El 14 de febrero de 270, Claudio II sentenció a muerte a San Valentín por desobediencia y rebeldía porque el sacerdote casaba a jóvenes enamorados que, según el emperador debían permanecer solteros porque eran mejor como soldados del ejército. Mil 752 años después. en muchos países del mundo europeo y latinoamericano, se celebra en esa fecha el Día del Amor.
No es extraño que los seremos humanos anotemos efemérides para signar momentos clave en la historia y, así, tomarlos como referente cultural y, quizá sobre todo, para valorar porqué y cómo hemos avanzado en la ruta de la civilización. Además, esos momentos en la historia son símbolos que determinan costumbres de tal suerte que, en el nombre del amor, existen múltiples manifestaciones para expresarlo: en Perú regalar chocolates, en Finlandia se acude a la fecha para pedir matrimonio y en Puerto Rico los enamorados visten de rojo entre otras costumbres donde nunca faltan las flores, más precisamente rosas y orquídeas.
Entonces somos seres de símbolos y creo que, en la actualidad, el Día del Amor puede ser acicate para reflexionar sobre la equidad de género y la violencia contra las mujeres. Primero porque donde hay agresión no hay ni puede haber amor y, segundo, porque relaciones justas entre las parejas implica acabar con muchos estereotipos que perpetúan la inequidad.
El 14 de febrero podría ser visto, animados por San Valentín, para anteponer o contrastar el amor con las actitudes que lo pervierten o incluso lo desmienten. No hay amor o no al menos si éste no implica comprender las expectativas profesionales que tiene la mujer, cuando en el nombre del matrimonio se le deposita a ella la tarea de cuidar a los hijos y “trabajar” en el hogar o cuando, aunque la mujer despliegue su potencial profesional en un trabajo, de todos modos sea la principal responsable de las actividades domésticas mientras que el marido y los hijos le “ayudan” para no sobre cargarla de trabajo.
En las relaciones de noviazgo también existen juicios que se convierten en ataduras para la mujer, cuando su pareja busca decidir su forma de vestir o la juzga en función de ello, y así suceden diferentes formas de acoso y a veces también de violencia.
Desde luego, las mujeres estamos expuestas a la inequidad y a la violencia de género más allá de nuestras relaciones de pareja. Al respecto, la atmósfera social es brutal. Díganlo si no los obstáculos que debemos librar para que nos contraten en algún empleo: por nuestra condición de mujer preguntan si tenemos hijos o piden que aseguremos que no nos vamos a embarazar y, cuando somos afortunadas y conseguimos el empleo, todavía estamos sujetas a diferentes formas de acoso sexual, laboral e incluso discriminación.
El peor de los escenarios posibles es cuando la violencia de género trasciende al homicidio y ese es uno de las temas más lacerantes en nuestro país, desafortunadamente.
Por todo ello, vale la pena hacer del 14 de febrero una efemérides que nos permita recordar y definir al amor, sobre la base de la comprensión del otro, de su aliento para que surque los horizontes que desea y, también, para extender la convicción de que hombres y mujeres podemos construir cada vez mejores atmósferas de convivencia y amor.
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