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El traje del emperador: si tienes criterio y opinión propios, nadie te hará ver lo que no existe.

Un día llegaron dos estafadores. Hicieron creer a todos que eran tejedores y aseguraron poder diseñar las telas más elegantes que se puedan imaginar. Dijeron que sus colores y diseños no sólo eran los más hermosos sino que los vestidos confeccionados con sus telas tenían la cualidad mágica de ser invisibles a los ojos de las personas no aptas para sus cargos o imperdonablemente estúpidas.

No hay más ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que el que no quiere oír. Los que no quieren hacerse responsables de llevar las riendas de sus vidas acaban por ser víctimas de la estupidez que conlleva el tontismo, el victimismo y el pretendismo. Este cuento trata de hacernos ver que uno ha de confiar en sus propios criterios, en su percepción de la realidad siempre y cuando esta esté basada en la recogida de datos y su posterior procesamiento, aderezado con unas cuantas dosis de intuición, lo cual nos lleve al discernimiento. Cuán diferente son los resultados cuando atendemos a nuestro sentir, cuando tenemos en cuenta nuestro criterio, y nos tomamos en serio aquello de ‘las cosas a veces, no son lo que parecen’. Las apariencias engañan, y sólo los entrenados en distinguir lo falso de lo verdadero, se aperciben con la velocidad de un rayo de los estafadores. Si el emperador hubiese tenido fe en sí mismo, si su autoestima hubiese gozado de buena salud, si hubiese confiado en su sentido común y en sus capacidades, si, en definitiva, hubiese sido un líder, no hubiera caído en su propia trampa. Si, él solito se creó una trampa en la que se metió de hoz y coz. O sea, hasta la mismísima corona.

  • “Esa ropa debe ser maravillosa”, pensó el emperador. “Si usara uno de esos trajes podría descubrir cuáles de mis hombres son ineptos y distinguir a los inteligentes de los tontos.”

 Consecuentemente, con el fin de que se pusieran a trabajar sin demora, resolvió entregarles, a los estafadores, una importante suma de dinero por adelantado. Estos, de inmediato, montaron dos telares y simularon trabajar con esmero aunque no hubiese nada en los telares. Siguiendo con su farsa, pidieron que se les diera seda de la más fina e hilos de oro de la mejor calidad. Ellos, en vez de tejer, lo escondieron todo  y continuaron trabajando (era una farsa, no lo olvidemos), hasta largas horas de la noche en los telares vacíos.

  •  “Me gustaría saber cómo les está yendo con la confección de mi nuevo traje”, pensó el Emperador.

 Pero se sintió inquieto al recordar que los hombres no aptos para sus cargos eran incapaces de verlo. En lo personal, pensaba que no tenía nada que temer. Sin embargo, consideró oportuno enviar a otra persona antes, para controlar el trabajo. Todos en el pueblo conocían la característica particular del producto, y todos estaban ansiosos por descubrir cuan incapaces o tontos eran sus vecinos.

  •  “Enviaré a mi viejo y honesto ministro al taller”, pensó el emperador. “No hay quien pueda juzgar mejor el trabajo, puesto que es inteligente, y nadie conoce sus funciones mejor que él”.

El buen ministro entró a la habitación donde encontró a los estafadores sentados frente a los telares vacíos.

  •  “¡Que el cielo nos ampare!”, pensó, y abrió grandes los ojos. “No veo nada en absoluto.”

 En vez de decirlo, se calló. Los estafadores le pidieron que se acercara y le preguntaron, señalando los telares vacíos, si no le parecían admirables el diseño y los colores. El pobre ministro hizo su mayor esfuerzo, pero no pudo ver nada, puesto que no había nada que ver.

  •  “Dios mío, ¿acaso seré un estúpido? Jamás lo hubiera creído, pero nadie puede enterarse. ¿Será posible que sea inepto para mi cargo? No lo creo. En cualquier caso, no puedo decir que no haya visto la tela”

 Errores de liderazgo. Son los errores propios de alguien que no tiene ni idea de si vale o no vale, porque confía y se apoya en exceso en el criterio de los demás. Cuando uno no asume el liderazgo de su vida, pasan este tipo de cosas.

 Déjate de cuentos y pongámonos la corona del liderazgo verdadero.

