Vivir como Dios manda
La verdadera riqueza la encontramos
cuando somos felices y sabemos disfrutar
con lo que somos y tenemos.
Muchas veces se pretende conseguir
la felicidad a base de una carrera de ascensos,
de un excesivo trabajo para acumular dinero,
de obtener títulos para ser respetado.
No se vive el presente por enfocar todas las energías
hacia un futuro de ensueños que nunca llega.
El ser humano ha nacido para vivir eternamente,
pero se constata, por desgracia, que a muchos
la vida se les va como en un suspiro.
La vida y la muerte son eternas compañeras;
aprendemos a vivir y a morir un poco
desde el día que nacemos.
La persona puede vegetar o vivir.
Decimos que vegetamos cuando solamente
nos preocupamos de comer, trabajar, dormir...
El ser humano es algo más: tiene entendimiento,
puede pensar y, sobre todo, puede hacer el bien, amar.
A cualquier edad se puede aprender a vivir
con otra mirada, con otros valores.
Para ello, antes de nada, es necesario
ser conscientes de la realidad que se vive.
Es urgente que los padres enseñen a los hijos
que la vida es algo más que el aire que respiramos,
que la sangre que late en nuestro cuerpo.
El niño necesita encontrar la vida plena,
la verdadera, abrir su mente y su corazón
al Dios de la vida para convivir en armonía
con la naturaleza, las cosas y las personas.
Por desgracia no son muchos los maestros
que enseñan a vivir bien.
Las personas, por otra parte, acumulan recuerdos,
sentimientos, estados de ánimo, temores, rencores,
formas de convivencia agresivas que entorpecen
la comunión y la participación comunitaria.
Hemos de aprender a vivir.
Lo cotidiano es el escenario obligado.
Para ello es importante saber manejar
las emociones agradables o desagradables,
disminuyendo éstas y aumentando las otras.
El resultado será la paz, la alegría,
la serenidad, la jovialidad.
“El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21),
al alcance de cada uno. Es el tesoro escondido,
la fuente de la felicidad.
P. Eusebio Gómez Navarro OCD
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