LOS VALORES DE MI ALMA
Quien desconoce o vive al margen de sus ‘Valores & Principios’, ignora el porqué de sus malestares emocionales y de sus inquietudes existenciales así como el origen de los problemas y de los conflictos en sus relaciones interpersonales.
- NUNCA quise ser famosa. No es una pose, ni una manera de atraer a la gente o de llamar su atención. No me pirra la fama, sencillamente porque soy muy introvertida. Dicho de otra manera, soy una extrovertida social con una gran vida interior.
- SIEMPRE he querido ser feliz, libre, vivir a mi manera, hacer lo que me apeteciese, estar contenta, sentir como el aire esponja mis alas y me eleva por encima de la cuota de vulgaridad de todo lo terreno. La fama es muy pesada a nivel energético, genera mucho karma, y yo, de eso, quiero irme ligera de equipaje. Las personas sabias, según he leído en sus libros, opinan que las almas más avanzadas no suelen pedir para sí mismas el ser famosas. Sólo las más inmaduras (a nivel espiritual) o jóvenes piden ‘fama’ a grandes dosis. Estoy por darles la razón. La fama y el dinero no cambian a la gente, simplemente ponen de manifiesto lo que cada uno lleva en su interior, lo que es. Estoy comprometida con ser lo mejor que me ha pasado y hacer el bien a cuántas más personas mejor. La fama alimenta eso que la gente llama ‘ego’, y marea mucho. Con lo gratificante que es la libertad y el no ser un modelo a seguir por nadie. Me trae al pairo quedar bien con la gente. Yo sólo aspiro a quedar bien con mi alma. Si el quedar bien con los demás o el no quedar mal es acosta de mi integridad, que no cuenten con ello. Yo opto por el respeto a mí misma y vivir acorde a mi escala rosettiana de valores. Mi alma no se alquila ni se vende.
- NUNCA he querido tener seguidores. No he venido aquí, a la Tierra, para fomentar el seguidismo sino para animar a la gente a ser lo mejor que le pasado. Ello pasa, necesariamente, por seguirse cada uno a sí mismo. Una cosa es admirar y otra muy diferente, idolatrar. Edgar Cayce opinaba que cada persona es igual de importante para el Universo, que todas las misiones son igual de valiosas, que todos contamos, no importando si hemos venido a influenciar a una o a millones de personas. Por eso, yo no quiero tener seguidores, sino compañeros de viaje vital, gente que honra mi hadada luz. El resto, no me interesa. No me interesa la gente que me ensucia las alas, o que me echa alquitrán a las mismas porque envidia mi luz, y pretende igualarme hacia abajo. He aprendido que ni todos pueden ver la luz, ni todos quieren. No se puede gustar a todo el mundo, ni Dios lo logra. Y, ello, además de lícito, es muy sano, amén de retador, divertido y revelador.
