La noche se detenía tras el cristal de la ventana de mi habitación. Estaba decepcionada por mi aspecto y odiaba la imagen que el espejo mostraba recordándome la infructuosa batalla que no lograba superar. La ciudad dormida plácidamente, ausente de la realidad que atormenta mi alma; y el silencio se abría paso desde mi interior envuelto en un grito desesperado, que revelaba una vez más, lo horrenda que me encontraba. No conseguía superar la barrera que apártese mi cuerpo de la ansiedad, provocando continuas recaídas que incitaban mi apetito.
Tras muchos altibajos y continuas recaídas que se alargaron en el tiempo, decidí concederme una tregua ante mi propia impotencia, arrancándome las lágrimas que sombras inexistentes, sacudían sobre mi mente.
No quería encontrarme con las tinieblas del aislamiento social. Donde una pequeña barrera separaba la fina línea de la locura y la cordura, y que estuvo a punto de empujarme hasta otro mundo.
Aún no he logrado alcanzar mi objetivo, pero si avanzar en el difícil trayecto de una lucha diaria que no admite tregua. Estoy segura que lograré conseguirlo porque sino pensase así, nada tendría sentido y mi vida daría un giro de tenebrosa oscuridad que terminaría por engullirme.
Mi corazón protesta incansable, como si se marchitase lentamente. Pero la vida… es un continuo caminar por senderos rocosos, que intentan que tu paso sea más insufrible. De nada sirve que nos escondamos entre las paredes de nuestro hogar, ocultándonos del mundo, ni que la tristeza termine por engullirnos en una profunda depresión. No importa cómo te miren, ni que murmuren a tu paso, ni el tiempo que tardemos en conseguirlo.
Toda mujer tiene poder de superación, y debemos hallar la formula que determine nuestro camino y convencernos a nosotros de nuestra propia voluntad. Solo así se logra ganar la batalla a la gordura en una continua y necesaria cruzada.
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