Nuestra sexualidad nace en le deseo de experimentar momentos de placer.
El deseo es definido como “un movimiento afectivo hacia algo que apetece,” y forma parte de nuestra esencia, la materia y manifestación de la luz divina en cada uno.
El deseo ha sido, es y siempre será el combustible de la experiencia humana: arte, literatura, música, tecnología, descubrimientos científicos, invenciones, revoluciones políticas y cualquier otra innovación. Nace desde la inquietud de satisfacer nuestros deseos. “Satisfacer el Deseo” es la clave de la evolución.
Sin embargo, tal nos enseña la historia humana, satisfacer nuestros deseos se convierte en espada de dos filos, pues con cada deseo satisfecho se crea un vacío, en el cual radica un nuevo deseo cuya necesidad de satisfacción es mayor que la anterior.
La expresión más profunda, más potente y más espiritual de un deseo, es la del deseo sexual.
En las culturas occidentes, la espiritualidad, la profundidad y la potencialidad del sexo, han sido reducidas a simplemente tener “buen sexo.”
En estas sociedades la sexualidad y el deseo de obtener la plenitud que solamente logra una sexualidad entera, se han convertido en una obsesión de un desempeño, distorsionando así el sagrado propósito de conexión con La Divina Energía Creadora (entendamos este término como "Dios" o lo que algunas personas entienden como Dios), que nuestra sexualidad nos provee.
Para la mayoría, la sexualidad es un deporte en el cual las relaciones sexuales se contemplan como si fueran resultados de juegos, con columnas de pérdidas y ganancias, convirtiendo los orgasmos en índices de goles. Nuestras bibliotecas están llenas de instructivos y manuales que se dedican a enseñarnos cómo tener mejor sexo, durar más tiempo, conseguir más orgasmos, convertirnos en mejores amantes... Claro queda que el aprendizaje de ciertas habilidades es importante y a veces hasta necesario. Finalmente, hemos aprendido a expresar cualquier idea en discurso o palabras escritas y la necesidad de saber expresar una pasión cruda en nuestras recamaras, es importante. Pero los manuales de “cómo ser mejor en la cama” y los estudios clínicos con sus diversas estadísticas, sólo enseñan el lado mecánico de la receta sexual. Y cabe mencionar que algunas de estas mecánicas deben ser maravillosas, pero algo falta...
Nuestro cuerpo es la herramienta que facilita la conexión entre nuestra alma y La Divina Energía Creadora, por lo cual la satisfacción física es de suma importancia. Pero, ¿qué pasa con nuestra alma, la podemos incluir en este proceso placentero?
Dentro de la pareja podemos tener una compatibilidad física, pero la semilla del placer sexual no es meramente física. Lo que los manuales, revistas glamurosas, gurús, sexólogos, terapeutas sexuales y contadores de orgasmos dejan fuera de la fórmula, es la indispensable: nuestra Alma, sin la cual no existe vida. Nuestra alma es la herramienta que anima nuestros cuerpos y propaga cada acción que tomamos. Justamente es nuestra alma la que produce nuestras cuatro columnas energéticas y da a nuestras acciones significados más profundos que el “cómo” y el “cuánto”
La energía sexual siempre existe, sin importar qué tratemos de hacer con ella. Aunque la reprimamos, la separemos de nuestras rutinas o la tratemos de dividir en secciones, la energía sexual siempre radica dentro de nuestras almas y cuerpos. Es energía que pulsa, vibra y penetra nuestro ser entero, produciendo un profundo deseo de conectar con algo o alguien más que nosotros.
El erotismo y la estimulación sensual inician desde una conexión creada entre nuestro cerebro, corazón y mente con y nuestra esencia, es decir, nuestra alma.
Cuando estamos disponibles a descubrirnos totalmente, enfocarnos en los aspectos emocionales, espirituales y a la vez quedarnos encantados con sus aspectos físicos, la relación sexual se vuelve crecidamente intima. Nos concientizamos del propósito espiritual y del papel cósmico que nuestra sexualidad ocupa. La experiencia se carga con energía espiritual que a su vez nos encamina a descubrir dimensiones antes desconocidas en nosotros y en nuestra pareja.