- NUNCA he querido avivar el fuego del sufrimiento, ni el coleccionar ‘cupones de estrés o de sufridos’. Muy al contrario, quiero animar a la gente a visitar más el lugar de la alegría en su alma en vez de pasarse la vida disociados de sí mismos y alimentándose del ‘martirologio’. Estoy convencida de que los problemas son simplemente situaciones y de que cada uno decidimos cómo queremos abordarlos. Hay quien, por ejemplo, monta un pifostio de tres pares de narices a propósito de haber perdido unas gafas, o de que le hayan rayado el coche. En cambio, otros ante un diagnóstico de enfermedad grave, reaccionan con serenidad y fe. La aceptación es clave. Aceptar lo que nos acontece nos permite fluir con los eventos, sortearlos como el agua, vencerlos o simplemente dejarnos llevar por la corriente hasta playas de sorpresa. No siempre es bueno luchar contra los elementos. No siempre es bueno dejarse llevar. Todo depende del fluir. Por lo que practicar el asumir la cuota necesaria de frustración, es otra de las claves. Cada uno de nosotros decidimos cuánto, cómo y a propósito de qué o de quién nos queremos hacer sufrir. El sufrimiento se elige, lo elegimos al elegir la actitud con la que queremos abordar los sucesos que nos acontecen. Los acontecimientos están ahí, son producto del vivir en Humanidad. ¿Sufrir o surfear la ola? Cada cual elegimos. Por eso he elegido no sacar de mi esfera íntima mi vida personal, sacando tan sólo a pasear lo que lleva la etiqueta de ‘profesional’. Mis sentires, mis padeceres, mis aconteceres… son míos, no mercancía para ser intercambiada por ‘admiradores’ o ‘seguidores’. No necesito usar mi vida personal, y lo que en la misma hay, para atraer a la gente. O la gente se siente atraída por el producto resultante de mi mente, alma… o no hay otra. Mi padre, un día, me dijo que, para atraer lectores a mis libros, debería inventarme que él me pegaba, que tuve una infancia dura, infeliz, chunga… Lo decía en broma, claro. En serio, jamás insultaría a Dios, al Universo, a eso que es más grande e inmenso que yo, a mi alma, con una mentira semejante. Yo quiero que la gente sepa que es normal y posible tener una infancia feliz. Que lo anormal es no tenerla. Tener unos padres que no te amen es anormal. Una familia que no te ama, va contra las leyes del Universo. Los chinos sostienen que no tener familia es la peor de las desgracias. Mis padres también tuvieron una buena infancia. El carecer de dinero no significa que la infancia vaya a ser mala. Si hay amor, se es afortunado pues se posee la mayor de las fortunas, esa que escapa al dinero. Se puede tener dinero y ser un miserable, un pobre de alma. Se puede carecer de dinero y, sin embargo, ser afortunado.
- NUNCA he querido ser la más rica del cementerio. Por ello he antepuesto el respeto a mi dignidad e integridad al besarle el culo a alguien o el tragar sapos, como vulgarmente se dice. Me he negado a ser ‘la negra’ de alguien famoso, aunque ello supuso quedarme sin contrato en una editorial. Me he negado a tragar con mentiras o con amenazas o con extorsiones varias o propuestas indecentes, con tal de tener un contrato o un cliente en consulta. Un día paseando por el camposanto de mi ciudad con mi madre (habíamos ido a llevar flores a la tumba de mis abuelos), comentamos los mausoleos o casoplones mortuorios que algunos se habían hecho. Mi madre dijo que era para que se supiera que eran ricos. A lo que yo respondí que, mausoleo o enterrados en el suelo, todos estaban igual de muertos. Nos reímos ante esa realidad imposible de obviar. ¿Para qué quiero atesorar dinero a costa de mi salud? El dinero ni cruza la frontera del más allá ni sirve para sobornar al ángel de la muerte. Leí una historia, de esas escritas para mover a la reflexión, que a un rico empresario que se había pasado la vida trabajando para amasar una gran fortuna, le llegó su hora. El ángel de la muerte se presentó en su despacho para llevarle con él. El empresario, acostumbrado a negociar, le ofreció mucho dinero al ángel para que le concediera unos años de prórroga. El ángel no claudicó. El empresario no se dio por vencido y, a cada negativa del ángel, le ofreció más de su fortuna, llegando incluso a ofrecerle toda su fortuna si le dejaba permanecer un día más en la Tierra. Ni por esas. No obstante, cuando éste le pidió diez minutos para escribirle una carta a su familia se apiadó de él. En la misiva les exhortó a vivir la vida, a emplear su tiempo de vida en vivir, en disfrutar y no malgastarlo en hacer dinero, puesto que llegado el momento crucial, el dinero no servía para comprar tiempo. Mi padre se jubiló a los sesenta años. Prefirió menos paga y más tiempo, para hacer lo que tanto le gusta: vivir. Yo voy camino de seguir su ejemplo.
