EL SÍNDROME ‘CATE BLANCHETT’ O EL USO DEL MASCULINO PARA ‘MEJORAR LA IGUALDAD’.
Cate Blanchett: «Prefiero que me llamen actor que actriz, me sitúa al mismo nivel que los hombres».
Al leer el artículo de Marina Castaño (magnífico, as usual) en La Razón, me enteré de que, la actriz Cate Blanchett, prefiere que la llamen ‘actor’ en lugar de ‘actriz’ alegando que, de ésta manera, se situará al mismo nivel que los hombres. En ese caso, voy a pedir que me llamen ‘millonaria’, a ver si así accedo al universo de los ídem. Bromas aparte, de entrada diré que, con opiniones de este estilo, vertidas por mujeres que no hombres (a los que siempre se puede acusar de ‘machistas’), no necesitamos, al menos, las mujeres-feministas de mi enfoque, misóginos que ataquen al feminismo. Tanto pelear por tener nuestro espacio, nuestros derechos y resulta que, ahora, nos bastará con usar el ‘masculino’, en lugar del ‘femenino’, para lograr equipararnos a los hombres. ¡Venga ya!
No se trata de equipararnos usando ‘palabras’ como si fueran conjuros que todo lo pueden y cambian sin más esfuerzo que el de dar con el hechizo adecuado o con la hadamadrina pertinente, sino de lograrlo por otros cauces más dignos.
Como PNL, infiero que, lo que le sucede a Cate, tiene que ver con que construye o basa su identidad en la variable sexo (hay dos: masculino y femenino), ahora denominado ‘género’ (en español hay tres: masculino, femenino y neutro. Sólo se usa para ‘cosas’, no para personas). No es la única ni la primera, por eso se hace un lío y cree que, al usar el masculino en lugar del femenino, su ‘identidad’ se apropiará de todo lo bueno que tienen los hombres (a saber: sus logros, sus ventajas sociales y todo lo que ella encaje en su creencia de lo que obtienen los hombres por el hecho de serlo). Lo curioso, en este caso, es que Cate es una magnífica actriz cuyo talento ha sido de sobra reconocido (a mí, particularmente, como actriz, que no actor, me encanta y la admiro mucho).
La identidad -según la PNL que yo estudié. Me formé con Robert Dilts y Judy DeLozier en California-, se estructura en base a una serie de variables sociológicas, preferentemente el sexo, la profesión, el rol familiar, el nivel de estudios y/o el status social o socioeconómico. Hay quien se define por su profesión (‘soy médico’) o su estatus profesional (‘soy presidente de tal compañía’). Mientras otros lo hacen en base a su ‘clase social’ (‘soy marquesa’, ‘soy rica’, ‘soy VIP’, ‘los de mi clase’), o nivel socioeconómico (barrio donde se reside, la casa que se habita, el coche que se conduce, el yate, el chateau de vacaciones y etc).
A la identidad basada en variables exógenas (‘bolseras’), les suele suceder lo que a los activos en la Bolsa, esto es, que son susceptibles de subir y bajar en su cotización y están sometidas a variables que exceden a nuestro control, razón por la cual, la inseguridad y la zozobra están garantizadas. Consecuentemente, la persona, en muchos casos, acaba por hacer lo que sea con tal de mantener su ‘status’. Ese ‘hacer lo que sea’ va desde decir memeces (como, en mi opinión, la que ha soltado Cate), tragar sapos (esto es humillaciones, ofensas y…), aguantar jefes déspotas o maridos infieles o esposas gruñonas, comer patatas para poder pagar el alquiler del casoplón (casa contribuye a dar la imagen de ‘status’ de riqueza), a ‘lo que haga falta’.
Asimismo, aquellos cuya identidad está ligada o estructurada en base a la profesión o al ‘trabajo’ como sinónimo de ‘ser útil a la sociedad’, al jubilarse suelen entrar en una fase depresiva por cuanto sienten que su ‘identidad’ les ha sido arrebatada. Algo similar, les sucede a esas mujeres, cuya identidad, está identificada, esto es, es igual a variables ‘inestables e interpersonales’ (no depende sólo de ellas), a saber:
- ‘Ser madre’ (variable ‘rol familiar’): cuando los hijos se van del hogar, su vida, pierde todo sentido.
- ‘Ser esposa de’: de verse obligada a divorciarse, no sabría quién es ni qué hacer con su tiempo ni su vida.
