Todos tenemos miedo a fracasar en algún campo de la vida: familia, matrimonio, trabajo, deporte, amigos. Y por otro lado sabemos que la vida no es perfecta, está llena de problemas y momentos difíciles. ¿Cómo entonces está esto de aceptar el fracaso? ¿Qué hay detrás de no lograr lo que deseamos?
“El mayor error que puede cometer un hombre es estar siempre temiendo cometer un error”, nos dice Elbert Hubbard. Hoy quiero compartir contigo ese comportamiento que está detrás de un pánico a fracasar, y se llama perfeccionismo. ¿Te suena?, ¿te exiges demasiado? ¿Nunca te parece suficiente?
Vamos a hablar de dos tipos de personas: las perfeccionistas y los optimalistas. Los primeros rechazan el fracaso, mientras que los segundos lo aceptan. Es importante mencionar que son cualidades que no aparecen en una persona al cien por ciento. Es decir, puedes ser perfeccionista con tus hijos y no serlo tanto en el arreglo de tu casa. Generalmente domina una de ellas.
Ahora bien, los perfeccionistas y los optimalistas no difieren en sus aspiraciones o propósitos que marcan para sí mismos. Ambos manifiestan los mismos niveles de ambición y deseo intenso de alcanzar sus objetivos. La diferencia está en como cada uno aborda el proceso de conseguir sus objetivos.
Para el perfeccionista el fracaso no tiene cabida en el trayecto al subir hasta la cumbre de la montaña; el recorrido ideal hacia sus objetivos es el más corto, el más directo: una línea recta. Todo lo que impide su progreso hacia su última intención se considera como un obstáculo inoportuno, un impedimento en su camino.
Para el optimalista, el fracaso constituye una parte inevitable del viaje de trasladarse desde donde se está hasta donde se quiere estar. Considera que el recorrido óptimo no es una línea recta, sino algo más parecido a una espiral ascendente; si bien se dirige hacia su objetivo, sabe que a lo largo del camino habrá varios desvíos.
El querer lograr nuestros objetivos como una línea recta no corresponde a la realidad. Nuestra vida se parece más a un espiral, en la cual tropezamos, cometemos errores, llegamos a calles sin salida y tenemos que dar la vuelta y volver a empezar de nuevo.
¿Con quién te identificas más? Con estas personas condicionadas al fracaso, cuya principal preocupación es caerse, desviarse, tropezar o equivocarse. Que van dejando a un lado las oportunidades que implican un riesgo, o bien, que cuando llega el fracaso se sienten devastadas, deprimidas y con una baja autoestima.
O con aquellas que saben que pueden fracasar, que, por supuesto no les gusta que les suceda, pero que aprenden de él, se toman su tiempo, digieren lo que les pasó, se recuperan y continúan con su camino. Su autoestima es mucho más sana.
Aceptar el fracaso, implica aprender de él. Para seguir siendo útil y competitivo, hay que estar siempre aprendiendo y mejorando, es decir, hay que fracasar. No es una casualidad que las personas con más éxito a lo largo de la historia hayan sido las que más han fracasado.
El fracaso es esencial para conseguir el éxito, aunque obviamente no es suficiente. En otras palabras, si bien el fracaso no garantiza el éxito, la ausencia de fracaso casi siempre asegura la ausencia de éxito.
Aquellas personas que saben que el fracaso está íntimamente conectado con el éxito aprenden, maduran y acaban haciéndolo bien.
Sino aprendes a fracasar, no aprenderás nunca. Acéptalo y vivirás mucho más feliz, y harás más felices a quienes te rodean.
LUCIA LEGORRETA DE CERVANTES. Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer.
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