- NUNCA me he sentido inferior, por más que muchas personas se han empeñado en hacerme sentir así. Por eso no le hago la pelota a nadie. Por eso escojo a la gente que quiero que forme parte de mi ‘mundo hadado’. Las personas que me han tratado con displicencia las he puesto a buen recaudo fuera de mi universo. Hace un tiempo, una mujer empresaria, muy importante en el mundo de los negocios, me dejó fuera de un proyecto en el que ella me pidió participar (fue la primera y la última vez), debido a mis honorarios. El argumento que usó para ningunearme y tratar de humillarme (o sea, igualarme hacia abajo), fue que otro que había trabajado en la ONU y con super cargos, tenía un ‘fee’ o caché inferior al mío, o sea que pedía menos dinero del que yo pedía por el mismo tipo de trabajo. Mi conclusión fue que o pagaba por las apariencias o, simplemente, no me valoraba lo más mínimo ni me conocía aún a pesar de, según ella, haber leído algunos de mis libros. Este evento me recuerda aquella historieta que leí en un libro que encontré en la Feria del libro de Frankfurt hace unos años, titulada ‘Saber dónde dar’ (To know where to tap). Cuenta la historia que, a un industrial, cuyo lema era ‘Tiempo es dinero’, se le había estropeado la caldera principal en la fábrica. Mandó llamar a los mejores ingenieros de Londres, pero ninguno consiguió dar con el problema, y por lo tanto, darle una solución. Estaba al borde de la desesperación cuando acertó a pasar por allí un operario con su maletín de herramientas. Le dijo que había oído que tenía problemas y, que él se los podía solucionar. El empresario estaba tan desesperado que aceptó su ofrecimiento, así que le llevó hasta la caldera estropeada. El operario abrió su maletín, cogió un pequeño martillo y empezó a dar golpecitos en la caldera. Golpeaba y escuchaba, golpeaba y escuchaba, golpeaba y escuchaba... Después de un rato, que al empresario se le antojó eterno, rebuscó en su maletín, sacó otro martillo y decidido se fue directamente a un punto en la caldera, y golpeó con determinación. ¡Se obró el milagro, la caldera volvía a funcionar! El empresario no cabía en sí de gozo. Le pidió que le enviase su minuta: “Doble sus honorarios. Se lo pagaré encantado”, le dijo entusiasmado. No tardó en llegar la factura. Cuando el secretario-contable se la mostró al empresario, éste se enfureció: “No puede ser. ¿¡Cómo se atreve a cobrarme esa cantidad!? Aquí han venido los mejores ingenieros de Londres, estuvieron mucho tiempo… Y, este simple operario, por dos golpecitos de nada pretende cobrar cien libras. ¡Ni hablar! Pídele en concepto de qué quiere esas cien libras”. El secretario-contable así lo hizo. La respuesta no se hizo esperar:
- Por el tiempo empleado: 1 libra.
- Por saber dónde dar: 99 libras.
- Así me ocurre a mí, sé dónde dar. Mis honorarios no son por ser ex publicista, o alta y rubia, o famosa o ex de fulanito... Sino, por saber ‘dónde dar’.
