Me pregunté muchas veces al poner el título a mi libro “Mujeres al mando” (Librerías Porrúa) si no sonaría prepotente y arrogante, como colocándonos por encima de los varones aludiendo a una dominación de la que tanto nos quejamos en su momento las mujeres que queríamos compartir una vida de igual a igual. El sentido que en realidad quiero darle a “tener el mando” es el que corresponde a la autonomía, a ser protagonistas de nuestras propias vidas, que es la base real del enriquecimiento personal.
Estar al “mando” es asumir la responsabilidad completa de nuestras acciones al ostentar el papel principal en la construcción del destino de nuestras vidas, en vez de vivir a través de los otros. Sé que hay que vencer el miedo a exponerse, a transgredir nuestras creencias limitantes, a caer en contradicciones, a incumplir con las expectativas que otros tienen de nosotras pero estoy convencida que podemos apostar, hoy en día, en nuestra sociedad, por una vida más atractiva y respetable, y que el prestigio, la autoridad, el dinero y el poder, no estén peleadas con la posibilidad de acompañar amorosa y armoniosamente a un hombre.
Estar al “mando” es también ser protagonista de nuestra propia película, es abrirse a las transformaciones del mundo, es correr riesgos, es consolidar la confianza en nosotras, es tener metas y anhelos que nos permiten tener más autoestima y poder personal, en una palabra es ser una primera actriz y no de reparto. Sin embargo las mujeres autónomas dan el mensaje que por ser fuertes no necesitan de nadie, incluyendo a la pareja y en el extremo nadie las compadece ni mucho menos reconoce su esfuerzo y logros.
Según los autores catalanes de la llamada Ecología Emocional Mercé Conangla y Jaume Soler, la autonomía personal es asumir la responsabilidad de la propia existencia lo que no supone no necesitar de los demás sino tan sólo no depender de ellos. De hecho afirman: "Nos construimos con los demás y con ellos nos hacemos personas".
En este artículo estar al mando y ser autónoma lo tomamos como sinónimos. Porque al mando que nos referimos es a mandar en nuestras propias vidas. Ejercer el poder personal para decidir lo que a uno más le conviene según sus propios valores y principios y sin hacer daño a nadie. Simone de Beauvoir escribió en su libro “El segundo sexo”, en 1949: “La mujer libre apenas si está por nacer la vida en común de dos seres libres es para ambos un enriquecimiento y en las ocupaciones del otro cada uno encuentra el estímulo de su propia independencia. La mujer que se basta a sí misma logra soltar a su marido de la esclavitud conyugal, que eso significa su propio rescate”.
Es cierto que a veces nos confundimos y creemos que ostentar el mando quiere decir tener el control de la vida de otros, pensamos que el poder nos da pase a la posesividad y que además no necesitamos de nadie, nos volvemos autoritarias y carecemos de confianza en el otro porque creemos que nadie puede hacerlo mejor que nosotras. En realidad todos necesitamos de todos, de una u otra forma. Nadie es completamente autosuficiente, pero eso no quiere decir que perdamos seguridad en aras de hacernos acompañar de otros; al contrario, la vida tiene matices y colores distintos cuando compartimos nuestra existencia con quienes amamos.
Es verdad que tenemos que lidiar hoy en día con el hecho de que la mayoría de las mujeres en este país están alcanzando su autonomía y más vale que nos acostumbremos a ello rápidamente. Es increíble en que poco tiempo se ha dado la evolución de las mujeres. Aunque por el momento todavía tengamos que pagar el precio por ello. Por ejemplo, para muchos varones las mujeres autónomas no despertamos ni tantita compasión y eso tiene un costo alto. En el mejor de los casos hay algunas mujeres que solo se sienten compadecidas por otra mujer autónoma cuando se enferman, están en medio de la adversidad o sufren un descalabro en el trabajo. En muchas ocasiones ni los propios hijos las compadecen, en parte porque siempre les han hecho creer que son “las mujeres maravilla” tratando de cumplir en todos lados, y ellos se acostumbran a que su fortaleza no admite vulnerabilidad, la pareja se compadece todavía menos, porque encuentra su justificación en la misma fortaleza e invulnerabilidad de la mujer o en el argumento de sentirse desplazado y no apto para apoyarla. En el fondo se siente menos. Hay quien piensa que la manera en que ellos se sienten tiene que ver con el mensaje que les lanzamos con nuestra autonomía.
