DE LA SOLEDAD SENTIDA AL SENTIDO DE LA SOLEDAD

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La soledad no debe significar una renuncia afectiva o cerrarse a las relaciones interpersonales. La soledad es una decisión personal que hay que valorar. 

Si elegimos como madres seguir nuestro camino solas, sin la presencia cotidiana del padre de nuestros hijos, debemos hacerlo con toda responsabilidad, lo cual es hacerme cargo de lo que elijo. Es cierto que cuesta trabajo acostumbrarse a tomar todas las decisiones, a responderle a la vida en el día a día, a perder el miedo a la libertad, pero también se debe tener la certeza de que se está actuando con base en la confianza en las propias aptitudes, creencias y definiciones y eso a la larga nos hará sentirnos más seguras.

La soledad para una madre que saca adelante sola a sus hijos no es simplemente la ausencia de compañía; es el peso de la responsabilidad absoluta sobre los hombros. Cada decisión, desde lo más cotidiano hasta lo más trascendental, recae en ella. Esa carga la obliga a ser fuerte, incluso en los momentos en los que desearía rendirse o tener a alguien con quien compartir sus dudas y miedos.

Esa soledad también se convierte en motor. Al no tener a quién apoyarse, la madre descubre fuerzas que desconocía en sí misma. Se convierte en estratega, protectora y proveedora a la vez. Aprende a multiplicar lo que tiene y a encontrar soluciones donde otros verían muros. Su soledad se transforma en una forja que moldea su carácter.

Sin embargo, no deja de ser un terreno emocional complejo. La madre experimenta momentos de silencio en los que quisiera un abrazo adulto, alguien que le recuerde que no está sola en la batalla. Esa carencia puede doler profundamente, pero al mismo tiempo le recuerda la importancia de dar a sus hijos un entorno de amor incondicional, para que ellos nunca sientan ese vacío.

La soledad también le regala un espacio de reflexión. Entre desvelos y rutinas, aprende a conocerse mejor, a valorar su resiliencia y a conectar con una fuerza interior que la convierte en ejemplo de fortaleza. Esa soledad, aunque dura, le enseña a amarse y reconocerse como mujer, no solo como madre.

Finalmente, para muchas madres, la soledad se convierte en una especie de maestra silenciosa. Les recuerda que, aunque el camino pueda ser arduo, están dejando huellas profundas en la vida de sus hijos. La ausencia de un compañero no significa ausencia de amor; por el contrario, en esa soledad florece un amor inmenso y valiente, capaz de sostener y transformar vidas.

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