- SIEMPRE he sabido que no soy de este mundo. Desde pequeña me recuerdo admirando las puestas de sol, y diciéndome a mí misma que provenía de un lugar más allá del sol donde no existían las enfermedades, ni el odio, ni las guerras. Años más tarde, cuando vi la película ‘City of Angels’, protagonizada por Nicolas Cage y Meg Ryan, al ver la escena en la que los ángeles se reúnen en la playa al atardecer para escuchar la música que toca el Universo, me sentí plenamente identificada. Me he topado con personas que se han burlado de mis ideas ‘hadadas’. ¡Qué le voy a hacer si hay gente que no puede ver más allá de sus narices! Empero, no les culpo puesto que hay mucho iluminado y farsante suelto. Yo tampoco me creo a todo el mundo, será porque veo las máscaras y descubro a los falsos. Una vez reconvertida en escritora, sin cargo, y sólo con mi nombre como credenciales, ha habido gente que me ha tratado con mucha displicencia asumiendo que era ‘ama de casa’, o ‘desocupada’. Y, todo ello, porque lo asociaban a ‘inculta’, ‘falta de conocimientos’ e incluso, ‘tonta’. Nunca he pensado que una persona por su ‘status o falta del mismo’, ‘ocupación o su ausencia’ o ‘nivel de estudios o su inexistencia’, fuese a ser menos que otros que tenían ‘nivel alto’. La inteligencia se ve en el rostro de la persona, los ojos siempre delatan. En cambio, el currículo no se ve, por lo que se ignora a menos que una persona lo saque a pasear. Personalmente, prefiero centrarme en la información que me transmite esa persona con su actitud, soy de dejar que su alma se exprese. Excepto que vaya a contratar a alguien para un trabajo determinado, su currículo no me interesa. He conocido a gente con importante carrera universitaria que, como seres humanos, no eran de mi gusto hadado. En cambio, he conocido a personas sin estudios de altos vuelos, que eran excelentes ejemplares de seres humanos. También me he topado con la combinación ganadora: grandes titulaciones y gran calidad humana. Y, ¡cómo no!, con pobres de espíritu sin formación académica. De todo hay en la vida. Afortunadamente para mí, tengo personalidad y carácter para poner límites, y tablas para relacionarme con todo tipo de profesionales del mundo mundial merced a mi profesión anterior.
- SIEMPRE he tenido claro que lo más valioso de este mundo es la persona, su interior. Mi abuela María Rosseta sostenía que más valía persona que bienes. Ella era muy sabia. Mi familia humana, que es, a la vez, mi clan de alma, me ha transmitido valores muy sólidos. Tal vez, sólo me los recordaron puesto que yo ya los traía conmigo. O, quizá me reuní con ellos aquí porque era el mejor grupo/familia desde dónde proseguir mi viaje humano. De hecho, a mi madre la llamo ‘mi aeropuerto humano’. Yo no nací de ella, simplemente aterricé en la tierra a través de ella, de ahí lo de ‘aeropuerto’. Cuando he olvidado, o dejado de lado mis orígenes de alma, lo he pasado mal, rematadamente mal. Mi madre suele recordarme que la alegría no es algo que yo haya desarrollado a lo largo de mi existencia, sino que nació conmigo y, simplemente, la he mantenido a salvo de depredadores humanoides. No todo lo que acontece en la vida humana me gusta, pero lo acepto porque forma parte del contrato. Mejor aceptarlo que crearme un problema con ello. Procedo como el agua que, en lugar de pelearse con los obstáculos que salen a su paso, los reencuadra.
- SIEMPRE me ha gustado estar en compañía de la naturaleza, del cosmos. Al estar siempre en compañía del Universo, nunca me he sentido sola sino arropada, protegida y amHada. Nunca me ha faltado lo necesario. Siempre he tenido lo que necesitaba y, cuando he estado en apuros, siempre me ha salido al paso una persona que me ha ayudado. Esto me lo reveló un astrólogo en Barcelona en el curso de astrología que impartía. O sea, está en mi carta astral el que ‘cuando me la pego, lo hago contra un colchón que aparece milagrosamente en el último instante’. Cosas hadadas…
Soy consciente de que he usado ‘cuantificadores universales’ (nunca, siempre…), tal y como se clasifican en PNL, los cuales suelen ser propios de personas con una actitud absolutista o dubitativa o anclada en el miedo. No creo serlo, pero quien sabe… Los he usado para enfatizar mis puntos de referencia, mis anclajes vitales. Sólo por eso, y por nada más.
Asumo que no le puedo gustar a todo el mundo, ni lo pretendo. Asimismo, también sé –así lo enseño desde hace años a otros-, que todos filtramos a los demás y a sus ‘cosas’. Dependiendo del estado de nuestro ‘filtro’ de la realidad, así les percibiremos: desde muy nítidos o parecidos a su realidad hasta el grado máximo de distorsión tanto de lo que dicen como de ellos, de su ser.
LOS VALORES DE MI ALMA
Quien desconoce o vive al margen de sus ‘Valores & Principios’, ignora el porqué de sus malestares emocionales y de sus inquietudes existenciales así como el origen de los problemas y de los conflictos en sus relaciones interpersonales.
