Hay momentos en la vida de los seres humanos en que se torna necesario detenerse para pensar si el rumbo que hemos tomado es el correcto o por el contrario debemos hacer modificaciones.
Esto me sucedió con motivo de diversos contratiempos que espontáneamente fueron apareciendo a lo largo de mi vida.
¿Qué conclusiones pude extraer de esas experiencias? Fueron varias, pero la más importante es que siempre se puede volver a empezar, porque la vida nos da nuevas oportunidades. Frente a la frustración que puede significar un fracaso en cualquiera de las áreas en las cuales nos desempeñamos, se me ocurrió que debía idear un itinerario para no cometer los mismos errores y para diseñar un plan de acción tendiente a obtener resultados diferentes a los que había logrado hasta el presente.
De ese modo lo primero que hice fue analizar lo vivido. Sin emitir juicios de valor en el sentido de si los episodios que me tuvieron como protagonista fueron buenos o malos. Simplemente analizar y aceptar la realidad tal cual ella fue. Inmediatamente me vino a la mente el pensar qué es lo que me había sucedido. En otras palabras, con mesura y tranquilidad ingresar en el estudio de los hechos tal cual ellos ocurrieron.
Una vez que tuve claro como sucedieron los acontecimientos, me detuve a pensar cual podía haber sido mi error. Parto de la base de que siempre que atravieso por una crisis personal o por un tiempo difícil, me puede corresponder una parte de la responsabilidad en lo que me sucede. Y sí…siempre encuentro algún error, involuntario a veces y otras veces por fallas en la apreciación del escenario dónde se desarrolla mi vida.
Sin duda que el impacto que significa un fracaso es muy fuerte. Y no solo es muy fuerte, sino que hizo temblar mi autoestima y un sentimiento de inseguridad ganó terreno en esas circunstancias. Sin embargo, el desafío ha sido grande y el objetivo fue reconstruir mi persona. No es un objetivo menor, pero si la dignidad es lo último que podemos perder, no hay tiempo para lamentos interminables y sí para poner manos a la obra en forma inmediata.
La pregunta que me hice entonces fue ¿cuáles son las herramientas con que cuento? ¿ De qué me puedo valer para llevar a cabo esa ardua tarea de la reconstrucción de mi persona. Allí me di cuenta que mi mente era mi gran aliada porque allí se generan los pensamientos, las ideas, los proyectos, las metas y los objetivos que son el motor que mueve la motivación y la voluntad de recuperar la alegría de vivir.
También mi experiencia de vida, los éxitos logrados a lo largo de mi existencia fueron puntales importantes para creer en mi capacidad de reconstrucción frente a la adversidad. Me di cuenta que el primer paso era reconstruir mi autoestima como si fuera un adorno de cristal que al caerse se rompió en muchos trozos. Tarea artesanal y fundamental como pilar del proceso de cambio necesario para generar una nueva identidad.
En ese momento percibí que estaba en movimiento, y que mi dirigía hacia una nueva dimensión que me permitiría recuperar la creencia de que se puede volver a empezar aún cuando las heridas del alma estén presentes. Esa capacidad que tenemos los seres humanos de recuperarnos frente a las frustraciones de la vida, actuó como un impulso generador de un nuevo proyecto de vida.
A nadie le gusta perder en ningún ámbito de su vida. Sin embargo, tenemos que saber que no todos nuestros sueños se cumplen, lo cual no puede ni debe ser obstáculo para mirar hacia delante e ir tras nuestros objetivos. Es muy importante saber adónde queremos llegar, tanto como de dónde partimos.
Curiosamente la enorme mayoría de las respuestas a los interrogantes que nos planteamos en estos períodos críticos de nuestra vida, residen en nuestro interior. El diálogo interno, el sentarse a tomar un café con uno mismo, son experiencias formidables para incrementar el conocimiento interior y reconocernos como personas que somos falibles y que nos podemos equivocar al tomar ciertas decisiones.
El errar solo certifica nuestra condición humana y no nos tiene que avergonzar. Es el momento me dije de diseñar una nueva estrategia para mi vida. ¿Qué debo conservar y qué debo modificar? Aquí los elementos más comunes como un cuaderno y algo para escribir fueron de suma utilidad para plasmar en el papel las ideas que iban surgiendo de mis pensamientos y de mis sentimientos. Paso a paso y pensando en profundidad lo que quería lograr con el cambio.
A una conclusión llegué y es que nadie puede cambiar de un día para el otro. Los cambios se dan en forma paulatina y progresiva, en la medida que vamos teniendo la íntima convicción de que el camino elegido es el que deseamos para nuestra vida.
Tú también puedes volver a empezar si estás atravesando por un período de tu vida en el que sientes que debes cambiar para preservar tu salud física y tu salud emocional.
Toma la decisión. Es hoy, no mañana ni algún día.
Créeme que no te arrepentirás.
Dr. Walter Dresel
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