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El miedo al cambio como freno silencioso y yo lo compararía a un techo de crista, que nos impide llegar a la cima.  Vivimos en una sociedad que exalta el éxito, pero que castiga el error. Desde pequeñas, muchas personas son educadas para evitar el fracaso a toda costa, y eso las lleva, sin darse cuenta, a evitar también los riesgos. Sin embargo, el éxito verdadero -duradero, transformador y auténtico- no nace de la comodidad, sino del coraje de salir de ella.

No correr riesgos puede parecer sensato, incluso prudente, pero a la larga es una apuesta peligrosa. Significa resignarse a vivir dentro de los márgenes que otros trazaron, renunciar a la posibilidad de innovar, crecer o destacar. Los grandes logros no nacen del cálculo perfecto, sino del salto imperfecto pero valiente hacia lo desconocido.

Pienso que el riesgo te lleva a la innovación. Todas las personas que han transformado el mundo o su propio entorno tuvieron que arriesgarse: a ser criticadas, a fracasar, a perder. Steve Jobs fue despedido de su propia empresa antes de regresar y revolucionar la tecnología. Oprah Winfrey fue rechazada por “no ser apta para la televisión”. Frida Kahlo pintó su dolor en una época en que las mujeres no tenían voz pública. Lo que tienen en común es que, a pesar del miedo, eligieron arriesgarse y lograron construir una marca personal valuada en varios millones.

El riesgo no siempre implica grandes decisiones. A veces, es atreverse a hablar en una reunión, lanzar una idea distinta, cambiar de carrera, o incluso dejar atrás una relación que nos impide crecer. En cada una de esas decisiones está en juego nuestra autenticidad y nuestro potencial. Sin riesgo no hay movimiento. Y sin movimiento no hay evolución.

En lo personal me he atrevido a arriesgar, pero con estrategia, pasión y propósito.  Arriesgarse no significa ser impulsiva ni temeraria. Se trata de actuar con valentía, pero también con propósito. Los riesgos bien pensados, alineados con nuestros valores y objetivos, son los que abren caminos. El éxito no es cuestión de suerte, sino de acción. Quien espera la oportunidad perfecta, probablemente se quede esperando. Quien se atreve a dar el primer paso, aunque no tenga todas las respuestas, tiene una ventaja poderosa, que es el impulso.

Es mejor fallar intentándolo que vivir con la duda de lo que pudo haber sido. Cada vez que te arriesgas, ganas experiencia, carácter y claridad. Incluso cuando algo no sale como esperabas, habrás avanzado más que quien nunca lo intentó.

Recuerda que ell mayor riesgo no es equivocarte, es quedarte inmóvil. El éxito no se construye en la certeza, sino en el movimiento. Y ese movimiento siempre empieza con una decisión: arriesgarte a creer en ti, a actuar, a crecer.

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