Tómese un momento para mirarse al espejo antes de continuar. Hágalo detenidamente y este consciente de todos los pensamientos que cruzan mientras se mira.
Como quizá pudo observar, el espejo nos permite mirar tanto un contorno delimitado, así como el interior del ser.
Cuando nos miramos vemos más allá de la frontera de la piel. Emerge la historia familiar a través del descubrimiento del color de ojos de la abuela a la cual nunca conocimos, las manos de mamá, las pestañas del abuelo paterno a su vez heredadas de su madre, la sonrisa de papá igual a la de su padre y a la del bisabuelo, o quizá no podemos encontrar los rostros en nosotros porque fueron exterminados en genocidios, aun asi, pasaron la vida y están …., Puede mirarse ahora nuevamente al espejo.
¿Será únicamente en el cuerpo que podemos ver la herencia de la familia? ¿Es nuestro cuerpo una unidad biológica o es también una historia social y familiar?
Al mirarnos evocamos también los recuerdos. La historia social se hace presente cuando miramos los prejuicios sociales y culturales que se tiñen con los colores de la piel y que despiertan las diferencias en la valoración de cada ser humano, miramos entonces la discriminación. No hay mirada ingenua ni objetiva. La subjetividad de la mirada aparece permanentemente ligada tanto al pasado familiar y cultural, así como a las experiencias presentes. Somos lo que fue nuestra familia y su contexto y escribimos con nuestra experiencia nuevas historias.
En la salud y la armonía no podemos distinguir el vínculo indivisible con el ayer familiar porque su unión esta al servicio de la vida; no obstante en el dolor, cuando el alma de una persona no esta en resonancia con los hechos de su vida misma, y las emociones encontradas invaden los terrenos de las relaciones sin explicaciones coherentes, cuando se sufre sin poder tomar lo que la vida da, cuando se adquiere una enfermedad que esta inscrita en el código de familia, o cuando se rechaza el amor a pesar de que esta esperando en la puerta, o la suerte se diluye como agua en acciones necias, o nuestro cuerpo grita con síntomas crónicos que no hayan remedio, es cuando podemos observar lo que llamaré cuerpo-historia. Cuerpo como una historia inconsciente de la memoria familiar. Una historia que fue inscrita mucho tiempo antes y que se manifiesta más allá del color de los ojos, en la calidad de las relaciones y de los sentimientos hacia sí mismo y hacia otros.
Existe un profundo poder de conexión que cada persona tiene con su familia en una o varias generaciones. Se vinculan entre sí con amor y lealtades invisibles y a veces, en el sufrimiento injustificado se descubre que lo que una generación deja sin resolver, las siguientes generaciones son las que inocente e inconscientemente tratan de solucionar lo pendiente, quedando atrapadas en temas o asuntos que no son en realidad su responsabilidad. Como consecuencia, este amor ciego y transgeneracional, puede llevar hacia la infelicidad y a enfermar el cuerpo y las relaciones. Las amarguras también tienen su espacio; quedan grabados en la memoria familiar inconsciente, los pendientes familiares, los duelos abiertos, los dolores de las tumbas sin lápida en el corazón de la familia, el dolor de los hijos ocultos.
El pasado también tiene su dulzura. Las familias también aprenden de las fortalezas, de cómo los abuelos del pasado enfrentaron la adversidad, de cómo volverse a levantar en una nueva tierra ante una migración forzada, de cómo enfrentar una separación, como cerrar los duelos, como dar cariño.
Cuando hay conflictos recurrentes que no pueden solucionarse, cuando la voluntad de resolver tiene que someterse al conflicto y deja separadas relaciones consanguíneas inexplicablemente ( entre hermanos, entre padres e hijos por ejemplo). Quizá en esas condiciones especiales haya una transmisión transgeneracional de los problemas familiares que crea una cadena de destinos difíciles y a veces trágicos.