Nuestra sexualidad tiene una fuerza de tal magnitud que cuando la practicamos, nos cargamos y emanamos una energía muy específica, nos provoca ascendencia de nuestra conciencia. Esto no solamente se prende con un apagador; tenemos que sintonizar nuestro enfoque hacia el concepto de una sexualidad que va más allá que la simple satisfacción de un deseo.
Un acto sexual, desconectado de un propósito mayor y lleno de egocentrismos, no representa una sexualidad completa. Además de ser un acto predecible, nuestra intimidad física se reduce a su mínimo potencial, creando un vacío. Parece una imitación de una obra maestra; todos los movimientos son emulados, pero carece de la inspiración, visión y gracia que elevaron al artista a crear la grandeza de la obra original. Un acto sexual distanciado o separado de nuestra esencia, nos impide pasar por experiencias cuyo efecto es vivir la sensación de sentir la luz divina dentro de nosotros.
Aunque la sexualidad que satura los medios de publicidad y televisión es descrita como una sexualidad conectada y de satisfacción, sabemos que no lo es. La podemos asemejar a un perico cantando una ópera del gran tenor Luciano Pavarotti; finalmente es una ridícula imitación de algo tan impactante.
La sexualidad espiritual ocurre antes de llegar a la cama: comienza cuando concientizamos el propósito de la creación, la conexión de nuestra alma con La Divina Energía Creadora y las tantas zonas “erógenas” de nuestro cuerpo.
La Kabbalah nos dicen que aunque no encontremos las respuestas, debemos explorar quién somos, el propósito de nuestra existencia y nuestro origen. Dentro de esta bellísima enseñanza radica la creencia de que nuestra conciencia espiritual, conciencia sexual y los cosmos, el mundo superior e inferior, están íntimamente conectados, al igual que dos amantes que se abrazan con eterna pasión, emoción, devoción y amor.
En la cultura moderna, el deseo y el sexo son mirados en el contexto de un elemento divorciado de la espiritualidad. Así, la sexualidad se practica como si fuese un deporte, o solamente una actividad diseñada para procrear.
La Kabbalah considera ambas formas de practicar la sexualidad como manifestaciones distorsionadas, pues razona que la sexualidad humana es una clave para el desarrollo e incluso desenvolvimiento espiritual. Existe una conexión constante entre la energía superior y el mundo físico, pues nuestra sexualidad es una fuente energética con infinito potencial. La más ligera caricia o el beso más apasionado, entregados con el afán de gozar en el goce de la otra persona, llevan consigo una chispa de La Divina Energía Creadora.
La Kabbalah enseña que lo terrenal se fusiona con lo cósmico, porque cada vez que nos permitimos practicar nuestra sexualidad por medio de la espiritualidad, hay una agitación en La Divina Energía Creadora, creando así una profunda unión entre el mundo terrenal de dos amantes y el universo entero. Nuestras almas y cuerpos se entrelacen, y paralelamente lo mismo ocurre entre La Divina Energía Creadora y el mundo terrenal. Todo es paralelo. Además de recepción, Kabbalah significa paralelismo. Nuestro cuerpo es la vibración del mundo terrenal y nuestra alma es la vibración en La Divina Energía Creadora. Esta sabiduría nos revela y enseña que nuestras sesiones de intimidad erótica crean ondas a través del universo, en la misma manera que una piedra aventada a un lago crea olas, o las vibras creadas por el aleteo de una mariposa son capaces de llegar al otro lado de la tierra y crear un huracán. Nuestra sexualidad tiene un potencial cuya expansión es ilimitada.
Cuando practicamos la sexualidad a través del profundo entendimiento de los principios fundamentales de la vida, implementamos el conocimiento dentro de nuestra conciencia terrenal, evocamos las fuerzas de la creación, y así, La Divina Energía Creadora y todo el cosmos se estremecen con deleite cuando dos seres se sumergen en la energía del placer divino.
Moshé Habia
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