La Dra. Natasha Sriraman, pediatra, explica que durante el primer año después de haber dado a luz, las mujeres suelen visitar más al pediatra de sus hijos, que a su ginecólogo. Los pediatras generalmente ven a los bebés una vez por mes, y cuando están enfermos, aumenta considerablemente el número de consultas, por lo que tienen una mayor probabilidad de detectar a una mujer con DPP.
Debido a la frecuencia de las visitas y/o las llamadas que una madre realiza al pediatra, es común que se desarrolle una relación cercana y de confianza, haciendo que la mujer pueda expresar aspectos que van más allá de la salud y el bienestar de su hijo. Por lo tanto, debería resultar más fácil para estos médicos descubrir síntomas de tristeza, ansiedad o miedo en la madre.
Una mujer con DPP que no ha recibido un tratamiento adecuado, afecta el vínculo con su bebé, puede causar tensión y conflictos en la familia, está más propensa a dejar prematuramente de amamantar, y sobre todo, impacta negativamente el crecimiento físico y el desarrollo del cerebro de su hijo. Así mismo, no tiene una capacidad adecuada para cuidar del bebé, descuidando aspectos como la seguridad, la alimentación y el sueño.
Diversas investigaciones han demostrado, que los hijos de madres deprimidas tienen retrasos en su desarrollo físico, de lenguaje y social; presentan menor contacto visual y vinculación con sus madres; y son menos susceptibles a responder favorablemente a los tratamientos. Las madres a su vez, suelen tener menos acercamiento físico, interactuar o jugar con ellos.
Con el tratamiento adecuado, la DPP es temporal y se puede alcanzar una completa recuperación.
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