 “Érase una vez un emperador que reinaba en un reino donde todo el mundo era feliz, sencillamente porque conocían sus almas, sus capacidades, sus dones, sus talentos. Lo cual redundaba en que tuviesen un sano nivel de autoestima. Asumían la responsabilidad de sus actos, asumían sus errores y veían la manera de repararlos. No habían perdido la inocencia ni la espontaneidad ni la sinceridad de la niñez. De hecho, todos parecían jóvenes de diversas edades cronológicas.

 “¡Caramba! ¿Acaso, poseían el elixir de la eterna juventud?”

 Casi… o, al menos parte del secreto de mantenerse joven independientemente de los años que lleve uno en la Tierra: el semblante refleja nuestra forma de pensar, y él de los habitantes de este reino reflejaba con sinceridad hasta el más íntimo de sus íntimos pensamientos. Dado que se comportaban como niños, eran espontáneos en la manifestación de todas y cada una de sus emociones y actos, los de otros reinos pensaban que o estaban locos o eran unos estúpidos engreídos debido a que los de los reinos redileros, la gente que habla y piensa bien de sí misma o está loca o es víctima da la prepotencia.

 Ni lo uno ni lo otro.

Los de este reino simplemente eran auténticos, aunque los demás no supiesen verlo. Por consiguiente, lo que para ellos era normal: hablar bien de ellos, alabar sus trabajos, compartir sus logros… tal y como hacen los niños cuando aún conservan la magia del ser genuinos, para los de otros reinos era incomprensible, imposible…

No era de extrañar, ya que lo habitual, que no normal, era que la gente hablase mal de sí misma y esperase a que otro le alabase su proceder, trabajo, físico, ser o estar. Y, claro, se pasaban la vida esperando a que alguien les dijese algo bonito acerca de sí mismos, Ergo, ‘pasaban más hambre que un maestro de escuela en época de guerra’, como suele decirse.

  •  Pregunta: Si tú no hablas ni piensas bien de ti, ¿quién lo va a hacer?
  • Respuesta: puede que tu abuela o tu madre… Y, a lo mejor, ni ellas. Con lo que te quedarás a dos velas de piropos y cuando alguien te alabe no sabrás si te está tomando el pelo o reconociendo tu singularidad.
  • Moraleja: cuida de tu autoestima y deja para los tontos el hablar mal de sí mismos.

Prosigamos con el cuento del emperador y el reino singular. Como te iba contando, al no ser comprendidos por los habitantes de otros reinos, si no malinterpretados, la envidia poblaba las mentes de esos habitantes de los otros reinos, por lo que unos espabilados manipuladores idearon una treta para dejarles en ridículo a todos, empezando por el emperador.

 “¿Cuál era esa treta?”

 Un traje de imposible tela, invisible a los ojos de los idiotas, los tontos, los vanidosos, los prepotentes, los soberbios, los que van de ‘algo’ por la vida. O sea, casi todos, según estos espabilados. Ellos no podían comprender cómo podía haber gente que de verdad fuese genuina y no una pretenciosa. Ya se sabe que el ladrón se cree que todos son de su condición.

 Los espabilados, a los que llamaremos los ‘redileros araña’, por aquello de tejer complots, telas invisibles y maniobras orquestales en la oscuridad, llenaron un baúl de aire, ensillaron los caballos y emprendieron viaje al reino de los emperadores infantiles.

 “¿Infantiles?”

 Sí, claro, para los redileros araña, los habitantes de ese reino eran todos unos infantiles a los que sólo les había madurado el cuerpo, pero no la razón. Ya te dije que no podían admitir que siguiesen siendo genuinos y espontáneos a pesar de los años.

 Ah, lo olvidaba, hablé en plural y dije emperadores, en vez de emperador o emperatriz, porque a pesar de ser una sola persona, en ella se aunaba en perfección y armonía los principios masculinos y femeninos: otra consecuencia –quizá la más importante-, de ser auténtico, genuino y mostrar el alma que uno es. Porque sólo las personas que dejan fluir su alma impiden la escisión psíquica de los dos principios existentes en todo ser humano, a saber, el masculino (animus) y el femenino (ánima).

