En sucesivos artículos hemos dicho que la equidad de género y la no discriminación significa impulsar en el mundo un trato justo e imparcial entre los seres humanos, sin distinciones de credo religioso, preferencia sexual, nacionalidad, apariencia y sexo. También hemos dicho que cada nación tiene más o menos problemas al respecto, es decir, que el fenómeno es heterogéneo y su grado de especificidad obedece a procesos históricos específicos. Por último, también hemos sostenido que la equidad de género y la no discriminación tiene un fuerte componente en las tradiciones, cultura y valores de los países donde, como en México, se considera “normal” que la mujer sea discriminada por razones de género. Ahí, en eso último se halla buena parte de nuestras expectativas para revertir esa dinámica de la vida cotidiana.
La familia es el núcleo central de la convivencia social y, por ello, el epicentro generador de prácticas y valores que perpetúan la inequidad de género. La familia, digo, en el sentido más tradicional de la palabra, no aquellas que puedan ser conformadas más allá de papá, mamá e hijos.
Desde que la niña nace, por situar un ejemplo, se le asocia con un color, el más delicado y representativo de un mundo al que ella pertenece (aunque en el decurso de la vida no es rosa, para nada). Y a partir de ello se definen los roles asociados con sus juguetes, muy destacadamente, los que le dictan las actividades a desempeñar. Por ello, la niña juega a ser mamá (a lo sumo a la “doctora”), como si ese fuera el papel decisivo, vamos, el destino de su vida aunado a las actividades que le implican como el aseo del hogar o la preparación de “la comidita” o ayudar a las actividades centrales del profesioinista.
Entre juegos, pero sobre todo en la dinámica de la familia, la niña “aprende” aquellos roles y, a lo sumo, aspira a otras actividades para “ayudar” con los gastos del hogar. En contraste, el niño se desarrolla en una atmósfera distinta, que alienta actividades o destrezas de “su sexo” diametralmente opuestas a las labores domésticas. En esa dinámica, el niño tiene un horizonte amplio para su despliegue profesional en tanto la niña está destinada a cuidar de mamá y papá.
Naturalmente, me estoy refiriendo a prácticas habituales ya que, por fortuna, cada vez hay más excepciones a esas reglas de inequidad y discriminación. Pero aún permea la injusticia cuando la mujer, luego de sortear obstáculos como los arriba señalados, no es elegida para el desempeño de alguna responsabilidad profesional por el hecho de ser mujer y aun cuando esté mejor preparada que el hombre. La mujer tiene obstáculos para ser contratada porque podría embarazarse y eso implica dificultades para el dueño de la empresa o directivo de cierta dependencia del gobierno y así se multiplican las vicisitudes en otras esferas profesionales como en la política. Es habitual, por cierto, que las mujeres sean usadas para cubrir con una cuota de género y luego se convierten en escalones para que los hombres asuman el rol de protagonista y las mujeres vuelvan a quedar relegadas.
Y sólo he expuesto algunas dificultades que enfrentan las mujeres para desempeñar labores profesionales porque hay muchas otras que van desde el acoso sexual hasta la inequidad en el pago de los sueldos porque aún sucede con frecuencia que nosotras ganemos menos que el hombre aunque desempeñemos la misma actividad.
Estamos convencidas de que en la familia está el corazón que irriga conceptos de la vida que se aferran en darle menor valor a la mujer y, con ello, evitan el gran aporte que podemos hacer en favor de nuestra propia familia y nuestro país. Nos parece que lo menos que podemos hacer es reflexionar al respecto y cambiar lo que cada quien considere necesario para modificar esta situación.
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