Debido a que la mujer ha ido escalando peldaños lentamente, en un mundo que solía ser sólo de hombres y para hombres, y que, incluso, en algunos lugares del planeta lo sigue siendo (a veces más cercanos de lo que imaginamos), ha interiorizado el paradigma de que, para ser valiosa, hay que hacer cosas extraordinarias, o, al menos, lucir un traje de “guerrera” que la haga merecedora de una vida digna.
Es verdad que en la historia del ser humano, abundan las hazañas de mujeres, que tal vez, jamás escuchamos, por ejemplo, en el año 400 a. C. existió en Grecia una mujer de nombre Agnodice, que fue condenada a muerte por ejercer labores ginecológicas; Kate Sheppard, quien reunió 32,000 firmas en Nueva Zelanda, en el año 1893, para conseguir el derecho al voto para la mujer, o ya en el siglo XX, específicamente en 1951, Doria Shafik, congregó a 1,500 mujeres en Egipto para exigir en el Parlamento igualdad salarial y reformas a las leyes del estado civil.
El siglo XXI también se caracteriza por la presencia de mujeres destacadas, como Ángela Merkel, canciller de Alemania de 2005 a 2021 y considerada como la mujer más poderosa del mundo, por la revista Forbes, o Malala Yousafzai, de origen pakistaní, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 2012, por su lucha a favor de los derechos de las niñas en su país. También algunas que no aparecen en todos los diarios, pero que son altamente reconocidas en el mundo empresarial; tal es el caso de Sheryl Sandberg, economista, autora estadounidense y directora operativa de Facebook hasta agosto de 2022, fundadora de Leanin.org; Susan Diane Wojcicki, ejecutiva de negocios estadounidense que fue directora ejecutiva de YouTube de 2014 a 2023 y Natalia Bayona, directora ejecutiva de la Organización Mundial del Turismo, entre muchas otras.
Pero ¿qué sucede si no eres una mujer de negocios, una líder de opinión o una científica destacada? Tal vez te sientas muy alejada de las mujeres mencionadas y creas que tu valor estriba en ser la mejor madre, la esposa perfecta, la empleada que nunca falla, la que mantiene la casa impecable y la mejor administradora del gasto; por supuesto, ¡todo al mismo tiempo! Y de no conseguirlo, no te llevarás la medalla de la mujer brillante que deseas obtener a través del reconocimiento de los demás. En realidad, vales porque eres un ser humano que, como cualquier otro, merece ser feliz y sentirse realizada, por ti misma y no por lo que otros opinen de ti.
Haz la lista de lo que te gustaría vivir, ver, ser y tener, para que la contrastes con lo que la gente cree que deberías de ser y hacer; tal vez ahí aparezca: hacer lo que te gusta y apasiona, divertirte mucho sola y en compañía, comprarte lo que más deseas, tener más tiempo libre, ir a una cita con tus amigas sin estar viendo el reloj, y mil cosas más que se te podrían ocurrir. No es necesario sufrir cien años para ganarte un minuto de placer; detente y concéntrate en lo que le da valor a tu vida, y sí, seguramente estará tener una buena relación de pareja, dar lo mejor a tus hijos y triunfar en el trabajo, pero ¡con todas tus imperfecciones! Eso te hará sentir más relajada.
Para acercarte a lo que trae valor a tu vida, es necesario un plan y que te prepares para entrar en acción, por eso te sugiero:
- Evita improvisar para que tus pasos sean más firmes
- Confía en tus talentos y muéstralos sin timidez
- No le des todo el tiempo a la familia, ni todo el tiempo al trabajo, equilibra la balanza, de acuerdo con tus prioridades
- Nunca te permitas sentirte sola. Cuando estés contigo misma disfruta el momento, pero no dudes en llamar a alguien a quien tengas ganas de ver. Una red de apoyo es siempre indispensable
- Atrévete a lo que pocos se atreven para desafiar tus barreras reales e imaginarias
- Equilibra tu razón con tu emoción para que tomes mejores decisiones
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