En el colegio nos enseñaron de todo. De todo menos de lo que algún tiempo después descubrimos que era lo verdaderamente importante: aprender a conocernos a nosotros mismos y aprender a manejarnos en el complejo mundo de las emociones; sin sucumbir a ellas.
De eso nada nos contaron.
Simplemente nos dejaron que, en o que respecta a los sentimientos, aprendiéramos solitos, sin ruedines, sin que nadie nos sujetara el sillín por detrás. Y así lo hicimos: a golpe de pedal, a fuerza de caída y de levantarse de nuevo para seguir tirando para adelante, para seguir avanzando haciendo eses, a trompicones, con la vista puesta más en los baches a negociar por nuestra rueda delantera que en el horizonte impreciso que se nos ofrecía.
Cosas tales como la amistad o la pérdida de la amistad, el triunfo o la derrota, la popularidad entre los compañeros o el aislamiento por parte del grupo, el amor o su pérdida, el compromiso o la traición, son todas -en definitiva- emociones para las que hubiéramos agradecido cierta preparación antes de exponernos a ellas con toda su crudeza, a pecho descubierto; antes de haber recibido su caricia o su zarpazo en carne propia.
Los sentimientos, como la ropa sucia, siempre han pertenecido a la esfera de lo íntimo y se han lavado –al menos en gran medida para los chicos- a solas y en casa. Su fascinante complejidad y el subjetivismo que los rodea propiciaron que la ciencia relegara su estudio en favor de asuntos menos próximos (pero –quizás por ello- mejor observables) como pudiera ser la astronomía, por ejemplo.
Afortunadamente a finales del pasado siglo gente como Martin Seligman o Daniel Goleman,
agrupados en lo que se denomina la “psicología positiva”, empezaron a despertar el interés científico sobre este apasionante campo de las emociones.
Desde entonces han proliferado los ensayos –con mayor o menor rigor científico- dirigidos a hacernos más comprensible nuestra propia condición humana. Y entre todos ellos destacan los que se centran en las relaciones hombre-mujer, tema que siempre me ha fascinado.
Tuve la suerte de acudir desde mi infancia a un colegio mixto (el Colegio Estilo: un pequeño chalet en el barrio de El Viso de Madrid) cuando los colegios mixtos no gozaban del reconocimiento del Estado y debíamos jugarnos todo el curso a un examen final en otro centro escolar “oficialmente reconocido”. Mis compañeras de entonces son mis hermanas de hoy y quiero significar que mi educación, desde esa perspectiva, ha sido una educación bastante abierta.
También, durante una época mantuve una estrecha relación con la periodista Teresa Viejo, quien me hizo interesarme por lo que se conoce como “feminismo de la diferencia” (en contraposición del feminismo tradicional “y de las JONS”) y por sus impulsoras, gente de la talla de Carla Lonzi o Susan Pinker. Durante ese tiempo tuve ocasión de debatir mucho con ella sobre el tema de la pareja y compartí la génesis y alumbramiento de su segundo libro “Pareja. ¿Fecha de caducidad?” (2005).
En este libro, “El Príncipe Azul Que Dio Calabazas A La Princesa Que Creía En Cuentos De Hadas” Rosetta Forner no nos habla desde la cátedra, sino desde el taburete de al lado,
compartiendo unas Coca-Colas en la barra de un bar cualquiera.
Con un estilo coloquial, desprovisto de pretensiones, Rosetta envuelve unos mensajes profundos y potentes que a nadie dejarán indiferentes. La aparente liviandad del texto oculta un peligroso campo de minas en el que más de uno (y una) cantarán más de una vez ¡bingo!
Porque Rosetta consigue, de alguna forma, que todos reconozcamos en su libro algún jirón rasgado de nuestras vidas, y hallemos, al tiempo, alguna de las respuestas que en su día no obtuvimos. Por mi parte he de confesar que he podido reconocerme en varios de sus párrafos y solo me cabe decir que ojala hubiera leído antes este libro para entender mejor lo que entonces sucedía o, mejor dicho, lo que entonces me “sucedían”.