 ¿Recuerdas aquella frase de la Biblia: “lo que ha unido Dios, que no lo desaten los hombres”? Se refiere a esta realidad del alma. Así pues, el nombre de la persona regente del reino era: ‘El alma que tiene los dones de Dios’. Si bien, la llamaban familiarmente: Häddäa.

Los redileros tejedores de embustes y otras telas de araña, desconocían que el nombre, de cada uno de los habitantes de este reino, era una metáfora que revelaba quiénes eran en el nivel de identidad. Ella, el alma que regentaba el reino en cuerpo humano era una bendecida de los dioses. Estos embusteros, al desconocer todas y cada una de las realidades de este reino, creyeron que les sería fácil engañar al regente del reino tal y como habían hecho con el emperador del país vecino al que le habían tejido un traje invisible y hecho pasear desnudo por todo el reino para asombro de todos sus habitantes.

 “¿Cómo habían podido caer en el engaño?”

 Muy sencillo, nadie quería que, los demás, pensasen que era tonto, lo cual sólo sucede cuando te importa más lo que piensen los demás que tu propio criterio, quizá se deba a que no lo tienes. Así pues, estos embusteros enfilaron directos al palacio real, y pidieron ser recibidos por Häddäa, la regente del reino. Contaban por ahí que era un ser de excepcional belleza, cuya luz deslumbraba, por lo que solo gustaba de vestir ropajes que estuvieran a la altura de su rango y resaltasen su belleza. En cambio, Häddäa no era una persona estúpida y vanidosa como alguno de los regentes de otros reinos, tal como ese emperador al que le vendieron la moto en forma de traje impresionante…

Cuando los dos mequetrefes de sastres (casi habría que usar esas dos palabras juntas para referirse a ellos: DeSastres…), estuvieron en presencia de Häddäa casi se les corta la respiración… No obstante, recuperaron enseguida el aliento, tan acostumbrados estaban a engañar. Ambos, eran unos maestros de la pretensión y del disimulo de sus estados emocionales. Lo cual, dicho sea de paso, no se le pasó por alto a Häddäa. Dejó que creyesen que se la habían dado con queso, y resolvió ser ella la que les tomase el pelo.

 “¿Cómo?”

 Fingiendo que les creía.

 “Pero… ¿no eran seres genuinos y espontáneos como niños?”

 ¿¡Quién dijo que los niños no saben mentir!?  Los genuinos no son tontos, ni estúpidos, ni imbéciles, ni se les puede dar con queso, o sea, que de engañarles nada de nada. Otra cosa, es que aparenten que no se enteren de nada como parte de su estrategia para desenmascarar al que pretende engañarles o dársela con queso.

 Los genuinos suelen tener al guerrero interior arquetípico muy en forma, despierto y dispuesto a plantarle cara a quién haga falta. Claro, muchos les etiquetan estos comportamientos como ‘prepotentes’. No es de extrañar dado que la gente o ‘comulga con ruedas de molino’, esto es, calla por miedo a las represalias,  o ‘chilla mucho’. Ya se sabe: ‘perro ladrador, poco mordedor’. Por consiguiente, alguien que genuinamente ponga los límites, cante las cuarenta si hace falta, se enfunde el traje de mariscal de campo y ponga firme a la tropa de turno es, como decía, muy poco habitual, no confundir con ‘.

  •  Aclaración: normal y habitual, no son sinónimos. Nunca lo fueron, pero los integrantes del Club del Redil, han hecho de ambos un hábito de sinonimidad, esto es, lo habitual se ha normalizado aunque sea anormal.

 Volvamos a Häddäa, quien se lo estaba pasando genial observando a aquellos satrecitos redileros, tejedores de marañas atonta vanidosos. Ellos pretendían venderle un ‘traje invisible’, alegando que sólo podían verlo aquellos de inteligencia demostrada, claridad de visión interior, visionarios de la Nueva Era, iluminados y escogidos de los dioses.

¡Y, un pimiento morrón!

Y, ¡dos!

Y, ¡tropecientos mil!

¡Vaya morro que, ambos, le echaban!

Häddäa, que no era una estúpida vanidosa y poseía una autoestima muy sana y estructur(h)ada, no picaba anzuelos vanidosos, alimentadores de las arcas emocionales desnutridas y temblorosas cual nevera del más entrenado Carpanta, el de los Tebeos.

