A la hora de comer solemos prestar atención, cada vez más, a los ingredientes y tipo de alimentación. Buscamos aquello que sea más natural y que disponga de nutrientes activos, para favorecer la digestión y asimilación de lo que necesitamos para una vida saludable. Es evidente que nuestra salud física resulta fundamental a la hora de dar lo mejor de nosotros mismos en nuestras relaciones, en nuestro trabajo y en nuestro propio sentimiento de satisfacción o felicidad. Resulta difícil gozar de las posibilidades que la vida nos ofrece, cuando nos encontramos mal. Pero resulta igualmente probado que las emociones influyen en lo que comemos, cuándo comemos y en qué cantidad. Seguramente conocemos en nuestro entorno cercano personas que calman la ansiedad generada por el estrés con determinados alimentos de "comida rápida", no siempre saludables; por no hablar de otros no recomendables hábitos ligados con el alcohol, el tabaco y otras substancias. También, con toda seguridad, conocemos alguna persona que come más de la cuenta para compensar el aburrimiento o la falta de autoestima. Y aquí comienzan ciertas paradojas: al comer desde la descompensación de sus emociones, suelen sabotear continuamente sus esfuerzos para perder peso, por ejemplo. A menudo, las situaciones que dan lugar a ciertas emociones negativas, como la insatisfacción, la frustración, nos llevan a comer de manera compensatoria. Buscamos satisfacción en la comida, cuando nos falta en otros aspectos. Si hemos comido recientemente y notamos que tenemos ganas de comer de nuevo, debemos ponernos alerta en relación con estos círculos tóxicos de las emociones alteradas. De nada nos servirá que los alimentos sean naturales, integrales y equilibrados, cuando nuestro aparato digestivo está desequilibrado por el influjo de alguna emoción tóxica. Hagamos una pequeña, íntima y sincera observación de nuestros procesos emocionales, especialmente en lo relativo a estados de ansiedad y frustraciones. ¿Sentimos deseos de comer porque tenemos hambre o para satisfacer una necesidad emocional? ¿No sentimos ningún deseo de comer? Dediquemos un momento a la observación para poder responder a estas cuestiones: • ¿Qué emociones o situaciones nos llevan a comer compulsivamente o a no comer?. • Como alternativa, podemos hacer un listado con otras cosas que nos permitan satisfacer esa necesidad emocional. Tal vez nos ayude salir a caminar, tomar agua o alguna otra bebida sana, enviar un mensaje electrónico, de voz o de otro tipo a una persona conocida y cuyo recuerdo nos haga sonreír agradablemente; hacer ejercicio, estiramientos o cualquier otra cosa que nos llegue a la mente, sin estar relacionada con la comida, el alcohol, el azúcar, estimulantes o relajantes químicos. • Por otra parte, la comida no logra que las emociones negativas desaparezcan y puede llevar a situaciones paradójicas, como la de sentirnos menos atractivos porque engordamos, aumentando simultáneamente nuestra insatisfacción sexual, por ejemplo. • Sería bueno llevar una contabilidad sobre la comida que ingerimos y el grado de satisfacción que nos produce, sobre cuánto hambre tenemos cuando comemos y cómo nos sentimos después. • Si descubrimos que hay ciertos bloqueos emocionales que no podemos resolver por nosotros mismos, busquemos ayuda.
En resumen, se ha comprobado que existe una relación directa entre la mala gestión de las emociones y la mala alimentación. Cuando no podemos expresar adecuadamente la tristeza, la ansiedad o la ira, tendemos a actuar de forma impulsiva o compulsiva, descontrolada o excesivamente controlada; dichas emociones pueden también somatizarse en forma de insatisfacción a través del propio cuerpo, provocando bucles de baja autoestima, por ejemplo. Por ello, las personas con dificultades emocionales puede manifestar problemas con la alimentación y desarrollar conductas alimentarias desadaptativas, como el hambre voraz o la inhibición de la ingesta. Es evidente que la alimentación es una necesidad básica y como tal, se relaciona con una serie de conductas y rituales que condicionan nuestro día a día. Con todo, no solemos prestar una atención adecuada a lo fundamental que resulta averiguar qué se esconde detrás de la necesidad que sentimos a la hora de comer. Esto resulta especialmente importante porque, como ya se dijo, se ha comprobado ampliamente que dicha ingesta, así como las conductas y rituales asociados a ella, tienen mucha más relación con las emociones y creencias personales que con el hecho de introducir nutrientes en nuestro organismo. Si queremos tener una alimentación sana, equilibrada y completa, es hora de incorporar a nuestra dieta, comenzando por lista de la compra y siguiendo por otros rituales cotidianos, una mínima contabilidad de nuestros estados emocionales. Y si es posible, hagámoslo jugando, con el mejor humor. Haciéndolo así, dando "al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", lograremos la combinación perfecta para conseguir hacer realidad los hábitos alimentarios que nos conducen a la salud perfecta y el bienestar personal. Es hora de ampliar nuestros recursos de inteligencia natural.
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