Aunque no me considero un fan de libros de autoayuda, (ni tampoco creo en las recetas) debo decir que este libro me ha aportado. Y lo que me ha aportado es una visión valiente sobre la relación “hombre-mujer”, que se me hace aún más valiente por venir del puño y letra (precisamente) de una mujer. Porque este es un libro que denuncia un determinado tipo de mujeres, escrito por una mujer, para TODAS las mujeres… y para los hombres, por supuesto.
Como decía, “El Príncipe Azul Que Dio Calabazas A La Princesa Que Creía En Cuentos De Hadas” no pretende ser una tesis doctoral ni un sesudo tratado científico sobre las relaciones de pareja, sino una sencilla, pero profunda (y ahí estriba su grandeza), aportación al conocimiento de por qué no funcionan algunas relaciones.
Pudiera ser que al adentrarse en su lectura uno tropezara con algún tópico, pudiera ser que no solo existan “damiselas” sino también se den los “damiselos”, pudiera ser que algunas generalizaciones hieran susceptibilidades, pero lo que importa es que -independientemente de cualquiera de las espinas con las que nos podamos herir entre sus páginas- no apaguemos en ningún momento durante su lectura el interruptor de nuestro aprendizaje.
Porque este estanque-de-libro está lleno de peces.
Marcos de Quinto
Torrelodones,
Diciembre 2012
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Ésta es la historia, de muchos hombres buenos y de limpio corazón, que un día descubren que les han contado muchos falsos cuentos de hadas y resulta que sí saben amar. La figura del ‘Príncipe azul’ es un arquetipo que resume el ‘ideal’ de hombre por parte de una mujer. Aunque, a decir verdad, más bien debería decirse que se trata del ‘ideal’ que les han hecho creer a las mujeres que debe ser. A los hombres, como a las mujeres, les han llenado la mente y el corazón de ideas falsas, fomentadores de la ‘redilez’ que le conviene al CdR (Club del Redil). Unas ideas que insisten en fomentar la creencia de que hombres y mujeres son diferentes, imposibles casi de relacionarse entre sí de forma sana y fructífera puesto que ellas ‘si saben amar’, y, en cambio, ellos ‘están incapacitados para tal menester’. Por consiguiente, la culpa de que una relación no funcione, la tienen ellos. Ellos son los malos de la película, pero a la vez son perseguidos por ellas. Menuda contradicción y paradoja a la vez. No saben amar pero tienen la responsabilidad de hacer feliz a una mujer.
¿Hay quién de más en absurdez?
Por si esto fuera poco, de esas ideas peregrinas y tóxicas se desprende otra máxima cual verdad verdadera grabada a fuego en el inconsciente colectivo, que es la siguiente: los hombres son inmaduros, hay que tratarles como a niños. Ergo, ¿cómo ponen las mujeres su felicidad en manos de unos ‘niños a nivel emocional y psicológico’.
¿Recuerdan aquel aforismo que dice ‘quien con niños se acuesta, se levanta mojado’? Pues, eso.
Las descalificaciones sobre los hombres son producto a mí entender -basado en mi praxis profesional y experiencia vital-, de las frustraciones de las mujeres y de un no querer asumir su cuota de responsabilidad, Al igual que los machistas y misóginos, ellas han desarrollado un tic disfuncional: el hembrismo, el cual les permite criticar, apabullar, acusar, culpabilizar, ningunear e inferiorizar al hombre en nombre de la propia superioridad que les otorga el hecho de ser genéticamente mujeres, al igual que proceden los machistas y misóginos a los que con tanto ahínco han denostado, criticado y combatido. Los criticaban por envidia no porque discrepasen de sus principios, al menos a mí, me queda claro.
¿Cómo se puede amar a un hombre si se piensa así del colectivo masculino?
Mal.
Como mal se ama a una mujer si se considera que ésta es inferior, lerda, mema o imbécil.
Hay hombres buenos, son los metroemocionales.
Hay mujeres buenas, son las reinas.
Hay hombres malos, son los sapos, sapetes, sapones.
Hay mujeres malas, son las damiselas con grados diversos de flojera de diadema.