Cada vez un mayor número de mujeres del siglo XXI están decididas a conquistar sus más acariciados sueños con esfuerzo y preparación, lo que les está permitiendo desarrollar un gran poder personal que las sitúa al mando de sus vidas y en muchas ocasiones -incluso sin buscarlo- las lleva a tener posiciones destacadas en la sociedad, pero, paradójicamente, también están colocadas lejos del corazón de muchos hombres para quienes este tipo de mujeres autónomas les parecen lejanas y hasta inalcanzables.
Desafortunadamente los desencuentros amorosos siguen creciendo y provocando tristeza y desolación y muchos de ellos tienen su causa en la incomprensión de las necesidades de desarrollo de las mujeres que ellas la viven como falta de aceptación y compromiso por parte de su pareja.
Hoy, el 60% de las mujeres está dentro del mercado laboral en México. Muchas de ellas gozan de posiciones de poder en sus empleos y cargos públicos. Otras son emprendedoras y tienen negocios exitosos, o son profesionistas independientes, y la mayoría, son además, jefas de familia. Todas ellas son mujeres autónomas que han tenido que tomar el mando de sus propias vidas y familias porque como madres solas y cabezas del hogar, han asumido la absoluta guía casi siempre por la ausencia del padre de sus hijos, y no por tanto por una libre elección.
De hecho, una de cada tres familias en México tiene al mando una mujer que se ocupa por completo de llevar el hogar con muchas dificultades porque en la mayoría de los casos el padre se desentiende por completo del aporte económico y emocional. Ella provee, medio educa, está llena de responsabilidades, y vive agobiada por la función que tiene que dar todos los días en un circo de tres pistas, la casa, los hijos y el trabajo fuera del hogar. En ocasiones ni tiempo hay de buscarse un novio y con frecuencia estas mujeres son molestadas por su ex pareja. Cuando al fin encuentran a esa persona para compartir la vida, su autosuficiencia los espanta. La mayoría de los hombres no fueron educados para ver en la mujer a un ser que toma la iniciativa, decide, emprende, crece, y puede incluso llegar a tener cargos e ingresos más importantes.
Con todo, las mujeres van logrando su autonomía, pero todavía hay que vencer muchos obstáculos y aún así siempre habrá quienes prefieran vivir con apegos y bajo la sombra de otros, los padres, el marido, los hijos.
La ex ministra española de cultura Carmen Alborch dice: “Aún nos cuesta reconocer autoridad a las mujeres, liberarnos de prejuicios, de ciertas tradiciones, de aquello que obstaculiza nuestra plena autonomía, que mantiene la asimetría, que potencia y exagera los enfrentamientos” (Alborch, 2002).
Y a todo esto, ¿de dónde viene la palabra autonomía? Vayamos a la etimología que es la raíz del término. La palabra autonomía se conforma de la suma de dos conceptos: auto y nomía. Auto significa uno mismo, de sí mismo, y nomía deriva del griego nomos que quiere decir ley, norma, costumbre y de su extensión nomía que significa sistematización de las leyes, normas, conocimientos de una materia en específico. Entonces autónomo es aquel capaz de administrar, sistematizar y decidir sus propias normas, reglas y costumbres y a vivir de acuerdo a ellas.
Por su parte, la experta en desarrollo humano Guadalupe Urrutia habla de autonomía en estos términos: “Cuánto más me valoro menos demando de los demás. Me es suficiente lo que me doy. Cuanto menos demando de otros más confianza siento en mí mismo. Cuanto más confío en mí y los demás, más puedo amar”. Creo que este es el principal regalo de la autonomía, me permite amarme más y amar más a otros. Y tú, ¿eres una mujer autónoma?
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