En estos tiempos donde se abre cada vez más la aspiración mundial en favor de la equidad de género, es fundamental volver a lo básico para definir referentes que le den contenido a la misma.
Uno de esos referentes es el enfoque hacia la mujer desde su propia definición integral y ello no es poca cosa, en virtud de los roles en que tradicionalmente se le ha encajonado, entre la expectativa comercial de volverla símbolo de alguna marca hasta su rol laboral que no era concebido para “competir con los hombres”, pasando por lo que en la actualidad significa su decisión de ser madre (con las obligaciones y los derechos que las sociedades modernas le deben procurar).
Ser madre es una decisión personal, hay que decir lo obvio, y ello no supone o no debería suponer ningún rol de superioridad o inferioridad respecto de quienes, también en pleno uso de su libertad, deciden no ser madres. En ese contexto, consideramos que ser mamá es uno de los privilegios más hermosos que tienen las mujeres. Y, sobre esa base, anoto que la edad, el estado emocional y económico, el contexto social, el entorno de pareja y familiar, entre otros, son factores que determinan la manera en la que se recibe la noticia de la concepción de un nuevo ser, así como su desarrollo durante y después del embarazo.
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No obstante, antes que cualquier actividad o incluso antes que ser madre, la mujer es un ser humano con expectativas amorosas, profesionales y afectivas diversas. Por ello su papel como madre es uno más entre la gama heterogénea de actividades que, en conjunto, son las que determinan la propia identidad; la maternidad es parte de ésta pero no la define en sí misma. Y es que pasar a ser la “mamá de…” o, en su caso “la esposa de…” son más que simples formas de nombrar a las mujeres pero no de encasillarlas. Esta manera de dirigirse a una mujer conlleva la pérdida de su nombre y apellido, y al paso del tiempo podría perder también su identidad.
Confinar a la mujer dentro de un mismo rol para definir su identidad no es algo que ocurra sólo en México sino un fenómeno generalizado, en especial dentro de la cultura anglosajona dado que la mujer que contrae matrimonio adquiere el apellido de su esposo y pierde los suyos; como si fuera su hija o peor aún, como si fuera de su propiedad (la “señora X DE Hernández”). Y esto no es todo, el problema sigue siendo cultural, se mira como si fuera normal y se agudiza cuando en pleno siglo XXI, para amplios sectores de la sociedad mexicana es relevante que la mujer ostente el título de esposa pues es lo que le da valor, más allá del que pueda tener por méritos propios, o simplemente por ser.
El tema es de la mayor importancia porque alude a prácticas sociales y culturales milenarias y desemboca en que las mujeres dejan de ser vistas como seres humanos capaces de continuar llevando a cabo actividades profesionales en cualquier área del ámbito productivo, y por ende tener derecho a mantener un puesto en el trabajo, aspirar a un ascenso en el mismo, contar con condiciones que le permitan combinar su responsabilidad laboral con la materna, o pretender un sueldo a la par de cualquier colega del género masculino. El Estado, por cierto, debe garantizar esas posibilidades, entre el despliegue profesional y lo que implica ser madre (pienso en lo elemental: que no sea despedida cuando decide embarazarse, tener la garantía del servicio público de salud y condiciones, como las guarderías, para que los bebés tengan atención, más allá de las responsabilidades que tiene el padre en el caso de tener alguna relación de pareja.
Ser mamá implica, además, procurarse una vida en equilibrio: mantener la pasión por una vocación para que los demás entornos de la vida se desarrollen en armonía; gozar, en su caso, de una vida en pareja en la que no se dependa económica ni emocionalmente del otro, ni que el compañero y/o los hijos sean la única relación afectiva; contar con una vida social propia que alimente el espíritu, mantener una afición o pasatiempo que se realice por elección y gusto, y que complemente el quehacer laboral y familiar cotidiano; sostener una vida familiar y allegarse de buenas relaciones con los padres, hermanos, primos, sobrinos propios o de la pareja.
La estabilidad en estos aspectos de la vida producirán un efecto positivo y armonioso en aquellas que hayan optado por ejercer su derecho a ser madres sin dejar de ser mujeres.
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