No todos son iguales de malos ni están igual de incapacitados para amar.
Ni todas las mujeres saben amar ni tienen, ni pueden, ni deben tener superioridad moral a ellos.
A lo largo de la historia, la envidia ha hecho que se criticase a los hombres por activa y por pasiva. Por ejemplo, las mujeres se instalaron en la envidia y los celos, y en vez de hacer algo para mejorar su situación le dieron a la manivela de la ‘acusismo y el quejismo’. Así las cosas, les criticaron que sólo buscaran sexo en vez de amor. Llegados al siglo 21, este argumento les dio ‘patente de Corso’ para imitarles en aquella conducta que tanto habían criticado. Si es cierto que ellas buscan amor, ¿a qué viene ir de cama en cama de olvidable despertar con desconocido incluido? ¿No habíamos quedado en que ellas buscaban amor puesto que ellas si saben amar?
Patrañas.
Mucha mentira.
Déjate de cuentos y empecemos a llamar las cosas por su nombre. Los canallas han hecho su agosto, por así decirlo, con esa falsa liberación femenina: se lo han puesto muy fácil a todos esos que sólo querían ‘sexo y rock and roll’ con una mujer sin ningún tipo de compromiso ni intimidad emocional. Se suele esgrimir la ‘liberación sexual’ para disimular que tienen miedo al amor, a ser amados y amadas. La intimidad emocional, que en verdad es la única y verdadera intimidad, es muy temida, y por eso huyen de la misma disimulándolo con un ‘estoy liberada’.
Asimismo, ¡qué fácil es echar las culpas a otro de la infelicidad propia! Ningún hombre tiene la obligación de hacer feliz a una mujer. Otra mentira más que les han contado, a ellos, y a ellas, claro.
Ni los hombres son de Marte ni ellas son de Venus. Las reinas son del planeta que les da la gana, sólo las damiselas son de Venus pues se creen todo lo que les cuentan sin reflexionar un ápice.
Pobres hombres, ¡cuánto daño emocional les han hecho!
Afortunadamente, no todos han tragado el anzuelo, y haberlos los ha habido siempre sensibles, amorosos, capaces de expresar su sentir y su alma.
Este libro recoge en clave de fábula la historia de un hombre, de nombre arquetípico ‘Príncipe Azul’, que está harto de besar damiselas que nunca se despiertan de su letargo existencial, que sólo saben insultarle, malmeterle, rebajarle, así como echarle las culpas de su desastre vital empeñándose en hacerle pagar sus sueños rotos. Sin embargo, nadie nos hace nada que no consintamos. Es desastroso para la dignidad femenina, y por tanto, propio de damiselas con la diadema muy floja, el empecinarse en relacionarse con un hombre exigiéndole que le haga de ‘papá’ cuando se es una adulta, con edad suficiente como para asumir las riendas de su vida y responsabilizarse “de con quién, por qué y cómo se relaciona”. Ahora bien, el aceptar tragar con semejantes culpas y responsabilidades ajenas, es de memos en el caso de los hombres. Éstos deberían liberarse de una vez por todas de esas ‘obligaciones’ que no constan en Biblia alguna. Ni ellos son superiores, ni ellas inferiores. Ni los hombres necesitan a una mujer que les haga de mamá cuando ya han dejado de ser niños, ni las mujeres necesitan de un papá cuando ya han dejado la infancia y la adolescencia atrás. Ser mamá o papá es un rol que se tiene durante unos años respecto de los hijos propios. Una vez pasada esa fase de acompañamiento en desplegar la individualidad o las alas, los padres han de retirarse como tales en ese rol y pasar a ser adultos que se relacionan con sus hijos adultos, exigiéndoles que lleven las riendas de su vida y se hagan responsables de sus destinos humanos. Cada uno es responsable de su vida. Por consiguiente, nada de jugar a ‘papás y mamás’ como suplantación de la responsabilidad del vivir, y más asumir las riendas.
Nadie nos hace nada que no consintamos.
