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Alfabetizar significa aprender a leer y escribir, por lo que, a quien no domina este proceso, ya sea parcial o totalmente, se le conoce como analfabeta.

Hoy, el analfabetismo ha trascendido el campo lingüístico y se aplica a otras formas de ignorancia o ausencia de dominio, por ejemplo, se habla de analfabetismo moral, cultural, informático, ecológico y emocional, entre otros.

Se atribuye a Daniel Goleman el empleo del término “analfabetismo emocional” y lo define como la ausencia de inteligencia emocional, es decir, ignorar lo que se siente, experimentar desmotivación, actuar por impulso, ser ajeno a los sentimientos y emociones de los demás y experimentar problemas para establecer relaciones estables, entre otros rasgos.

La inteligencia emocional, de acuerdo con el citado autor, contempla cinco habilidades: las tres primeras, de carácter intrapersonal y las dos últimas de origen interpersonal: autoconocimiento, autocontrol, automotivación, empatía y relaciones sociales. Si su desarrollo inicia desde la etapa escolar, se estarán brindando al infante, las armas requeridas para insertarse exitosamente, en la etapa adulta, en una sociedad cada vez más afectada por dolencias emocionales, tales como la ansiedad, estrés crónico y depresión.

La violencia prevalente en los centros escolares, expresada en intolerancia, bullying, conductas pasivo-agresivas, es un claro indicio de que, desde casa, no se está previniendo el problema, al contrario, se enfatiza a partir de las formas de crianza impulsivas o indolentes. Generalmente, ante la evidente incapacidad para atender las emociones de los hijos, los padres prefieren ignorarlas, y si esas incapacidades son evidente reflejo de su analfabetismo emocional, optan por desacreditar cualquier intento de impulsar el equilibrio entre razón y emoción.

Como observadora de la práctica docente, he sido testigo, en más de una ocasión, del llamado que se hace a una madre o un padre, para hablar de la agresividad de su hijo, de sus respuestas defensivas ante cualquier observación que se le hace, de su conducta desafiante; o bien, de sus periodos prolongados de ensimismamiento. Los padres, entonces, argumentan que su hijo o hija nunca se comporta así fuera de la escuela y que es responsabilidad del docente no mantener el control; descalifican a la escuela y, si la situación persiste, prefieren cambiar a sus hijos de centro educativo, en donde, seguramente, se presentarán los mismos problemas. Esto se debe al "golpe de realidad" que la persona experimenta, al darse cuenta de su incapacidad para educar emocionalmente a su hijo, o para aceptar lo que ocurre y canalizarlo con un especialista.

Rafael Bisquerra habla de competencias emocionales en el aula, entendiendo como competencia, un conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes que, en este tema, contribuyen a la toma de conciencia, comprensión y expresión de fenómenos emocionales, de manera adecuada. Las competencias emocionales favorecen la adaptación al contexto social y a tener una actitud positiva ante los retos de la vida.

Un niño, emocionalmente competente, tiende a no hacer “berrinches” frecuentemente, a mostrar un rendimiento académico aceptable o elevado, a moverse pacíficamente en el aula escolar, tan solo por mencionar algunos beneficios. Bisquerra identifica en su modelo, 5 competencias de alfabetización emocional: desarrollo de la conciencia de sí mismo, aprender a regularse emocionalmente, alcanzar la autonomía personal, ser capaz de socializar y contar con habilidades para la vida y el bienestar.

Para promover estas competencias, te dejo aquí algunos tips:

1. Enséñale a verse en el espejo y que te cuente a quién ve ahí; revisa con tu hijo o hija sus características físicas y las de su personalidad. Aprovecha para enfatizar sus cualidades y motívalo a mejorar cada día.
2. Pídele que se dibuje en una hoja que represente la casa y la escuela, y que después te explique cómo se siente en cada espacio, para detectar si hay algún tipo de frustración.
3. Ayúdale a identificar en los rostros las emociones; puedes iniciar con emojis o caricaturas, antes de pasar a rostros humanos. Pregúntale con frecuencia qué emoción experimenta en ese momento y cómo la identifica.
4. Cuando esté enojado hazle saber que el enojo es natural y que tiene derecho a sentirse así, pero no a agredir a quienes le rodean. Si el enojo es mucho, proporciónale una almohada o algún objeto blando para que apriete hasta que se canse y canalice el impulso; o bien, invítalo a que corra contigo hasta que se canse para que saque la energía negativa.
5. Háblale del placer de compartir y haz de esto, una práctica habitual en casa. “Todos compartimos y nos sentimos muy bien al hacerlo”
6. De acuerdo con su edad, deja que sea él o ella quien anude sus agujetas, se cepille los dientes, se lave cuidadosamente las manos, tome los cubiertos, aprenda a agarrar el lápiz, se bañe y se vista, entre otras cosas; la autonomía le dará seguridad en sí mismo e independencia.
7. Organiza actividades en casa con la familia para promover la convivencia: juegos de mesa, concursos, retos, etc., de tal manera que se acostumbre a socializar, a ganar y a perder.
8. Acostúmbralo a desayunar temprano, antes de ir a la escuela. El “no quiere” o “no le da hambre” depende de la forma en que esté siendo educado. Si alguien se sienta con tu hijo(a) siempre a la misma hora para consumir un alimento esencial para que rinda en la escuela, se terminará por acostumbrar.

Hay muchas otras actividades para ir desarrollando sus competencias emocionales. En internet encuentras manuales y páginas WEB que te orientan al respecto. Aquí te dejo una propuesta de la UNICEF, en la que encontrarás prácticas muy valiosas: https://www.unicef.org/mexico/media/7856/file/Manual%20impresi%C3%B3n%20estrateg%C3%ADas%20para%20el%20fortalecimiento.pdf

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