admiración hacia quien lidera. Cuando una mujer con autoridad reconoce públicamente los aportes de su equipo, se convierte en referente de justicia y humildad. La verdadera líder sabe que el mérito compartido fortalece la lealtad y genera un círculo virtuoso de confianza y compromiso.
Las consecuencias de tomar méritos ajenos: Robar el mérito tiene un efecto boomerang. Al inicio puede dar la sensación de éxito, prestigio o reconocimiento, pero con el tiempo el daño es devastador:
- Pérdida de credibilidad: cuando se descubre la verdad, la reputación cae.
- Ruptura de relaciones laborales y personales: la confianza se rompe y difícilmente se recupera.
- Desconfianza generalizada: el equipo comienza a protegerse en lugar de colaborar.
- Erosión de la autoridad: la figura de la líder pierde fuerza y legitimidad.
Un ejemplo clásico se observa en corporaciones donde alguien se atribuye una idea que en realidad nació de otra persona. El resultado es siempre el mismo: la verdad aflora y el liderazgo del impostor se derrumba.
El liderazgo femenino tiene como una de sus mayores fortalezas la congruencia. Las mujeres líderes que destacan son aquellas que alinean sus palabras con sus actos. Atribuirse lo que no hicieron rompe esa coherencia y proyecta una imagen frágil y oportunista. Una mujer líder con visión sabe que su credibilidad es un activo más valioso que cualquier aplauso momentáneo. La congruencia no se negocia, y por ello jamás comprometerá su integridad para brillar con una luz que no le pertenece, prefiere avanzar más lento, pero de manera auténtica, que crecer rápidamente sobre méritos robados.
El poder de reconocer a los demás: El reconocimiento no debilita, al contrario: engrandece. Un líder que reconoce el talento y el esfuerzo de su equipo se proyecta como generoso y fuerte. Decir con claridad: “Este logro es gracias al trabajo de María” o “El éxito de este proyecto no habría sido posible sin la visión de Ana” fortalece la percepción de justicia.
En el liderazgo, reconocer el mérito ajeno abre dos caminos:
- Inspirar a otros a crecer.
- Construir redes de apoyo sólidas.
El reconocimiento no quita brillo, sino que lo multiplica. Algunas acciones que llevé a cabo cuando era presidente de mi agencia y teníamos 220 colaboradores:
- Dar crédito público siempre que corresponda.
- Mencionar nombres en reuniones, presentaciones o reportes.
- Documentar procesos para que quede claro quién aportó qué.
- Celebrar logros colectivos sin olvidar a las personas detrás.
- Rechazar elogios inmerecidos con elegancia. Una frase simple como “Gracias, pero ese resultado lo lideró mi compañera” es un acto poderoso.
Con estas prácticas, el liderazgo se convierte en un ejemplo vivo de respeto y honestidad.
La integridad como herencia del liderazgo: Nunca atribuirse un mérito ajeno es más que una regla de ética: es una filosofía de vida y de liderazgo. Las mujeres que buscan dejar huella entienden que la grandeza no se mide por los aplausos obtenidos, sino por la confianza y el respeto que generan. La líder íntegra sabe que cada logro tiene un nombre y una historia, y que honrarlo no le resta fuerza, sino que le añade autoridad moral. En un mundo donde el brillo superficial se apaga pronto, la verdadera luz de una líder radica en su capacidad de reconocer, compartir y construir éxitos colectivos.
En definitiva: la autenticidad y el respeto por los méritos ajenos son la herencia más poderosa que un líder puede dejar a quienes vienen detrás.
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