- NUNCA quise ser famosa. No es una pose, ni una manera de atraer a la gente o de llamar su atención. No me pirra la fama, sencillamente porque soy muy introvertida. Dicho de otra manera, soy una extrovertida social con una gran vida interior.
- SIEMPRE he querido ser feliz, libre, vivir a mi manera, hacer lo que me apeteciese, estar contenta, sentir como el aire esponja mis alas y me eleva por encima de la cuota de vulgaridad de todo lo terreno. La fama es muy pesada a nivel energético, genera mucho karma, y yo, de eso, quiero irme ligera de equipaje. Las personas sabias, según he leído en sus libros, opinan que las almas más avanzadas no suelen pedir para sí mismas el ser famosas. Sólo las más inmaduras (a nivel espiritual) o jóvenes piden ‘fama’ a grandes dosis. Estoy por darles la razón. La fama y el dinero no cambian a la gente, simplemente ponen de manifiesto lo que cada uno lleva en su interior, lo que es. Estoy comprometida con ser lo mejor que me ha pasado y hacer el bien a cuántas más personas mejor. La fama alimenta eso que la gente llama ‘ego’, y marea mucho. Con lo gratificante que es la libertad y el no ser un modelo a seguir por nadie. Me trae al pairo quedar bien con la gente. Yo sólo aspiro a quedar bien con mi alma. Si el quedar bien con los demás o el no quedar mal es acosta de mi integridad, que no cuenten con ello. Yo opto por el respeto a mí misma y vivir acorde a mi escala rosettiana de valores. Mi alma no se alquila ni se vende.
- NUNCA he querido tener seguidores. No he venido aquí, a la Tierra, para fomentar el seguidismo sino para animar a la gente a ser lo mejor que le pasado. Ello pasa, necesariamente, por seguirse cada uno a sí mismo. Una cosa es admirar y otra muy diferente, idolatrar. Edgar Cayce opinaba que cada persona es igual de importante para el Universo, que todas las misiones son igual de valiosas, que todos contamos, no importando si hemos venido a influenciar a una o a millones de personas. Por eso, yo no quiero tener seguidores, sino compañeros de viaje vital, gente que honra mi hadada luz. El resto, no me interesa. No me interesa la gente que me ensucia las alas, o que me echa alquitrán a las mismas porque envidia mi luz, y pretende igualarme hacia abajo. He aprendido que ni todos pueden ver la luz, ni todos quieren. No se puede gustar a todo el mundo, ni Dios lo logra. Y, ello, además de lícito, es muy sano, amén de retador, divertido y revelador.
- NUNCA he querido avivar el fuego del sufrimiento, ni el coleccionar ‘cupones de estrés o de sufridos’. Muy al contrario, quiero animar a la gente a visitar más el lugar de la alegría en su alma en vez de pasarse la vida disociados de sí mismos y alimentándose del ‘martirologio’. Estoy convencida de que los problemas son simplemente situaciones y de que cada uno decidimos cómo queremos abordarlos. Hay quien, por ejemplo, monta un pifostio de tres pares de narices a propósito de haber perdido unas gafas, o de que le hayan rayado el coche. En cambio, otros ante un diagnóstico de enfermedad grave, reaccionan con serenidad y fe. La aceptación es clave. Aceptar lo que nos acontece nos permite fluir con los eventos, sortearlos como el agua, vencerlos o simplemente dejarnos llevar por la corriente hasta playas de sorpresa. No siempre es bueno luchar contra los elementos. No siempre es bueno dejarse llevar. Todo depende del fluir. Por lo que practicar el asumir la cuota necesaria de frustración, es otra de las claves. Cada uno de nosotros decidimos cuánto, cómo y a propósito de qué o de quién nos queremos hacer sufrir. El sufrimiento se elige, lo