Los asuntos no resueltos del pasado familiar, las injusticias cometidas dentro del sistema familiar así como fuera del sistema o bien en contra de la familia (a través de la violencia política en cualquiera de sus modalidades), pueden afectar la vida de la familia quizá con enfermedades inexplicables, síntomas, depresiones, suicidios, conductas de riesgo, adicciones o relaciones destructivas entre otras.
El mismo amor que enferma es el que tiene la sabiduría de la solución cuando se vuelve consciente. En esta visión transgeneracional el síntoma pasa a ser una metáfora; es poesía, es el punto del desencuentro entre el inconsciente individual y el inconsciente familiar. En el vacío de ese desencuentro es donde la confusión entre amor y dolor, halla un espacio fértil.
El amor -dolor (en cualquiera de sus gamas) es el más profundo de todos los amores. Los cuerpos se vuelven cárceles de sufrimientos añejados y desconocidos, los ojos miran a través de su ceguera , las justificaciones consientes encubren las lealtades invisibles, los fantasmas familiares toman las decisiones sobre la vida cotidiana. Y el amor, el profundo amor-dolor, persiste y no puede ser roto a pesar de los efectos físicos y emocionales. Son las cualidades y formas de ese amor-dolor las que nos guía para revelar sus secretos interminables y a los actores del pasado a los que pertenecen.
Los Diccionarios del Amor, escritos por los fantasmas transgeneracionales, muchas veces tienen más fuerza que la realidad misma, y los intentos de cambio-transformación pasan por un camino sinuoso porque entran al terreno de la sumisión a los códigos familiares antiguos, que danzan un baile invisible con el síntoma.
Cuando se resuelven, se escriben también historias futuras, y la transmisión transgeneracional del dolor interrumpe su viaje realizado a través de las notas musicales de los gritos y los aplausos de los golpes verbales y/o físicos. Pero muchas veces, los presos del amor-dolor no pueden salir solos, porque su incapacidad es acompañada por siglos de silencio sobre derechos, igualdad y equidad. Además, los modelos improntados de familia ocupan también un lugar preponderante en el ‘deber ser’
La historia, no obstante, también puede escribirse en el presente para los que vienen.Quien se expone con ayuda a su propia mirada frente a aquello desconocido que se manifiesta en las cadenas de destinos, que amenazan hacer presente los ayeres, esta abriendo un puente de comunicación de donde pueden emerger las fortalezas y las enseñanzas .
Salir de éste Diccionario familiar y reescribirlo, representaría estar en la frontera de la muerte simbólica de las lealtades familiares inconscientes, que en la realidad es el factor más poderoso de crecimiento y fuerza, de sobrevivencia y la creatividad. La conciencia instaura una nueva realidad, una experiencia fresca y aporta una memoria diferente al sistema familiar , lo cual puede significar unión de diferencias, comunión de la diversidad, tolerancia. Ésta nueva memoria se inscribirá en el futuro en el inconsciente familiar y los que vienen podrán tener acceso a ella.
El amor es la fuente, el origen, el conflicto y la sanación entremezclados en una danza, donde el secreto del inconsciente se manifiesta: los ayeres y el presente se funden y muestran su complicidad para recordar a los que a los que fueron olvidados.
La familia entonces va más alla de los límites del cuerpo en la cual se viaja al infinito y desde allá se reinventa. Es una visión de vida que abraza al pasado-presente.
Ante la inmensidad del todo, armar la memoria familiar es una tarea del alma y la pluma, que se unen para evocar los recuerdos del proceso, tiñen a los fantasmas, les dibujan rostros y tiempo. En los retazos de historia se incluyen con respeto, y en su lugar de dignidad, a quienes han contribuido a pasar la vida; esta es una nueva visión transgeneracional integradora.
Estamos ligados a todos los miembros de nuestras familias y a la vez somos totalmente inéditos como resultado de las múltiples combinaciones del pasado y de la experiencia propia. Tan importante es el todo que nadie puede faltar y tan importante cada persona en lo individual que es irrepetible. Muestra a la vez lo indivisible y lo pequeño de nuestra propia humanidad, tan humana, tan igual a la de todos y a la vez única.
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