En casa, a las tareas del hogar se le suman otras más. De acuerdo con la CEPAL, el COVID profundizó la crisis de los cuidados en América Latina, que afecta más a las mujeres.
Las medidas de mitigación de la epidemia de COVID convirtieron al hogar en oficina, en consultorio y en escuela para millones de personas. Si bien, hubo algunos que por sus actividades no pueden cumplir con la cuarentena al pie de la letra, en la mayoría de los hogares la vida laboral y escolar se trasladó a los domicilios, el resultado colateral es que a las mamás (que este fin de semana festejan su Día) se les sumaron más horas de trabajo no remunerado.
Es el caso de Mónica, mamá de una adolescente con epilepsia; Lizbeth, madre de dos pequeños, y Guadalupe, una ama de casa de 55 años que fue contagiada de COVID por sus hijas. Todas detallaron cómo ha sido la cuarentena para ellas: coinciden en que su mayor temor es que sus hijos se enfermen o contagien.
A Mónica, mamá de Sofía, desde septiembre pasado una enfermedad de su hija la colocó en filas de hospitales, en pláticas con médicos del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán y del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (los primeros hospitales COVID).
Antes de cerrar el año pasado, Sofía tuvo episodios distintos a los que en sus siete años como paciente con epilepsia había tenido. Al diagnóstico que le dieron en 2012, se le agregó el de disautonomía, una afectación en el Sistema Nervioso Autónomo –que regula las actividades involuntarias: pulso, presión respiración, temperatura– y causa mareos, fatiga y hasta desmayos.
Eso obligó a Mónica a dejar su trabajo a principios del 2020 para que pudiera estar el pendiente de su hija, quien hasta antes de que comenzara la epidemia estuvo hospitalizada. Para cuando el COVID-19 se instaló en México y suspendieron las clases y ordenaron el confinamiento, la joven madre ya llevaba un tiempo en casa, cuidando no solo de Sofía (17 años), sino también de su hijo mayor Marco (18 años) y del más pequeño, Miguel (10 años).
Así es como Mónica dejó de estar en la industria del servicio –en restaurantes y estudiante mixiología– y comenzó a trabajar en huertos con su hijo menor y tomando clases por WhatsApp. A la vez, continuaba alentando a su hijo mayor en sus estudios –que está a punto de graduarse de la preparatoria y quiere ser psicólogo–, y seguía cuidando a Sofía, a quien para no exponerla en los hospitales en estos momentos, ha optado por aprender otras técnicas caseras y a tranquilizarse para cuando le da una crisis.
“Si yo antes corría por una gripa, temperatura, raspón, dolor de oídos, con Sofi, ahora lo tenía que resolver como mi abuela: desde casa, con los remedios que yo tuviera a la mano, porque no iba a exponerme ni a mí, ni a mi hija, ni a mi familia a un contagio más y tenía que tener calma porque todo iba a pasar”, dice.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ha advertido de la complejidad de la organización de la atención a la salud y sobre cómo las familias se hacen cargo de los cuidados de la salud de sus integrantes, lo que implica, entre otras tareas, la compra de medicamentos, la contratación de servicios y el cuidado directo de las personas enfermas.
“Para cuantificar estos cuidados no remunerados, en México, se estimó que el valor monetario de los cuidados de salud brindados en el hogar equivalía al 85.5% del valor de los servicios hospitalarios y que las mujeres aportaban con su trabajo un 72.2% de ese valor monetario”, señala el organismo.
Para Mónica fue “paradójico” que la pandemia le viniera bien a ella. Ya que cuando dejó su trabajo y se sentía improductiva, y ahora tenía que "ser mantenida" por su esposo, quien trabaja en el Servicio Postal, la pandemia fue un “parteaguas” porque de repente todos se encontraban en una situación similar y fuera de su normalidad.
“Creo que la pandemia me vino bien a mí”, comenta al contar sobre el brinco de ser una persona con salario a pasarse del otro lado y estar en casa, en hospitales y al cuidado al 100% de sus hijos, una situación en la que se sentía “a contracorriente”.
“De pronto ya no era la epilepsia, ya era el coronavirus, y ahora toda la sociedad tenía que vivir un proceso diferente, es como cuando te dicen tienes que empatizarte con un ciego y como que ahora la pandemia le puso la venda a todos y nos puso en la misma situación a todos”, afirma.
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