elegimos al elegir la actitud con la que queremos abordar los sucesos que nos acontecen. Los acontecimientos están ahí, son producto del vivir en Humanidad. ¿Sufrir o surfear la ola? Cada cual elegimos. Por eso he elegido no sacar de mi esfera íntima mi vida personal, sacando tan sólo a pasear lo que lleva la etiqueta de ‘profesional’. Mis sentires, mis padeceres, mis aconteceres… son míos, no mercancía para ser intercambiada por ‘admiradores’ o ‘seguidores’. No necesito usar mi vida personal, y lo que en la misma hay, para atraer a la gente. O la gente se siente atraída por el producto resultante de mi mente, alma… o no hay otra. Mi padre, un día, me dijo que, para atraer lectores a mis libros, debería inventarme que él me pegaba, que tuve una infancia dura, infeliz, chunga… Lo decía en broma, claro. En serio, jamás insultaría a Dios, al Universo, a eso que es más grande e inmenso que yo, a mi alma, con una mentira semejante. Yo quiero que la gente sepa que es normal y posible tener una infancia feliz. Que lo anormal es no tenerla. Tener unos padres que no te amen es anormal. Una familia que no te ama, va contra las leyes del Universo. Los chinos sostienen que no tener familia es la peor de las desgracias. Mis padres también tuvieron una buena infancia. El carecer de dinero no significa que la infancia vaya a ser mala. Si hay amor, se es afortunado pues se posee la mayor de las fortunas, esa que escapa al dinero. Se puede tener dinero y ser un miserable, un pobre de alma. Se puede carecer de dinero y, sin embargo, ser afortunado.
- NUNCA he querido ser la más rica del cementerio. Por ello he antepuesto el respeto a mi dignidad e integridad al besarle el culo a alguien o el tragar sapos, como vulgarmente se dice. Me he negado a ser ‘la negra’ de alguien famoso, aunque ello supuso quedarme sin contrato en una editorial. Me he negado a tragar con mentiras o con amenazas o con extorsiones varias o propuestas indecentes, con tal de tener un contrato o un cliente en consulta. Un día paseando por el camposanto de mi ciudad con mi madre (habíamos ido a llevar flores a la tumba de mis abuelos), comentamos los mausoleos o casoplones mortuorios que algunos se habían hecho. Mi madre dijo que era para que se supiera que eran ricos. A lo que yo respondí que, mausoleo o enterrados en el suelo, todos estaban igual de muertos. Nos reímos ante esa realidad imposible de obviar. ¿Para qué quiero atesorar dinero a costa de mi salud? El dinero ni cruza la frontera del más allá ni sirve para sobornar al ángel de la muerte. Leí una historia, de esas escritas para mover a la reflexión, que a un rico empresario que se había pasado la vida trabajando para amasar una gran fortuna, le llegó su hora. El ángel de la muerte se presentó en su despacho para llevarle con él. El empresario, acostumbrado a negociar, le ofreció mucho dinero al ángel para que le concediera unos años de prórroga. El ángel no claudicó. El empresario no se dio por vencido y, a cada negativa del ángel, le ofreció más de su fortuna, llegando incluso a ofrecerle toda su fortuna si le dejaba permanecer un día más en la Tierra. Ni por esas. No obstante, cuando éste le pidió diez minutos para escribirle una carta a su familia se apiadó de él. En la misiva les exhortó a vivir la vida, a emplear su tiempo de vida en vivir, en disfrutar y no malgastarlo en hacer dinero, puesto que llegado el momento crucial, el dinero no servía para comprar tiempo. Mi padre se jubiló a los sesenta años. Prefirió menos paga y más tiempo, para hacer lo que tanto le gusta: vivir. Yo voy camino de seguir su ejemplo.
