Hay quien se muerde la lengua, es decir, se obliga a quedar bien con los demás o a no quedar mal. En cambio, hay quien se depila la lengua y es una persona con 'la lengua depilada': dice lo que piensa y piensa, previamente, lo que quiere decir.
Se acabó la mojigatería, es tiempo de valientes, de gente empoderada, libre, osada, genuina y auténtica. La esclavitud basada en el auto ostracismo o la auto censura, debe llegar a su fin si queremos ser felices, tener una vida plena de sentido y que nos merezca haber pasado un tiempo en la Tierra o eso llamado 'Vida'.
No se trata tanto de 'impactar' a otros sino de hacernos sentir a nosotros mismos que somos alguien que nos merece la pena, alguien, cuyas capacidades, características y alma, nos hace sentir bendecidos y contentos por haber nacido. Si somos luz, iluminaremos a propios y a extraños.
La luz sólo existe si hay libertad. Las personas que se muerden la lengua, que construyen un personaje de supervivencia para quedar bien con los demás y lograr el aplauso general y el éxito (ahora se les llama 'influencers'), no tienen luz, han metido a su alma, a su yo, en las mazmorras donde no entra la luz de la autenticidad, o sea, del amor. Ergo, no proyectan luz en los demás sino sombra, su sombra, su falsedad... Por eso son tan atractivos y adictivos, lamentablemente.
Sólo lo igual atrae a lo igual.
Si estás harta, harto, de las consignas feministoides, hembristas o wokistas... Este libro es para tí.
La era de las personas ILIMITADAS ha llegado.
Somos más que un género, somos más que un cuerpo, somos un alma plena de sentido con una misión que cumplir: la visión de nuestra alma.
Sólo tienes, tengo, tenemos, una vida para vivir. De cada uno de nosotros depende que merezca la pena.
- Han aprendido de sus ‘coscorrones vitales’
- Han digerido bien los resultados de éxito o de fracaso
- Tienen opinión propia y la expresan sin ‘pelos en la lengua’
- Poseen altas dosis de valor, autoestima y confianza en sí mismas
- Son auténticas: no tienen ‘agendas escondidas’, dobleces o incongruencias.
- Son luchadoras, no se rinden ante las dificultades.
- Son defensoras de la meritocracia.
- Sólo rinden cuenta a su alma, son fieles a sus principios y no quieren tener otros porque prefieren su tranquilidad de conciencia al aplauso social.
- Tienen con los demás la relación que tienen consigo mismas.
- Saben que el amor nutre no destruye.
- No quieren ser políticamente correctos
- SonEdición ‘IlimitHada’
EXTRACTO DEL LIBRO, a la venta en Amazon
En un mundo en el que, no es lo que tienes lo que hace que te
valoren, sino los contactos que atesores en tu agenda y de los
cuales puedas presumir, lanzarte a perseguir tú sueño y aspirar a
triunfar, es, como poco, de temerarios cuando no, de
inconscientes. Lo de ser mujer ha cambiado mucho. El feminismo,
no sólo ya no es lo que fue, sino que, además, dejó de saberse lo
qué es. Las relaciones entre hombres y mujeres se han
complicado tanto que se diría que casi mejor volverse ‘ángel’ a no
ser que tengas más moral que el alcoyano y una potra de aúpa. La
vida, en sí misma, ha devenido en un puro galimatías como si,
ésta, no fuera ya de por sí compleja y atiborrada de dificultades
acechando en cada esquina. La vida, cada día más, se asemeja a
una novela policiaca o a un thriller de esos en los que asesinan a
más de uno y descubrirlo es tarea sólo apta para Sherlock Holmes
y similares. Quítale los ‘asesinatos literales’ pero déjalos como
metáfora y verás que siempre hay alguien dispuesto a cargarse tu
proyecto, sueño, relación o todo ello.
Antoinette no era de esas que, un buen día dejan su país o su vida
por amor a un hombre, como suele suceder en las novelas clásicas
donde el romance es la ‘razón de ser’ de la protagonista. Por lo
que, cuando conoció a un hombre fuera de lo común en un ‘work
shop’ internacional –ambos trabajaban en el mundo de la
publicidad, más concretamente en agencias publicitarias-, no fue
amor al primer mordisco de un delicioso canapé, ni al segundo, ni
al tercero… No porque él no lo hubiera querido sino porque ella
estaba muy comprometida con su trabajo en la agencia, además
de ser una casada sin lagunas que compensar en el ‘matrimonio’
ni excusas que despejar. Samuel, Sam para los amigos, le atrajo
desde el principio: unos ojos negros en los que brillaban las
estrellas de su ingenio, una sonrisa que servía de portal a un
discurso ingenioso y divertido, una personalidad que auguraba
días que no atraerían el aburrimiento ni alejarían la magia, y un
‘algo’ que emanaba de él en cada mirada, en cada gesto, en cada
palabra... A partir del primer encuentro, optaron por la sorpresa
por lo que, entre eventos, nunca intercambiaron e-mails.