  •  ‘Pretenden colarme un traje invisible, milongas baratas…’ –le contó Häddäa a su consejero de asuntos de Estado.
  • No es de extrañar, majestad, que traten de haceros creer lo que nunca podréis creer… Ellos desconocen que poséis un don, el de ver más allá de las apariencias.
  • No soy la única que, en este reino, ve –puntualizó Häddäa.
  • Todos tenemos bien abiertos los ojos interiores. No nos la pueden dar con queso. Usamos la cabeza para pensar, hacemos preguntas, cuestionamos, asumimos la responsabilidad de nuestros errores y no tenemos vergüenza ninguna en admitir que las cosas a veces no son lo que parecen.
  • La sabiduría alimenta tus pensamientos…
  • Y, el sentido común. No lo olvidéis
  • Algo, al parecer, desconocido, cuando menos ignorado, por esos mequetrefes de tres al cuarto, que pretenden hacernos creer que ese traje sólo es visible si uno es puro, un elegido, un sabio o algo superior…
  • En su reino, cuela.
  • Porque están hambrientos de sí mismos… Cuando la persona está desvinculada de sus emociones y su mundo emocional interior está vacío a excepción de la ausencia que campa a sus anchas, no sabe reconocer un engaño. No sabe, ni puede. Dicho vacío le aboca a vincularse con la persona y, al hacerlo, pierde perspectiva, ya que la vinculación lleva pareja la ‘asociación’, esto es, es como contemplar un cuadro con la nariz pegada al mismo…
  • ¡No se ve nada! Tan sólo se observa una mancha…
  • ¡Correcto! Así es. ¿Cómo va a apercibirse del engaño alguien pegado, figuradamente, al otro…?
  • Figuradamente… en cuanto al físico se refiere. Porque, emocionalmente hablando, sí que lo está literalmente…
  • Así es. Por eso, carece de perspectiva para observar si el otro le toma el pelo o no, se aprovecha de él/ella o no. Es más, el hecho de vincularse a otro porque se tiene un vacío emocional, supone el peligro añadido de tornarse un ‘codependiente’. Ya que cómo va uno a dudar, a poner en entredicho a aquel del cual uno se está alimentando…
  • ¡Jamás!
  • Las personas con vacío emocional son presas fáciles de cantamañanas, charlatanes, falsos gurús y gurusas varias. El sentido común, la sensatez, el análisis, el discernimiento… son capacidades que suelen activarse al calor de una estima saneada (con H intercalada: saneHada), al abrigo de unas riendas emocionales bien llevadas…
  • Y, claro, de eso en el Club del Redil, no tienen ni la más remota idea.
  • De ahí que se crean, o traguen, todas las milongas que les cuentan. Viven entre la demagogia y el proselitismo. Nadie se apercibe de la diferencia. ¿Cómo van a hacerlo si se ha normalizado lo anormal en su reino?
  • Imposible…
  • ¿De verdad?
  • Y, ¿qué hay de los instintos primigenios?
  • Buena pregunta…
  • Y, no me salgas con aquello de “es tan buena pregunta, que no merece la pena arruinarla con una respuesta” …
  • Ésta mañana, está, vuestra majestad, graciosa…
  • Menos ironía palaciega-

 Ambos, se echaron a reír a carcajadas, con H intercalada. En este reino todo era con H intercalada, por aquello de ser ‘hadas’. Cuánta razón tenían. A alguien que usa sus capacidades para ‘rascar’, y solicitar que ‘le enseñen la patita por debajo de la puerta’ y que, asimismo, conoce sus capacidades, sus más y sus menos, y se acepta a sí mismo, no habrá charlatán alguno que tomarles el pelo pueda.

Solo los vanidosos, los prepotentes, los mendigos emocionales son susceptibles de ser engañados.

Es como si fueran por el mundo gritando:

  • ¡Miénteme! Dime que soy especial, único, irrepetible. Dímelo. Házmelo creer… Yo estoy dispuesto a creer todo aquello que me digas acerca de mí, ya sea esto bueno o malo. Toma tú las riendas de mi vida. Dame de comer, emocionalmente hablando.”