- NUNCA me he sentido inferior, por más que muchas personas se han empeñado en hacerme sentir así. Por eso no le hago la pelota a nadie. Por eso escojo a la gente que quiero que forme parte de mi ‘mundo hadado’. Las personas que me han tratado con displicencia las he puesto a buen recaudo fuera de mi universo. Hace un tiempo, una mujer empresaria, muy importante en el mundo de los negocios, me dejó fuera de un proyecto en el que ella me pidió participar (fue la primera y la última vez), debido a mis honorarios. El argumento que usó para ningunearme y tratar de humillarme (o sea, igualarme hacia abajo), fue que otro que había trabajado en la ONU y con super cargos, tenía un ‘fee’ o caché inferior al mío, o sea que pedía menos dinero del que yo pedía por el mismo tipo de trabajo. Mi conclusión fue que o pagaba por las apariencias o, simplemente, no me valoraba lo más mínimo ni me conocía aún a pesar de, según ella, haber leído algunos de mis libros. Este evento me recuerda aquella historieta que leí en un libro que encontré en la Feria del libro de Frankfurt hace unos años, titulada ‘Saber dónde dar’ (To know where to tap). Cuenta la historia que, a un industrial, cuyo lema era ‘Tiempo es dinero’, se le había estropeado la caldera principal en la fábrica. Mandó llamar a los mejores ingenieros de Londres, pero ninguno consiguió dar con el problema, y por lo tanto, darle una solución. Estaba al borde de la desesperación cuando acertó a pasar por allí un operario con su maletín de herramientas. Le dijo que había oído que tenía problemas y, que él se los podía solucionar. El empresario estaba tan desesperado que aceptó su ofrecimiento, así que le llevó hasta la caldera estropeada. El operario abrió su maletín, cogió un pequeño martillo y empezó a dar golpecitos en la caldera. Golpeaba y escuchaba, golpeaba y escuchaba, golpeaba y escuchaba... Después de un rato, que al empresario se le antojó eterno, rebuscó en su maletín, sacó otro martillo y decidido se fue directamente a un punto en la caldera, y golpeó con determinación. ¡Se obró el milagro, la caldera volvía a funcionar! El empresario no cabía en sí de gozo. Le pidió que le enviase su minuta: “Doble sus honorarios. Se lo pagaré encantado”, le dijo entusiasmado. No tardó en llegar la factura. Cuando el secretario-contable se la mostró al empresario, éste se enfureció: “No puede ser. ¿¡Cómo se atreve a cobrarme esa cantidad!? Aquí han venido los mejores ingenieros de Londres, estuvieron mucho tiempo… Y, este simple operario, por dos golpecitos de nada pretende cobrar cien libras. ¡Ni hablar! Pídele en concepto de qué quiere esas cien libras”. El secretario-contable así lo hizo. La respuesta no se hizo esperar:
- Por el tiempo empleado: 1 libra.
- Por saber dónde dar: 99 libras.
Así me ocurre a mí, sé dónde dar. Mis honorarios no son por ser ex publicista, o alta y rubia, o famosa o ex de fulanito... Sino, por saber ‘dónde dar’.
- SIEMPRE he sabido que no soy de este mundo. Desde pequeña me recuerdo admirando las puestas de sol, y diciéndome a mí misma que provenía de un lugar más allá del sol donde no existían las enfermedades, ni el odio, ni las guerras. Años más tarde, cuando vi la película ‘City of Angels’, protagonizada por Nicolas Cage y Meg Ryan, al ver la escena en la que los ángeles se reúnen en la playa al atardecer para escuchar la música que toca el Universo, me sentí plenamente identificada. Me he topado con personas que se han burlado de mis ideas ‘hadadas’. ¡Qué le voy a hacer si hay gente que no puede ver más allá de sus narices! Empero, no les culpo puesto que hay mucho iluminado y farsante suelto. Yo tampoco me creo a todo el mundo, será porque veo las máscaras y descubro a los falsos. Una vez reconvertida en escritora, sin cargo, y sólo con mi nombre como credenciales, ha habido gente que me ha tratado con mucha displicencia asumiendo que era ‘ama de casa’, o ‘desocupada’. Y, todo ello, porque lo asociaban a ‘inculta’, ‘falta de conocimientos’ e incluso, ‘tonta’. Nunca he pensado que una persona por su ‘status o falta del mismo’, ‘ocupación o su ausencia’ o ‘nivel de estudios o su inexistencia’, fuese a ser menos que otros que tenían ‘nivel alto’. La inteligencia se ve en el rostro de la persona, los ojos siempre delatan. En cambio, el currículo no se ve, por lo que se ignora a menos que una persona lo saque a pasear. Personalmente, prefiero centrarme en la información que me transmite esa persona con su actitud, soy de dejar que su alma se exprese. Excepto que vaya a contratar a alguien para un trabajo determinado, su currículo no me interesa. He conocido a gente con importante carrera universitaria que, como seres humanos, no eran de mi gusto hadado. En cambio, he conocido a personas sin estudios de altos vuelos, que eran excelentes ejemplares de seres humanos. También me he topado con la combinación ganadora: grandes titulaciones y gran calidad humana. Y, ¡cómo no!, con pobres de espíritu sin formación académica. De todo hay en la vida. Afortunadamente para mí, tengo personalidad y carácter para poner límites, y tablas para relacionarme con todo tipo de profesionales del mundo mundial merced a mi profesión anterior.
