Cuando nos compenetramos con nuestras obligaciones cotidianas, y vaya que son muchas, y vamos cumpliendo con todos esos roles que hemos ido incorporando, a medida que vamos transitando por los caminos de la vida, solemos dejar de lado uno de los derechos que tenemos los seres humanos y del cual somos absolutamente responsables, que es el derecho al bienestar.
Siempre miramos con cierta melancolía, ¡qué bien están los otros o qué supuestamente bien están los otros, y qué mal estamos nosotros!, ¿verdad? O aspiramos o ansiamos mejorar algunos aspectos.
Y… parecería lógico que cuando uno está urgido en atender sus necesidades básicas, y en tiempos difíciles o de crisis personales, dejemos o releguemos a un segundo plano la búsqueda de ese equilibrio y de esa paz interior, porque sentimos que no nos encontramos en las mejores condiciones para pensar en nuestro desarrollo o en nuestro crecimiento.
Y también me parece ajustada a la realidad, que tú te estés preguntando qué valor puede tener hablar de bienestar cuando tienes una larga lista de necesidades posiblemente no cubiertas, y que yo puedo entender perfectamente. Sólo que quiero preguntarte acerca de quién piensas que se va a ocupar de tu calidad de vida, quién se va a ocupar de acceder a tu bienestar.
Y algo que tenemos que aprender, porque quizás hemos incorporado algunos conceptos erróneos, es que la calidad de vida y el bienestar no tienen que ver específicamente con lo económico. Si bien es cierto que tener cubiertas las necesidades económicas genera una tranquilidad que le permite al ser humano crecer espiritualmente, lo cierto es que uno puede acceder al bienestar, con otras cosas.
Sintiéndose bien con la vida o sintiéndose bien con lo que le rodea, o con quienes le rodean. Y cuando por alguna circunstancia, nosotros buscamos respuestas a estas preguntas, en la existencia de hombres y de mujeres, tomamos conciencia de la jerarquía de hacernos cargo, de hacernos responsables de la conducción de nuestra vida.
Y también entendemos que una vez que ingresamos en la edad adulta, no podemos ni debemos, ni es posible, delegar esa responsabilidad en ninguna otra persona, más allá de que esa persona desee lo mejor para nosotros.
Tú puedes decidir, si quieres sentirte bien o quieres sentirte mal. Tú puedes decidir si tienes que poner un punto final a una etapa difícil de tu vida, o si vas a arrastrar ese sentimiento en forma indefinida. Te pueden ayudar, te pueden orientar, pero no olvides que las decisiones las tomamos cada uno de nosotros.
Porque cada uno sabe dónde le duele, y cada uno sabe cómo le duele y cada uno sabe cuánto le duele.
Y tomar el mando de tu vida, implica que seas el protagonista fundamental en las decisiones que tomas diariamente y que te acercan, o te alejan del bienestar. Vamos a recordar que nadie te conoce mejor que tú mismo y eso te lleva de la mano al pensamiento de que nadie puede saber mejor que tú, qué es lo que tú necesitas para acceder a ese bienestar.
A ver, no tengas temor, mírate en el espejo de tu alma y pregúntate: ¿qué necesito para alcanzar el bienestar? ¿qué debo conseguir o qué debo obtener, o en qué línea debo trabajar para poder alcanzar aquellas cosas que yo hoy siento? Y por qué digo hoy, porque tú no eres la misma persona que diez años atrás, entonces lo que hoy tú necesitas para sentirte bien, ¿qué es? Y esa respuesta está en el núcleo central de tu ser, está en el centro de tu propia persona.
Y … cuando encuentres las respuestas, escríbelas, guárdalas cuidadosamente y analiza también quién es capaz de proporcionarte aquello que necesitas.
Sin duda, llegarás a la conclusión de que el agente principal de tu propio bienestar o de tu propio malestar, eres tú. Tú decides cómo te quieres sentir. Tú decides si eres permeable frente a las agresiones de los demás, o si levantas un muro infranqueable frente a las críticas, frente a las opiniones, o frente a los inevitables juicios que los demás hacen sobre tu persona.
Y no porque lo estés buscando específicamente, pero cuando la vida te golpea, o tú te golpeas, o nos golpeamos reiteradamente y esos golpes nos duelen mucho, ha llegado la hora de revisar en qué estamos fallando, pero sobre todas las cosas, en qué nos estamos fallando, qué es lo que estamos haciendo mal con nosotros, porque en definitiva no es que le estamos haciendo mal a los demás, el primer daño y el más profundo es para con nosotros mismos.
Nosotros nos estamos olvidando de nuestra persona, nos estamos olvidando de querernos, nos estamos olvidando de mimarnos.
Dr. Walter Dresel
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