La persona deprimida tiene una visión constreñida de su realidad que le lleva a contactar de una forma inhibida, e incluso a interrumpir el contacto con su entorno más inmediato, que suele ser la familia.
Esta imposibilidad de contactar lleva al paciente a cerrarse en sí mismo y le hace incapaz de ver ninguna solución a su tremendo malestar. Surge un aislamiento emocional e interpersonal que propicia que todo lo que sucede a su alrededor es percibido y sentido como ajeno, lejano e imposible de alcanzar.
El malestar del deprimido se acrecienta conforme es consciente de su impotencia y surgen sentimientos de soledad, incomprensión y un desconcierto que le impele a pronunciar frases como:
- «No sé lo que tengo, pero no estoy bien»
- «Si todo va bien, ¿por qué me encuentro así?»
- «Nadie me comprende»
- «Soy un estorbo»
- «Qué difícil debe ser convivir con alguien en mi situación»
- «Me gustaría ser como los demás que no sufren como yo»
Así es como va surgiendo un sinfín de quejas y reproches hacia sí mismo, y también contra el entorno, que cierran un círculo vicioso de malestar, tristeza, sentimiento de culpabilidad, falta de apoyo y un vacío que nadie ni nada puede llenar.
Metafóricamente hablando, el paciente se siente como si estuviera en el fondo de un pozo oscuro, sin capacidad alguna de ver ni encontrar la salida.
En términos extremos, en esta situación deberá siempre contemplarse el riesgo suicida como más adelante explicaremos con más detalle…
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