Los miedos y los sentimientos de culpa nos acompañan muchas veces a lo largo de nuestra vida y yo te pregunto: ¿quién no ha sentido miedo alguna vez o quién no ha experimentado un cierto sentimiento de culpa frente a determinados hechos que lo han tenido como protagonista a lo largo de su existencia? Pero vayamos por partes. El miedo es un mecanismo de defensa que utilizamos los seres humanos cuando estamos por ingresar en terrenos que no conocemos o que nos generan de alguna manera una cierta inestabilidad. Ese miedo se transforma en un mecanismo de autoprotección a los efectos de no sufrir las consecuencias de lo que puede ser atravesar esa imaginaria y delgada línea que hay entre lo que queremos, lo que sentimos y lo que deseamos y la posible consecuencia que generalmente está más en nuestra fantasía o en nuestra ilusión, o en nuestro pensamiento, que en la realidad. Preferimos quedarnos donde estamos.
Entiendo que al miedo en lugar de rechazarlo, uno tiene que abrazarlo, uno tiene que integrarlo a su persona. ¿Por qué? Porque todos hemos atravesado situaciones de miedo en distintas circunstancias. Al miedo hay que aceptarlo, hay que procesarlo, hay que darle su justo lugar. Y es un buen momento para mirarse en ese espejo del alma y preguntarse por qué estoy temiendo, qué es lo que me está pasando que culmina en ese sentimiento de temor que no me permite avanzar en la vida. Y junto con ese miedo se asocian los sentimientos de culpa y vivir la vida manejando un sentimiento de culpa se va convirtiendo en un ejercicio absolutamente improductivo que consume tu energía, no te aproxima a la solución que estás necesitando para resolver tus problemas.
Cuánto tiempo inútil invertimos con nuestra mente en pensamientos negativos, cuán productivo podría ser ese espacio de nuestra vida si aprendiéramos a utilizarlo en buscar soluciones prácticas a esos conflictos o a esas incertidumbres que se nos presentan en el camino de la vida.
Porque no se trata de no tener problemas, conflictos, inseguridades, porque eso sería prácticamente incompatible con la vida moderna. Pero de lo que se trata es de desarrollar ciertas habilidades para adquirir la visión de que las circunstancias en las cuales estamos involucrados puedan ser interpretadas como una oportunidad de cambiar, como una oportunidad de poder vivir y disfrutar mejor de lo que la vida nos está ofreciendo.
Son situaciones, coyunturas y puntos de inflexión que nos aproximan cada vez más a aceptar que somos acreedores y merecedores del bienestar. Pero para eso se requiere abrir nuestra mente y lo que te planteo es que te permitas por lo menos agregar una visión más a la que tú tienes. Abrir una pequeña ventana que te va a permitir también visualizar tu vida y tu mundo desde un ángulo diferente. Y… abrir la mente significa ajustar nuestras posturas, aceptar que nuestras creencias que hasta el día de hoy estábamos manejando, no son inamovibles sino que pueden ser analizadas desde ópticas diferentes y adoptarlas y adaptarlas al escenario en el que se está desarrollando tu vida, día a día.
La forma que utilizamos nuestro tiempo es un reflejo muy claro de cuál es el concepto que tenemos de nuestra vida y de lo que esperamos de ella. Y una forma práctica y útil de respetarnos y comprendernos es aceptar que la vida se vive en un solo sentido y ese sentido es hacia adelante, y que no hay jamás marcha atrás en los episodios que ya vivimos por más tristes que ellos hayan sido. Pero sí hay un hoy, sí hay un mañana, sí hay algo que está siendo diferente en el día de hoy. Y esas tristezas que venimos arrastrando durante muchos años, esas heridas abiertas del alma duelen, sí claro que duelen, pero si nosotros no ayudamos a que esas heridas cicatricen, cierren y nos permitan volver a creer que seremos capaces de poder visualizar un futuro diferente, estaremos dejando pasar un tiempo precioso y oportunidades que quizás no se vuelvan a presentar en nuestra vida. Un tiempo que no volverá y del cual podemos quizás estar muy arrepentidos de haberlo dejado pasar sin intervenir para poner orden en nuestros pensamientos y en nuestra casa interna.
Pregúntate: ¿por qué no me estoy permitiendo determinadas cosas? ¿Qué es lo que me detiene? ¿Qué es lo peor que me podría pasar? Y esto es una buena medida para que un ser humano pueda establecer un diálogo interno, fructífero, que le permita posteriormente tomar decisiones con cierta seguridad, a pesar de que como hemos reflexionado tantas veces, ninguna decisión en la vida tiene una garantía escrita ni una garantía por determinado tiempo.
Esto quiere decir que nunca sabemos de antemano si estamos eligiendo el camino correcto o si hemos tomado la decisión acertada en el momento justo.
Pero también sucede con esta postura del miedo y de la culpa, como derivación lógica, de que no siempre aquello que sentimos, pensamos o proyectamos, culmina con la satisfacción de nuestros deseos y suele suceder que el sentimiento de pérdida y la sensación de fracaso y frustración pueden llegar a ser muy fuertes por habernos equivocado o por haber postergado una decisión que debimos tomar.
Si te has equivocado, lo importante es que aprendas de tus fallas. El ser humano se forma constantemente hasta el último día de su existencia. ¡Ten la humildad de reconocer tus errores y extraer de ellos lo mejor!
Dr. Walter Dresel
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