¿Cómo debemos entender el carisma? ¿Se trata, acaso, de una cualidad con la que muy pocos individuos nacen y que se refleja en su capacidad para atraer, cautivar, influir y provocar la admiración de otros?, o ¿se refiere a la posibilidad que tiene cualquier individuo de fortalecer su presencia e impactar en los demás?
Los griegos pensaban que se trataba de un “don” que no estaba presente en la mayoría de los individuos, un don que significa “atracción”, pero, muchos años después, se sabe que el carisma se cultiva y se añade a muchas otras competencias para alcanzar un objetivo, en el que el elemento social, resulta fundamental.
John Antonakis, profesor de Comportamiento Organizacional en la Universidad de Lausana, en Suiza, afirma que el carisma es una combinación de técnicas verbales y no verbales para generar efectos positivos en un espacio social.
Olivia Fox Cabane establece tres pilares con los que se debe trabajar para desarrollar el carisma: presencia plena, seguridad personal enfocada al poder y calidez genuina.
La persona carismática es apasionada y lo proyecta, tiene fuertes convicciones, un lenguaje corporal que refleja seguridad y sus palabras influyen en sus escuchas. Robert Brault está convencido de que el carisma es “el nombre elegante dado a la habilidad de darle a la gente toda su atención”. Bajo estas premisas, ¿te crees capaz de volverte carismático/a?
En este siglo de la Neurociencia se estudia el neurocarisma, que es el conjunto de conocimientos, métodos y técnicas enfocado a impulsar la plasticidad del cerebro para desarrollar el citado “don”; entonces, ¿por dónde empezar?
Como muchos cambios y mejoras, el desarrollo o incremento del carisma inicia con la autoconciencia, es decir, saber a cabalidad cómo te miran las personas con las que convives, qué opinan de ti y qué efecto causan tus palabras en ellas. Pregúntate si tus familiares, amigos, compañeros de trabajo y conocidos, consideran valiosos tus consejos; analiza si las iniciativas que tienes en el trabajo son tomadas en cuenta; observa si cuando tú hablas, los demás callan; date cuenta si una, dos o más personas, han cambiado sus hábitos o su forma de analizar sus retos, desde que te conocen; reflexiona si hay personas que se identifican y se alinean con tus objetivos porque “compran” tus causas. El desarrollo o fortalecimiento del carisma tiene todo que ver con el ejercicio del liderazgo.
Si las respuestas que obtienes del trabajo de autoconciencia realizado, no son prometedoras, no te desanimes, hay técnicas para impulsar tu carisma:
- Vuélvete atractivo: esto no se relaciona con la belleza física, sino con el deseo que despiertes en los demás, de convivir contigo, ¿cómo lograrlo?, teniendo una presencia pulcra, una mirada franca, una postura erguida, una sonrisa sincera y una muy buena historia para contar.
- Respira: una persona carismática refleja seguridad, respiración pausada y un aspecto confiable. El individuo estresado no es carismático.
- Llena tu espacio: Muévete con pasos firmes, saca el pecho de manera natural y usa tu lenguaje corporal para apoyar tu discurso verbal. No hay nada que temer.
- Establece contacto visual: a todos nos agrada ser escuchados, tomados en cuenta. Mira al interlocutor sin acosar o juzgar, sino mostrando un interés real en lo que éste comunica.
- Habla con certeza: el que titubea, pierde. Domina tu discurso y habla de lo que conoces; eso genera interés y admiración.
- Decide qué tipo de carisma deseas desarrollar: Fox Cabane menciona cuatro posibilidades: carisma enfocado, visionario, amable y autoritario. El enfocado hace gala de su atención plena, para atender y escuchar a otros, con lo que promueve una sensación de comodidad y confiabilidad; el visionario inspira, constituye un ejemplo y genera admiración por su gran capacidad de adelantarse a los cambios que se avecinan. El amable es profundamente empático y conecta con las emociones de aquellos con quienes convive; mientras que el de autoridad es un carisma potente porque se reconoce en él una gran capacidad de dirigir el destino del grupo al que representa, a tal grado, que puede generar consecuencias negativas al “embrujar” a quien lo sigue.
Avanza poco a poco y anota tus logros; hasta interiorizar tu nuevo “yo”. No es una actuación permanente, sino un esfuerzo por destacar todo tu potencial para sentirte con más seguridad en tus procesos de interacción social.
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