Aloha Amig@s,
En mi última visita a la ciudad de México, me propusieron que fuera a hacer una presentación a una cárcel de mujeres, y por supuesto acepté. Después de haber aceptado, me contaron que no les estaría presentando a las internas más peligrosas; algunas de ellas incluso podía ser que estuviesen injustamente encarceladas. Pero después, ya en la prisión, una encargada nos dio elinput (a las tres mujeres que me acompañaron y a mí) de que había entre ellas mujeres muy sanguinarias; algunas habían realizado secuestros, castraciones, o habían matado a sus hijos... Ahí me puse un poco nerviosa. Fue solo un momento.Confío totalmente en Dios y sé que no me puede poner en un lugar que va a ser peligroso para mí, pero sí me pasaron cosas por la mente. Seguramente me influyó lo que vemos en las películas.
En la cárcel habían ofrecido mi presentación a ciento trece internas sentenciadas, de las cuales ochenta eligieron venir. A pesar de mi práctica del Ho’oponopono, no dejé de sorprenderme cuando, al hallarme ante ellas, me di cuenta de que las veía desde el amor. Realmente no surgieron en mí opiniones y juicios; pude verlas, sencillamente, como los seres humanos que son.
Pero la sorpresa más grande la tuve por las cosas que les dije. Si bien estoy acostumbrada a fluir con la inspiración a la hora de impartir los seminarios y responder las preguntas de los asistentes, la verdad es que la experiencia de la cárcel me ha cambiado la vida. Me di cuenta, realmente, de lo que esdejar fluir la inspiración, y de la capacidad que tiene esta de afectar la propia vida y la de otros.
Me encontré diciendo a las internas aquello que realmente podían asimilar y que podía ayudarlas, pero no desde el pensamiento de lo que sería correcto decirles. Les expresé que se tomaran su estancia en la cárcel como un retiro en que tenían la oportunidad de conectarse consigo mismas y descubrir quiénes son. Ahí dentro estaban libres de muchas preocupaciones, y debían aprovecharlo.
También les dije que tenían que escribir, libros incluso, para poder afectar la vida de las personas de fuera.Les recalqué que afuera no somos libres, aunque creamos serlo. Vivimos en una cárcel permanente, llenos de estrés y preocupaciones, sobrecargados.De cualquier modo, tener la libertad de movernos y de tomar tantas elecciones en la vida es algo que deberíamos agradecer mucho más los que estamos «fuera». Deberíamos acordarnos mucho más a menudo de dar las gracias a Dios por tantas bendiciones como gozamos en nuestra vida cotidiana; bendiciones que con frecuencia damos tan por sentadas que ni reparamos en ellas.
También les hablé de las vidas pasadas, y lo acogieron con interés. Estoy haciendo mucho hincapié en el tema de las vidas pasadas, tanto en mis seminarios como fuera de ellos, porque es algo que abre nuestras mentes y nos puede ayudar a sobrellevar muchas cosas, a transitar por estos tiempos de cambio de paradigma. Todos podemos ver que el mundo se está poniendo peor en distintas áreas, y el caso es que las cosas van a seguir empeorando antes de empezar a mejorar. La parte más oscura de la noche es justo antes del amanecer, y vamos a tener que transitar por esta oscuridad antes de que realmente la Tierra vuelva a ser el Paraíso. Vamos a ser testigos de muchos acontecimientos desestabilizadores y tenemos que abrirnos, tenemos que estar preparados para observarlos y no engancharnos con nuestras opiniones, ni dar el control a nuestros temores.
Cuando di a las internas la posibilidad de comentar y preguntar, una de las mujeres que compartieron nos dijo que ella era abogada y que en esta vida había cometido muchos errores y había abusado mucho de su poder, y que había encontrado la paz ahí en la cárcel y estaba tratando de comunicárselo a sus compañeras, especialmente a las jóvenes con menos experiencia.
El hecho de darnos cuenta de quiénes somos y de que sea lo que sea lo que ocurra no son más que experiencias y oportunidades para corregir errores nos puede ayudar a lidiar con las dificultades de la vida de una forma más fácil. Esto es cierto para quienes estamos «libres» y adquiere una dimensión especial si estamos en la cárcel. Tenemos que conectarnos con quienes somos, con lo que vinimos a hacer a esta vida, y darnos cuenta de que todo es perfecto.
