Vivimos en un mundo maravilloso. Tenemos la oportunidad de vivir experiencias de todo tipo, podemos equivocarnos y rectificar, podemos sufrir y pasarlo mal, y también disfrutar plenamente.
La pena es que venimos sin un manual de instrucciones que nos permita sacar el máximo provecho de nuestro potencial desde el primer momento. Somos realmente increíbles, pero no lo sabemos, y la mayoría vamos a trompicones chocando por todas partes.
Imagina que te ponen a los mandos de un fórmula uno. Un vehículo fantástico, con decenas de botones que activan respuestas diferentes del coche. Con una sensibilidad en sus mandos que permite acelerar y frenar en décimas de segundo. Cualquier pequeño detalle en la afinación del motor representa un cambio enorme en las prestaciones. Sin duda, si nos dejasen en ese lugar sin mayor explicación, seríamos incapaces posiblemente de pasar la primera curva sin estrellarnos. Y de hacerlo, difícilmente avanzaríamos a un buen ritmo.
Entre las instrucciones que nos harían falta están las de ser padres. Asumimos esa responsabilidad sin la menor preparación, sin tener clara nuestra misión en ese rol. Preparar a nuestros hijos para la vida debería ser nuestra prioridad. En cambio lo que hacemos es enseñarles a mirar a través de la misma ventana que nosotros miramos. Hacemos suyos nuestros miedos y limitaciones. Les obligamos a mirar con el mismo filtro que nosotros lo hacemos, encontrando un mundo lleno de peligros. Les enseñamos a relacionarse desde la desconfianza, la no valoración de sí mismos, el no merecimiento del éxito y la grandeza, el juicio continuado hacia los demás, la queja, la envidia o el rencor. Es la elección que les enseñamos a tomar.
Por si esto fuera poco, en la escuela les enseñamos a centrarse en sus debilidades por encima de sus fortalezas, buscando la estandarización de los niños. Cuando un niño tiene dificultades para avanzar en una materia, le ponemos un refuerzo, obligándole a dedicar más tiempo que a las otras materias que realmente se le dan de maravilla. Analizando la situación desde un punto de vista de rentabilidad, deberíamos hacer todo lo contrario.
Dedicarle tiempo a lo que no le gusta ni se le da bien, le llevará con suerte a alcanzar un nivel mediocre, pero difícilmente le llevará a ser excelente en esa materia. Parece como si alcanzar un nivel mínimo en cualquier material fuera un prerrequisito para vivir. Si ese mismo tiempo de refuerzo que se dedica para ser mediocre en una determinada materia se dedicase a aquella otra materia que realmente se le da bien, en la que destaca por encima de todos, ese niño sería mucho más feliz, disfrutaría de lo que hace, y desarrollaría en buena medida sus potencial.
Todos tenemos grandes capacidades en algún ámbito. Todo brillamos en algo, aunque muchas veces ni siquiera sabemos identificarlo. Enfocarnos en lo que se nos da bien, nos permite reconocer nuestra valía, aceptarnos y sentirnos orgullosos de nosotros mismos. También nos permite confiar en nosotros mismos y ser personas seguras.
La buena noticia es que por mucha programación limitante que nos hayan puesto desde niños, siempre estamos a tiempo de cambiar esta situación. La capacidad de acceder a lo más profundo de nuestra mente y cambiar toda esa programación forma parte de la funcionalidad estándar que traemos desde que nacemos. La pena es que no se nos enseña desde niños a utilizarla.
Te invito a descubrir ese gran potencial que tienes y a disfrutarlo. En mi libro, Recupera Tu Poder Personal, te guiaré para que lo logres.
Ricardo Eiriz
Creador del Método Integra® y profesional de la felicidad.
Autor de diversos libros, entre los que destacan Un Curso de Felicidad y Método Integra.
Su profesión, Ser Feliz, le lleva a recorrer el mundo ayudando a las personas a ser felices y a desarrollar todo su potencial.
Embajador de la Paz y la Buena Voluntad de San Cristóbal de las Casas (Chiapas, México) ante la UNESCO.
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