A lo largo de la historia del ser humano sobre la tierra, han surgido múltiples teorías sobre el origen de la inteligencia, muchas de ellas asociadas al tipo de alimentación, que ha sufrido cambios, en el proceso de adaptación al medio que nos rodea.
Francis Galton explicó la inteligencia como una aptitud estrechamente relacionada con la herencia. Posteriormente, Binet creó un test de predicción del desempeño escolar, Lewis Madison diseñó el primer test de medición de inteligencia, que incluye conocimiento, razonamiento cuantitativo, procesamiento visual-espacial, memoria de trabajo, y razonamiento fluido.
Stern sugirió la determinación de un Cociente Intelectual obtenido de dividir la edad mental entre la edad cronológica, multiplicado por cien. Más tarde, Wechsler definió una escala, que aún se emplea, para medir la inteligencia y Piaget la asoció con las etapas evolutivas del individuo. Hasta ese momento, la inteligencia estaba determinada por habilidades y aptitudes estrictamente racionales; sin embargo, Robert Stenberg se refirió a la inteligencia como una capacidad para adaptar el comportamiento a fin de alcanzar un objetivo. También contempló la capacidad para obtener beneficios de la experiencia, resolver problemas y razonar de modo efectivo; y es, precisamente, a donde habría que llegar.
Seguramente que cuando comparamos las estrategias de resolución de conflictos que utilizábamos en nuestra juventud temprana, con las que fuimos incorporando-gracias al conocimiento y la experiencia- las primeras carecen de creatividad, efectividad y contundencia.
No podemos seguir pensando que si nacimos con ciertas carencias, lo que seguramente se vio reflejado, esencialmente, en la vida escolar y social, no existe oportunidad alguna de tener éxito en aquello que nos propongamos. El factor hereditario se debilita gracias a la posibilidad de aprender diariamente y de todo lo que nos rodea.
La inteligencia que traemos en el momento de nacer, se denomina “fluida”, pero la que desarrollamos con el tiempo, es la “cristalizada”; por supuesto que ésta será mayor en cuanto se recibe estimulación para acelerarla, es por eso, que, si tienes hijos, debes de generar situaciones que los conduzcan a poner en juego sus habilidades cognitivas (memoria, atención, percepción, creatividad, pensamiento abstracto y analógico), lo que los preparará para una vida adulta en la que se vuelva más sencillo, resolver, innovar, experimentar, proponer, inferir, deducir…entre otras cosas.
Es posible que no hayamos recibido esa estimulación, pero la buena noticia es que la inteligencia cristalizada no caduca; tenemos toda la vida para desarrollarla, y para no variar con respecto de otros temas que hemos tocado, la alimentación juega un papel primordial, lo mismo que el ejercicio físico, el descanso y el trabajo interno personal.
No esperemos a que la vida nos establezca retos, hagamos del desafío una constante; busquemos formas distintas de hacer las cosas, propongámonos actividades que nunca antes hemos realizado, participemos en juegos ingeniosos, aprendamos otro idioma, toquemos un instrumento musical, leamos…en fin, que mientras más esté activo el cerebro, menos riesgo tendremos de padecer enfermedades neurodegenerativas (Alzheimer, Parkinson, Ataxia de Friedreich y Enfermedad de Huntington, entre otras).
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