Preferían ignorar si, el otro, acudiría o no al ‘próximo evento
internacional’. El buscarse arreciaba el interés... Era su particular
‘cita a ciegas’ o campaña publicitaria ‘teaser’ (intriga). Pasó
bastante tiempo hasta que se decidieron a intercambiar sus
respectivos números de teléfono. El factor sorpresa dejó de
importar cuando, al ir ganando terreno el sentimiento, la
necesidad de la certeza pasó a tener un peso considerable o
categoría de ‘variable decisiva’. El destino, siempre tan presto a
meter las narices en los asuntos humanos, cooperó en forma de
‘casualidad’. El mundo se convierte en un lugar muy pequeño
cuando tu ángel de la guarda te echa una mano para que
descubras que, un determinado ‘tomo’ o ‘aspecto’ de tu
existencia, toca a su fin. Sucedió que, en el aeropuerto, vio a su
marido con otra, un día, en el que ella regresaba de una
inesperada reunión en la oficina de un cliente, sita en otra ciudad.
A pesar de conocer a Sam y de estar interesada en él, enterarse
de que su marido se la pegaba con otra le dejó la autoestima
hecha unos zorros. Ella estaba convencida de que su marido era
su mejor amigo, alguien incapaz de traicionarla, no porque no
pudiese enamorarse de otra puesto que ya se sabe que nada es
imposible en esta vida. sino porque confiaba en que, caso de que
sucediera algo así, él se lo diría. Craso error, no fue así como él
procedió. Se comportó cual vulgar caballerete de oxidada
armadura, se lo calló y fingió que todo seguía igual.
¿La habría tomado por tonta?
Todo era posible.
Quien sí, al parecer, la había tomado por tonta era su jefe, el CEO
de la compañía. Tras un cierto tiempo prometiéndole ‘el oro y el
moro’, o sea, un incremento de sueldo y un retoque en el cargo,
había optado por dárselo a la recién llegada que venía con
‘recomendaciones’. Es lo que tiene tener ‘contactos’. Con el
tiempo, se demostró que era un bluff: mucha apariencia y poco
contenido. El ‘defecto’ de Antoniette era que se tomaba muy en
serio su trabajo y creía en el valor de la meritocracia. A juzgar por
los resultados, su modo de proceder se había revelado erróneo.
La promocionada era más simpática que ella, dedicaba mucho
más tiempo a las relaciones públicas (aunque sería mejor quitarle
la ‘l’), que a trabajar y, físicamente, era más resultona que
Antoinette, algo que suele cotizar al alza entre el público
masculino. Nunca hay que menospreciar el poder de la seducción.
El headhunter, que intermedió en su contratación/fichaje, se lo
había comentado: “tú dedicas más tiempo a trabajar que a ir de
cócteles”. Si bien, él no lo dijo como algo negativo, sino que lo
resaltó como un elemento positivo, un ‘must’.
Con tanto ‘tsunami’ en su vida personal y laboral, decidió
ausentarse un tiempo de la profesión, esto es, dejó de asistir a los
eventos internacionales en los que solía coincidir con Sam. Sin
embargo, la fuerza del destino los volvió a reunir en el lugar más
inesperado. No en vano, a Antoinette, las coincidencias o ‘guiños
del destino’, la perseguían. Ese día, ni tan siquiera se había
acordado de él. Tenía muchas cosas en las que pensar, entre
otras, si además de dejar a su marido, debería, asimismo, dejar la
agencia e irse a otro lugar para cambiar de aires. No hizo falta, los
aires fueron a buscarla a ella. Aprovechando que su mejor amiga
residía en otro país, Italia para más señas, optó por hacerle una
visita. Quería alejarse de París no sólo para tomar perspectiva sino
para, de paso, sondear la opinión de su amiga y excolega Juliette,
a la que había conocido, años atrás, en la misma agencia de
publicidad en la que ella aún trabajaba, la cual, además de serle
valiosa por el cariño que le profesaba, poseía un sentido común
fuera de lo normal producto resultante de su gran personalidad y
madurez psicológica.
Juliette, para los italianos Guilietta Bulgari, antes de dedicarse a
escribir libros para animar a las mujeres a ser lo mejor de sí
mismas -eso que se había dado en llamar ‘empoderamiento’ por
aquello de haber hecho una traducción literal del término
americano ‘empowerment’-, había sido publicista y hacía tiempo
que se había divorciado simbólica y no tan simbólicamente, de las
memeces, de los memos y del hacer la pelota al poder de turno.
Juliette, haciendo gala de su sentido común, practicidad y
coherencia, la había animado a dejar al marido y, ¡por qué no!, a su
jefe.
“Chèrie, tienes que hacer una mudanza radical, un ‘déménage’ a
lo bestia”, le había ordenado más que sugerido Juliette.
En la vida, en ciertas ocasiones, hay que proceder como si no
hubiese un mañana. De nada valen los apaños o las medias tintas:
o todo o nada. Divorciarse y quedarse en París trabajando en la
misma agencia de publicidad en la que, tú jefe, te la ha ‘pegado’
simbólica y profesionalmente con otra, ¡ni hablar! Ella, como
experta en empoderamiento femenino, lo tenía clarísimo.
Mientras que, Antoinette, lo tenía ‘nublado’.
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