- SIEMPRE he tenido claro que lo más valioso de este mundo es la persona, su interior. Mi abuela María Rosseta sostenía que más valía persona que bienes. Ella era muy sabia. Mi familia humana, que es, a la vez, mi clan de alma, me ha transmitido valores muy sólidos. Tal vez, sólo me los recordaron puesto que yo ya los traía conmigo. O, quizá me reuní con ellos aquí porque era el mejor grupo/familia desde dónde proseguir mi viaje humano. De hecho, a mi madre la llamo ‘mi aeropuerto humano’. Yo no nací de ella, simplemente aterricé en la tierra a través de ella, de ahí lo de ‘aeropuerto’. Cuando he olvidado, o dejado de lado mis orígenes de alma, lo he pasado mal, rematadamente mal. Mi madre suele recordarme que la alegría no es algo que yo haya desarrollado a lo largo de mi existencia, sino que nació conmigo y, simplemente, la he mantenido a salvo de depredadores humanoides. No todo lo que acontece en la vida humana me gusta, pero lo acepto porque forma parte del contrato. Mejor aceptarlo que crearme un problema con ello. Procedo como el agua que, en lugar de pelearse con los obstáculos que salen a su paso, los reencuadra.
- SIEMPRE me ha gustado estar en compañía de la naturaleza, del cosmos. Al estar siempre en compañía del Universo, nunca me he sentido sola sino arropada, protegida y amHada. Nunca me ha faltado lo necesario. Siempre he tenido lo que necesitaba y, cuando he estado en apuros, siempre me ha salido al paso una persona que me ha ayudado. Esto me lo reveló un astrólogo en Barcelona en el curso de astrología que impartía. O sea, está en mi carta astral el que ‘cuando me la pego, lo hago contra un colchón que aparece milagrosamente en el último instante’. Cosas hadadas…
Soy consciente de que he usado ‘cuantificadores universales’ (nunca, siempre…), tal y como se clasifican en PNL, los cuales suelen ser propios de personas con una actitud absolutista o dubitativa o anclada en el miedo. No creo serlo, pero quien sabe… Los he usado para enfatizar mis puntos de referencia, mis anclajes vitales. Sólo por eso, y por nada más.
Asumo que no le puedo gustar a todo el mundo, ni lo pretendo. Asimismo, también sé –así lo enseño desde hace años a otros-, que todos filtramos a los demás y a sus ‘cosas’. Dependiendo del estado de nuestro ‘filtro’ de la realidad, así les percibiremos: desde muy nítidos o parecidos a su realidad hasta el grado máximo de distorsión tanto de lo que dicen como de ellos, de su ser.
Link para ver el libro y para su compra:
(c) Rosetta Forner
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Palabras de un lector: "Este libro es un verdadero bálsamo para el alma. Una bella síntesis de lo que ha sido tu vida... viviendo a tú manera. Mil gracias por compartir tu AMOR en lo que haces y en lo que escribes para ti y para los demás... Que también te aman por ser lo que eres y por contribuir a iluminar con tu luz este bello mundo y nuestra maravillosa vida."
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