Estamos distraídos. Siempre en movimiento. Entre el estruendo. Mirando al otro, juzgándolo; viendo la paja en el ojo ajeno para no ver la viga en el propio; viendo su locura y nunca la propia, aunque esta exista y sepamos que ahí está. Preocupados por lo que ocurre afuera, por lo que hacen los demás, en lugar de mirar hacia dentro y cultivar nuestro interior y responsabilizarnos de nuestros propios actos. Todo con tal de no vernos afectados por la vida.
Hacemos, actuamos, trabajamos, producimos, corremos, compramos, consumimos. Así evitamos encontrarnos con nosotros mismos, y nos vamos convirtiendo en autómatas; en nuestro propio extraño. Así perdemos la capacidad crítica, analítica, creativa, deseante… humana. Así dejamos de existir como sujetos y nos colocamos en el lugar de objeto.
De esta manera dejamos que nuestra vida ruede sin rumbo, y sea tomada por quien la desee, haciendo de ella lo que le plazca. Todo con tal de no tomarla en nuestras manos y decidir desde nuestra libertad. Así nos alienamos y nos volvemos irresponsables, es decir, incapaces de responderle a la vida con conciencia plena. Y quien vive sin consciencia, no vive, sobrevive.
Vivir significa tener vida, durar, habitar, morar en algún lugar; obrar siguiendo algún tenor o modo en las acciones, en cuanto miran a la razón o a la ley. También significa mantenerse o durar en la memoria después de muerto; acomodarse a las circunstancias o aprovecharlas para logar las propias conveniencias. Significa existir, sentir o experimentar la impresión producida por algún hecho o acaecimiento. Todo esto según el Diccionario de la Real Academia.
Sobrevivir, en cambio, significa vivir con pocos medios, no sólo materiales sino también espirituales, emocionales, aspiracionales… Es vivir a medias.
El mundo gira de prisa, sí. Nos marea. Nos desubica. Nos despoja del sí mismo. Nos empuja a la inconsciencia. Por lo que nuestro trabajo es pararnos con pies de plomo para vivir con cierta claridad, asumiendo nuestras fortalezas y debilidades, nuestra cordura y locura.
Bajar el ritmo y abrir espacios para el autoconocimiento es de suma utilidad. La aceptación de nuestras partes buenas y malas, gratas y no gratas, cuerdas y locas, constructivas y destructivas nos convierte en seres humanos más completos, sólidos, responsables, conscientes, atentos… Vivos… Preparados para ver alrededor, pero no para distraernos sino para dejarnos afectar por lo que le sucede al prójimo y a nuestro entorno, y entonces ocuparnos de su crecimiento, bienestar y cuidado.
Comentarios