EL DAÑO COLATERAL QUE NO SE RECONOCE

31039562071?profile=RESIZE_710xEl daño colateral suele ser negado porque muchas personas insisten en que, cuando actúan, no lo hacen con la intención de molestar o lastimar. 

¿Qué sientes cuando te lastiman o te dicen?: “no fue mi intención”, “no era para tanto”, “así soy yo” o “cada quien es responsable de cómo se siente” se repiten con facilidad. Parece que esta postura no es neutral: como si tu persona no existe o el otro tiene un permiso especial.

Las personas  absorbidas por sus propios problemas, suelen actuar como si su dolor fuera el único y todo lo demás tuviera que adaptarse a él. Esta postura, más cercana a una necesidad infantil que a una madurez emocional, reduce al otro a un segundo plano. Aunque es cierto que hay momentos en los que las prioridades se ajustan, eso no justifica ignorar, minimizar o ningunear el impacto que se genera en los demás.  

Todas las acciones, por más leves o aparentemente inofensivas que sean, generan un impacto. Este principio tiene su origen en una ley física formulada por Isaac Newton, conocida como la tercera ley del movimiento, que establece que a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud y en sentido opuesto.

 Este principio nos recuerda tres verdades fundamentales:


1. Nada ocurre en aislamiento;
2. Toda acción genera un efecto, aunque no sea inmediato ni visible;
3.  Que no se vea la reacción no significa que no exista.

 El daño colateral se manifiesta de múltiples formas: 

A veces aparece como un enojo desproporcionado que nace de frustraciones acumuladas; otras, como una palabra dicha “sin mala intención” que deja huella. También se expresa en omisiones repetidas, gestos, miradas, silencios o actitudes de indiferencia. Acciones pequeñas que, sumadas, producen efectos internos profundos en el otro.

El problema es que la reacción emocional no siempre es inmediata ni ocurre frente a quien generó la acción. Muchas veces aparece después, en forma de resentimiento, retraimiento, pérdida de confianza, síntomas emocionales o conductas que parecen exageradas, pero que tienen historia.

La tristeza del daño colateral es que no siempre es intencional.

 Por eso se vuelve tan difícil reconocerlo y hacerse responsable de las consecuencias que genera. Mientras una persona intenta sobrevivir a sus propios conflictos, otra queda cargando con el impacto emocional, lastimada y, muchas veces, sin que su dolor sea visto ni validado.

Este daño queda enterrado en el descuido, la negación y el olvido de quien lastimó, como si nada hubiera ocurrido. Por eso, en muchos casos, la responsabilidad de comprender, sanar y soltar el resentimiento recae en quien fue afectado, ya que el otro no solo no lo carga, sino que ni siquiera lo reconoce.

Seguir adelante cuando no hay reconocimiento ni conciencia del daño exige una decisión interna difícil: dejar de esperar que quien no pudo ver, vea. No porque el dolor no importe, sino porque seguir esperando mantiene la herida abierta. Sanar no es olvidar ni justificar; es dejar de entregar el control emocional a quien no supo —o no quiso— hacerse cargo del impacto que generó.

Ingrediente de la semana: Dignidad silenciosa

Qué es
La capacidad de soportar lo que no fue reconocido sin traicionarse ni endurecerse. Es aceptar la realidad tal como es, sin negar el daño y sin perder la integridad personal.

Por qué importa
No todo dolor será visto ni reparado. Insistir en ser comprendidos cuando el otro no tiene conciencia solo expone la herida y desgasta la dignidad. La dignidad silenciosa no justifica, no olvida y no se somete; elige no ahogarse en lo que no puede cambiar.

Cómo se aplica en la vida diaria
Aceptar lo ocurrido sin explicarse de más ni pedir validación donde no la hay. Cuidar lo que se dice, a quién se le dice y desde dónde se dice. Seguir adelante con coherencia interna, sin venganza, sin reproche y sin autoabandono.

Afirmación de la semana:

Reconozco mi valor y mi poder incluso cuando soy lastimado o humillado. Puedo ver con claridad que, en muchos casos, el daño que recibo nace del desborde emocional y la angustia no resuelta del otro, no de mi valía. Aunque duela, elijo no cargar con el caos ajeno ni permitir que su locura emocional gobierne mi bienestar. Me desligo conscientemente del dolor que no me pertenece y me responsabilizo de cuidarme. Mi paz, mi dignidad y mi bienestar no tienen precio ni dependen de nadie más.

Frase de la semana: 

El desborde del otro puede explicarse, pero  no me corresponde cargarlo.

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