 Así proceden los charlatanes, gurús/gurusas que llenan sus arcas a base de vender humo, trajes invisibles, pócimas milagrosas, libros de 3 preguntas (¡vaya tontería de preguntas, y encima sólo tres!), o de siete pasos que, de darlos, no llegas a parte alguna…

  •  “Sí, sí que llegas a alguna parte: a la imbecilidad.”

 La tarea de darse de comer, emocionalmente hablando, es personal e intransferible. Nadie, ni nada, puede sustituir el verdadero alimento y al genuino alimentador: el amor por uno mismo.

 Dado que, los habitantes del reino de Häddäa estaban convencidos de que ellos ERAN LO MEJOR QUE LES HABÍA PASADO EN SUS VIDAS, no eran susceptibles de ser engañados ni necesitaban que nadie les dijese que ellos eran maravillosos o que les hiciese creer que lo invisible era solo visible a ojos de algunos ‘especiales, inteligentes o escogidos’. Ellos, en lo más profundo de sus almas y en cada latido de su corazón humano, estaban plenamente convencidos de que lo eran. Y, por si esto fuera poco, conocían el AMOR verdadero, el genuino, el auténtico, aquel que nace de un alma bondadosa, generosa y luminosa. Ergo, no podían darles gato por liebre ni a la de tres, ni a la de cuatro ni a la de ningún traje invisible.

  • Metáfora y Metamensaje

 “¿Qué significa esto?, pensó el Emperador. “No veo nada. ¡Es terrible! ¿Acaso soy estúpido? ¿Soy incapaz como emperador? Esa sería lo más terrible que podría ocurrirme”.

 El emperador, estúpido no era. Pero, como si lo fuese. Uno no puede ver lo que no existe, lo que no es, lo que no está. Si asumimos la responsabilidad de nuestras vidas, estamos bien alimentados emocionalmente, llevamos las riendas emocionales de nuestro corazón, creemos en nosotros mismos, usamos nuestras capacidades para conformarnos una opinión del mundo, refrendamos nuestras vivencias, somos considerados con nosotros mismos, no permitiremos ‘que nos la den con queso, ni nadie podrá vendernos la moto, ni un traje invisible’.

 Déjate de cuentos…

 Deja de creerte todo lo que te cuenten en televisión. No creas en nada de lo que te cuenten los políticos. Deja de comprar libros de autoayuda barata de tres al cuarto. Si eres mujer, deja de creerte todas las mentiras y monsergas, y adulaciones que todo amantisatus, florerosatus, escapatus y tontusalus del Club del Redil, tratará de hacerte creer con tal de echarte el diente. Deja ya de creer en falsos gurús de oronda panza y en las gurusas de allende los mares y lejanas tierras… Nadie es capaz de tejer trajes invisibles,  por la sencilla razón de que no existen. La verdadera verdad sólo mora en tu alma, busca en ella el valor, el amor, la luz. Cree en ti como sólo tú puedes y podrás hacerlo.

 ¡ERES LO MEJOR QUE TE HA PODIDO PASAR!

 Tu valía es visible.

 Déjate de cuentos embucaibusteros y otros eros y eras… Cuenteras y mentoreras.

 ¡Ni los niños no vienen de París ni lograrás la estabilidad emocional en dos sesiones ni en cinco pasos ni en dos días!

 El discernimiento hunde sus raíces en el auténtico liderazgo, que no es otro que llevar las riendas de tu vida. Un líder decide cómo vivir su vida, asume la responsabilidad de sus decisiones y asume la responsabilidad de ser quién le da la real y hadada gana. Sólo una buena autoestima alimenta el liderazgo que cuenta por lo que sólo discierne aquel que bien se ama. Busca lo esencial, aprende a discernir. Alimenta tu autoestima, cuida de tu sentido común y créate tu propia opinión.

Por cierto, tuve un profesor de Filosofía que sostenía el siguiente aforismo: ‘El sentido común, es del menos común de todos los sentidos”.  Aunque, eso, creo que ya te lo conté.

 Recuerda: aliméntate bien, no pases hambre emocional, y así podrás ver perfectamente cuando alguien trata de tomarte el pelo pretendiendo venderte ‘trajes invisibles’.

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