No saber qué sucederá porque no tienes el control absoluto de las cosas, personas y sucesos, seguramente te llevará a la preocupación, que es una sensación inquietante porque crees que algo negativo puede llegar a ocurrir, ya sea que no encuentres rápidamente la solución a un problema actual o potencial, o simplemente porque te sientes amenazado.
Cuando mi papá rebasó los cincuenta años, acostumbraba comer conmigo al salir de su trabajo, al menos, una vez al mes. Llegaba a casa alrededor de las tres de la tarde. Comía, fumaba, conversaba un poco y después veía insistentemente el reloj, volteaba hacia la ventana, se levantaba y finalmente decía “ya me voy”. Los pretextos eran diversos: “…es que se está nublando y no me vaya a agarrar la lluvia antes de llegar a casa”; “mi coche ya no es nuevo y puede fallar en el camino, prefiero que no sea de noche”; “no recuerdo si pasé a comprar lo de la cena y no me vayan a cerrar el súper”…entre muchos otros. ¿Piensas que tal vez se comportaba así debido a que no le gustaba estar en mi casa?…¡No, qué va! Eso mismo hacía en todos lados. Sencillamente, su preocupación era patológica.
Preocuparse es natural y hasta positivo, porque te pone en estado de alerta ante un peligro; sin embargo, dedicar la mayor parte de tu tiempo a la preocupación derivada de múltiples acontecimientos negativos que pudieran ocurrir, es patológico, y se considera uno de los principales síntomas de la ansiedad.
Peor aún si llegas a la meta-preocupación, esto es, preocuparte durante horas por el hecho de estar preocupado; en cuyo caso, la emoción pierde todo sentido y congruencia porque ya no existe motivo alguno, real o imaginario, para sentirse inquieto, sin capacidad de concentrarse, sin la posibilidad de gozar de alguna actividad o incluso, sin poder conciliar el sueño. Simplemente te preocupa estar preocupado.
La gente suele recomendar ocuparse y no preocuparse, aunque es difícil ir directamente a la acción, sin pasar antes por el pensamiento. La preocupación es buena porque permite esbozar soluciones, sólo que hay que dosificarla. Preocúpate un rato para generar una lluvia de ideas tendientes a resolver y, después, anota todas ellas para su análisis. Esto orientará el pensamiento hacia la búsqueda de resultados, pero no te quedes ahí; determina cuál de las soluciones puede implementarse enseguida y cuál es la más compleja, pero también la de mayor impacto en el largo plazo; decide por cuál te inclinas y…¡manos a la obra!
Kerkhof es un terapeuta de la corriente cognitivo-conductual que recomienda medir los tiempos de preocupación para tener conciencia de lo que sucede en el cerebro. El segundo punto del que habla, consiste en preocuparse como cualquier otro trabajo: sentado y con un block de notas frente a ti, o tal vez con la computadora como herramienta para tus anotaciones. Nunca acostado y en los tiempos que deberías dedicar al descanso. Intercala los espacios de preocupación con los de recuerdos positivos. Trae a tu mente aquellas ocasiones en las que el panorama lucía negro y, sin embargo, las cosas no eran tan graves y saliste bien librado, es más, hasta con beneficios; enriquece tu memoria con recuerdos de olores, sabores y colores agradables.
Una opción más,es distraerte con otras actividades, como regar tus plantas, jugar con tu perro, escuchar tu canción favorita, bailar frente al espejo, hablarle a un amigo por teléfono, salirte a tomar un café…en fin, tareas que disfrutes y te alejen del pensamiento obsesivo.
Si crees que hacerlo solo es difícil, acude a un coach o a un terapeuta. Búscame en gabycruzcoach.com
Comentarios