La violencia de género es un fenómeno que se expresa en prácticamente todos los órdenes de la convivencia humana y hoy día es uno de los principales obstáculos que impiden hablar de sociedades con igualdad de oportunidades y respeto a los derechos humanos. Desde luego, estoy generalizando porque, sin duda, este fenómeno está más o menos enraizado de acuerdo con la cultura y las prácticas sociales de cada país.
La violencia de género sucede incluso en las sociedades modernas con altos niveles de desarrollo científico y económico. Un ejemplo de ello es Rusia, donde además de la homofobia, la violencia de género es moneda corriente. Esta violencia, en el entorno de la políitca, se expresa sin que ello implique costos en la confianza o la credibilidad de los ciudadanos para el emisor de las agresiones.
Aún están frescas varias declaraciones del presidente ruso al respecto, por ejemplo el pasado 8 de marzo, el mismo Día Internacional de la Mujer. Al criticar al patriarcado Valdimir Putin incurrió en desplantes machistas al advertir que los hombres aman a las mujeres porque ellas se dan tiempo para todo sin tener días libres con tal de cumplir con sus deberes. Putin también ha citado al poeta ruso Konstantín Balmont para afirmar que nuestro rol está siempre al lado de los hombres para acompañarlos sobre todo porque somos factor decisivo para la reproducción social. Están leyendo bien, como si nosotras no tuvieramos la posibilidad de decidir rumbos independientes, conformar otro tipo de familias o simplemente decidir no tener hijos. En otro desplante muy cuestionable, Putin declaró al director de cine Oliver Stone: “Yo no tengo días malos porque no soy mujer, no pretendo insultar a nadie; es solo la naturaleza de las cosas. Hay ciertos ciclos naturales” y, en términos similares, se ha expresado el presidente turco Recep Tayyip Erdogan: "No pueden situar a una mujer que está dando el pecho en la misma posición, con las mismas expectativas, que un hombre que no tiene esas responsabilidades. Eso contradice la naturaleza". Es decir, según el mandatario ruso y el presidente turco la naturaleza de las cosas ubica a las mujeres por debajo de los hombres por el simple hecho de ser biológicamente distintas a ellos. Un problema adicional de tales declaraciones, como sabemos, es que normalizan la violencia y el machismo, vamos, la cultura de la inequidad.
Varias de estas aseveraciones entre los políticos son posibles porque hay ciudadanos que las comparten o las consienten. Por eso durante su campaña presidencial Donald Trump con la mano en la cintura dijo: "Si Hillary no puede satisfacer a su esposo, ¿cómo pretende satisfacer a Estados Unidos?". Y en esa connotación sexual la aseveración del ex alcalde de Granada, José Torres: "Las mujeres, cuanto más desnudas, más elegantes". Esta es una de las peores manifestaciones de violencia que he leído (y eso que éstas recien citadas son en verdad grotescas). E imposible dejar de consignar la del eurodiputado polaco Janusz Korwin que dijo:"Por supuesto que las mujeres deben ganar menos que los hombres, porque son más débiles, más pequeñas y menos inteligentes”. Otra barbaridad.
Hay puñados de ejemplos de esa violencia de género en el entorno de la política y eso que esta, la política, implica la necesidad ética de intercambios civilizados donde priven las ideas y no el denuesto y, entre ello, impere el respeto al interlocutor más allá de la apariencia, la preferencia sexual y la distinción de género. En esos entornos dificiles las mujeres debemos abrirnos paso y no desmayar en el esfuerzo de ocupar el lugar que nos corresponde según el perfil profesional y laboral que hayamos elegido para nosotras. Por eso hacer conciencia de este fenómeno que nos lastima es un objetivo de primer orden para conformar un mundo de seres humanos, no sólo de hombres.
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