- ‘Tener pareja’: cuando estar emparejada es su ‘seña de identidad’, no se soporta el estar solas, sin vinculación a nadie. Por eso, ‘estar emparejada’, puede llegar a ser incluso más importante que la dignidad propia y, con tal de seguir en pareja, se aguantan carros y carretas. Lo contrario, estar soltera, es sinónimo de fracaso, de no valer nada.
Por el contrario, cuando la identidad está basada en una variable (intrapersonal) ajena a los vaivenes humanos, cuyo origen no es de este mundo, me refiero al alma, en ese caso, la persona (hombre o mujer), será alguien con una inteligencia emocional a prueba de extorsiones y tonterías varias. Cuando la identidad tiene cariz espiritual y se estructura en base al alma propia, en ese ‘algo’ más allá y más grande que lo humano, léase Dios, Universo o cómo se le quiera llamar, el ser humano (hombre o mujer) posee un ‘antídoto’ infalible para la estupidez, la vanidad y la superficialidad.
Alguien, cuya madurez psicoemocional le permite basar su identidad en el alma que es (variable endógena y abstracta), tiene claro que:
- Tanto su sexo como su profesión y su estatus social, son tan efímeros y temporales como lo son los premios, el dinero, el coche, el físico...
- No se es más ni menos que nadie.
- No se inferioriza ni inferioriza a nadie, o sea, no es displicente, ni humilla, ni se humilla.
- La valía, la dignidad, es algo intrínseco al ser humano independientemente de su origen social, religión, pasaporte, etnia, edad…
- La cuenta bancaria no aporta nada de valor al alma ya que se trata tan sólo de papeles de colores que sirven para comprar cosas materiales pero no compran ni felicidad ni dignidad, ni…
- Nadie nos da valor, el valor nos lo damos a nosotros mismos al respetarnos y dignificarnos.
- Todo ser humano tiene responsabilidad sobre su vida, ergo nadie nos hace nada que no le consintamos.
- Una mujer no es más digna porque use ‘adjetivos y adverbios’ masculinos sino por el cómo se trata a sí misma.
- Alguien ‘rico’ no es más valioso ni mejor persona que alguien ‘pobre’. Porque, el dinero, al igual que, el éxito, no cambia a la gente. Simplemente pone de manifiesto quién es cada uno.
- El éxito no otorga capacidades consustanciales al ser humano tales como la bondad, la autenticidad, la valentía, la honradez, la sabiduría… Dichas ‘capacidades’ o ‘dones’ vienen con cada persona al nacer o no vienen.
- Quien, al tener éxito social, se cree superior al resto, es un imbécil o imbécila.
- Quien se rebaja ante alguien con ‘éxito social’ o permite que le traten con desdén es aún más imbécil.
- No se es mejor ni peor por ser mujer o por ser hombre.
- Las opciones sexuales de cada persona no le hacen ni mejor ni peor ni deben ser objeto de chanza, burla, persecución…
- Las creencias espirituales o su ausencia, son algo privado entre cada persona, su alma y Dios.
- La libertad, el libre albedrío, es un don divino. Por consiguiente, pueden encerrar nuestro cuerpo, pero jamás podrán encerrar nuestro espíritu.
- Todo es efímero, transitorio… Ergo, mientras se esté en la Tierra y no bajo ella, hay que vivir, ser lo mejor de uno mismo, ser compasivo con uno mismo y con el prójimo, procurar hacer el bien y contribuir a que el mundo sea un lugar mejor de lo que es.
Si en ésta vida elegí ‘ser’ mujer ('llevo traje mujer’, según mi forma de pensar y vivenciar la realidad), estoy convencida de que tiene que ver con mi misión humana. Procuro con mis libros, artículos, videos y etc, contribuir a que la mujer sea digna de sí misma (lo mismo es válido para un hombre). Creo que somos personas con diversos trajes. Por consiguiente, nadie debe sentirse superior ni inferior en función de su ‘traje físico’ ni de nada. Mantener la dignidad en su sitio, bien sana y equilibrada, es una tarea que debe ser diaria.
La mujer no debe aspirar a ser igual que el hombre sino diversa, diferente, con su propia singularidad y, en materia de derechos, tener los mismos. Todo ello es válido si cambiamos la variable ‘sexo’ por la de edad, clase social, etnia, religión, orientación política, formación académica, profesión, status social o la que se quiera.
Iguales ante la ley.
Iguales en oportunidades.
Iguales en respeto y dignificación.
Igualdad de derechos y responsabilidades, claro que sí.
Singularidad, siempre.
Me encantan los adjetivos siempre que sean dignificativos y que no atonten ni alelen las neuronas ni nos despisten o creen animadversión entre los humanos.
(c) Rosetta Forner 26.01.23
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