En éste libro, el príncipe azul se encuentra con su hada madrina, que en ésta ocasión ejerce de ‘coach personal’, la cual le enseña a desembarazarse de todas esas ideas caducas y obligaciones que no le son propias ni ha escogido. También le enseña a redefinir su relación con las mujeres, a descubrir cómo ser el líder de su vida, y aprender a amarse a sí mismo. Es un recorrido por el alma masculina desde un punto de vista espiritual y emocional, con ironía, humor, amor y mucha alegría. Porque la vida humana ha de ser alegre, y las relaciones han de basarse en el amor y no en el desamor o el odio hacia uno mismo, que viene a ser la resultante de ese desencuentro vital en el que andan sumidos muchos hombres y muchas mujeres.
A diferencia del protagonista del libro ‘El caballero de la armadura oxidada’, éste príncipe azul está harto de rescatar damiselas. Harto de que le digan que debe darles el beso del despertar. Es más, su coach o mentor, no es un hombre si no una mujer en el nivel espiritual, o sea, un hada madrina.
¿Por qué?
Porque la figura arquetípica del ‘Hada madrina’ es la portadora de visión que ve los dones, anima a sacarlos a flote, sabe cómo hacer el proceso y cómo guiarlo.
HOMBRES FUERA DE SERIE, porque no todos son iguales, pues no todas las almas tienen el mismo grado de involución, des-involución o evolución.
El Príncipe azul es ese hombre con el que muchas sueñan, pero pocas se atreven a ponerse a su altura y a amarlo. En lugar de ello, cuando le encuentran, es decir, cuando hallan a un hombre digno de ser amado que puede hacerlas felices, lo más probable es que le echen encima ‘los demonios de su inconsciente y todos sus problemas por resolver’. Si se hubieran contratado coach o similar para hacer limpieza de armarios interiores, tendrían la casa interior limpia, ordenada y bien dispuesta para el encuentro con el ‘amado’ en vez de una suerte de ‘garage lleno de trastos inservibles, sueños rotos y unos cuantos tesoros polvorientos’.
Las almas gemelas existen, si bien a ese grado de evolución no se llega por casualidad. Cada uno somos responsables de nuestras vidas, así como de abrirnos o cerrarnos al amor.
Hay mujeres que se pasan la vida en una mala relación, con un hombre que ni sabe amarlas ni quiere comprometerse en vez de irse a vivir sus vidas y ocuparse de su felicidad propia.
También hay hombres que aguantan en una relación sosa, fría, con una mujer que no les ama y que, en el mejor de los casos, les hace el vacío. También los hay que se pasan la vida con una suerte de ‘bruja’ o mujer frustrada que sólo sabe criticarles y acusarles de lo mala que es, ha sido y será su vida. El sentimiento o complejo de culpabilidad hace que algunos hombres aguanten lo inaguantable.
‘ACUSISMO Y QUEJISMO’, los dos ‘cánceres’ que matan el amor, y hacen de la vida humana un campo de concentración tipo ‘Siberia’ o ‘nazis’.
Amar es algo hermoso, una aventura divina.
Volvamos los ojos hacia nuestra alma, y dejémonos de acusar a nadie de lo que nos pasa. Tampoco permitamos que nadie nos diga que no sabemos amar o que tenemos la culpa de que no sean felices. No deberíamos asumir la responsabilidad de hacer feliz a nadie bajo ningún concepto. La vida de cada uno de nosotros es responsabilidad propia como su nombre indica.
Los hombres buenos, los metroemocionales, esos hombres fuera de serie, han de rebelarse y mandar a paseo a las damiselas de aflojada diadema.
¡Se acabaron los ósculos redentores!
En lugar de seguir besando sapas que nunca se convertirá en reinas, cómprate un despertador y pónselo a toda mujer que se cruce en tu camino. Así sabrás si es reina o damisela.
En vez de la prueba del algodón, queda inaugurada la era de la ‘prueba del despertador’.
Si estás adormilado, despiértate antes de salir al amor.
Recuerda: “No beses hasta que no te hayas liberado del complejo de príncipe azul, o sea, hasta que hayas dejado de ser un desteñido.
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