Cuando vivía en la ciudad de Los Angeles, jueves tras jueves, Rosita llegaba temprano a limpiar mi casa. Más allá de ser una excelente trabajadora, admiraba que siempre tenía “buena cara”; saludaba muy sonriente y se despedía tan alegre que llegué
Cuando vivía en la ciudad de Los Angeles, jueves tras jueves, Rosita llegaba temprano a limpiar mi casa. Más allá de ser una excelente trabajadora, admiraba que siempre tenía “buena cara”; saludaba muy sonriente y se despedía tan alegre que llegué