Así pues, les hablé de las vidas pasadas. Les mencioné que no era casualidad con quién estaban compartiendo celda, y curiosamente una interna que había pedido cambio de celda cambió de opinión. También les dije que su estancia en la cárcel era, tal vez, una forma de saldar deudas. En respuesta a la pregunta de una de las asistentes, le dije que tal vez estaba ahí porque en otra vida había mandado ella a alguien a la cárcel. En el momento en que dije esto, todas tuvieron como una revelación. Nada es tan terrible si cambiamos el enfoque; podemos ahorrarnos el sufrimiento y aprovechar cualquier circunstancia para encontrarnos más a nosotros mismos.
De modo que sí, las invité a escribir; les dije que lo hicieran tanto si se sentían bien como si se sentían mal.Les dije también que escribieran historias de su pasado que necesitaran soltar, en vez de seguir hablando de ellas. Les conté unos cuentos que están en mi primer libro, El camino más fácil, y algunas se miraron como si ya los conocieran. Les dije que si sabían esos cuentos se los contaran entre ellas; que no se contaran los cuentos dramáticos de la vida, sino estos. Les dije que todo tiene consecuencias, y que si llevaban a cabo este acto de escribir y soltar el pasado podían transformar sus vidas y las de otros. Las exhorté a que lo último que tenían que perder era la esperanza, a que no se diesen por vencidas.
También les hablé de cómo ellas realmente eran familia; en ese momento solamente se tenían unas a otras, y tenían que cuidarse en vez de pelearse. Les aconsejé que leyeran juntas y comentaran sobre lo leído. Yo les había traído quince libros de regalo, y me pidieron que les mandara libros sobre las vidas pasadas. Por supuesto se los mandaré, si en la cárcel lo permiten.
Mostraron muchísimo interés en los libros que les traje, en las herramientas de Ho’oponopono que compartí con ellas.
Una de las encargadas nos comentó que el dolor más grande para ellas era el abandono de sus familias, que no las venían ya a visitar. Aproveché entonces también para asegurarles que aun si las familias venían a visitarlas, ellas tampoco iban a estar contentas. Que ya tenían ahí todo lo que necesitaban y que si les preocupaban sus familias de afuera, que no se preocupasen, porque si ellas estaban bien ahí, sus familias estarían bien y también habría cambios en sus familiares de afuera.
Hubo un episodio especialmente entrañable y fue que justo encima de donde estábamos conversando había dos nidos con pajaritos. Esto me dio la ocasión de decirles que los pájaros no las discriminaban, que incluso les estaban confiando sus propios hijitos. ¡Los pájaros confiaban en ellas!; ¿no iban ellas a confiar en sí mismas?
La cosa terminó con abrazos entre todas nosotras, desde el momento en que les dije que los abrazos son la mejor vitamina que existe. Muchas de las internas que nos vinieron a abrazar me dieron las gracias y me bendijeron; también hicieron referencia a la luz que tengo y la paz que les transmití. Esto sí que fue una sorpresa y un verdadero regalo para mi alma.
Aunque no podré regresar a esa prisión tan a menudo como me gustaría, puesto que no vivo en México, sí que dejamos la idea de impartir una serie de charlas, clases y formaciones para esas mujeres con otros conferenciantes también. Como puede adivinarse por todo lo que he descrito, este primer encuentro fue muy prometedor y gratificante. Después he sabido que el personal de la cárcel estuvo haciendo bromas, el día de mi charla, sobre si las internas se habían fugado, tales eran el silencio y la tranquilidad que se respiraron en la cárcel después de nuestra visita.
La verdad es que me llena el corazón tener la oportunidad de cambiar vidas a este nivel. Sé que cambio la vida a mucha de la gente que viene a los seminarios o que toma clases por Internet, pero la experiencia de la cárcel ha sido un gran regalo para mí, por el que estoy agradecidísima a Dios por la confianza que deposita en mí.
Durante los dieciocho años de existencia de esa cárcel, era la primera vez que traían a alguien a dar una charla con las internas. Y es evidente que hace falta promover estas experiencias. Una de las internas dijo que había realizado el primer nivel de una formación en crecimiento personal y afirmó que si hubiese tomado el segundo nivel no habría terminado en la cárcel. En honor a las posibilidades que se abren, no solamente para las personas internas sino también para quienes nos nutrimos con la experiencia, vale la pena proseguir con la tarea.
De hecho, planteé a las internas si estarían dispuestas a hacer que su prisión fuese un modelo para el resto del mundo; les dije que ellas mismas podían ser un modelo e influenciar la vida de otras mujeres. Ojalá la iniciativa se desarrolle y llegue a dar maravillosos frutos.
Lo único que nos queda es soltar y confiar. ¡Lo dejamos en manos de Dios, que es el único que sabe!
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