Las habichuelas mágicas o el descubrir en tu interior lo qué siempre buscaste fuera (los dones del alma).
Periquín vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre determinó mandar a Periquín a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que poseían. El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas.
-Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de la vaca.
Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar.
¿Qué me gusta de este cuento?
Buena pregunta…
Las habichuelas pueden representar los dones del alma, las capacidades, los recursos que todo ser lleva en su interior. Podría decirse que hay que trepar, ir arriba, al lugar del alma, donde está la verdad de nuestro ser, la abundancia inagotable, las soluciones, las respuestas, la luz para nuestros problemas… No obstante, los dones del alma suelen ser negados cuando no vilipendiados porque la propia alma es ignorada y negada: mucha gente, sobre todo, los científicos no creen en ella. Si acaso hablan de la psique, pero nada más. Ellos suelen referirse al cerebro, a las conexiones neuronales, la química y la física del cerebro lo es todo. Nada de alma, nada de magia, nada de luz.
No es pues de extrañar que la creatividad, el talento, la genialidad… sea tratada tan frecuentemente con desidia, burla, ignominia, y otras lindezas. Si no pueden ver el alma, difícilmente podrán admirar sus obras… maestras. El alma es la esencia, la vida que da sentido a estos cuerpos físicos. De ahí que, quien halle las habichuelas mágicas, sea tratado de necio incluso por su propia madre.
Por regla general, cuando alguien nos descubre el ser que mora en nuestro interior, cuando alguien nos ayuda a ver nuestro don, cuando alguien nos ayuda a creer en la maravilla que somos… al principio, nosotros somos los más incrédulos, los que negamos semejante posibilidad.
- “¡Va!, eso es imposible. Yo no soy nada valioso… soy del montón.” Suele replicar mucha gente.
Les da miedo ser maravillosos, geniales, estupendos, talentosos y plenos de dones corriéndoles por las venas cuál alas de ángel envueltas en aire huracanado. Sin embargo, todos, algún día nos cruzaremos con ese hombre que nos compra la vaca a cambio de un saquito de habichuelas mágicas.
Déjate de cuentos, y sígueme al huerto.
Érase una vez un niño maravilloso, que creía en los Reyes Magos. Su padre, cuando era soltero, se había disfrazado una vez de Rey Melchor para salir en la cabalgata de reyes que organizaban en su ciudad. Este niño era un niño nacido en una florida tarde de Mayo al que las hadas recibieron con los brazos abiertos y llenaron su alma de dones.
No se llamaba Periquín, porque ese no era un nombre apropiado para tan excelente alma, sino Öigress… ¿Raro, no es así? Claro, visto a través del espejo suena así… Como te iba contando, él era un niño especial, en un mundo raro. Un mundo donde las cosas reflejaban el malestar emocional de las gentes que lo habitaban, por consiguiente, no había comida suficiente. Los graneros andaban medio vacíos, los campos estaban agostados, las cosechas no eran abundantes… Mucha hambre para tan poco pan.
No acertaban a entender que la tierra refleja lo que llevamos en el interior, y que si afuera hay un erial, es porque adentro, las ideas brillantes son escasas y las malas hierbas, muy abundantes. ¿Quién les hacía creer a las gentes que si de verdad querían ver los campos llenos de cosechas a rebosar, de trigales en flor, de frutos abrazándose a las ramas de los árboles mientras los pájaros se deleitaban en sus néctares… si de verdad querían eso, tendrían que creer en la magia.
Öigress creía en la magia. Veía el sufrimiento de la gente, y sabía cómo solucionarle. Él podía ver en el interior de la gente, tenía un don especial: veía en la oscuridad. No importaba si se quedaba solo en el bosque y se hacía de noche, él podía regresar a casa sin perderse y sin tropezar, parecía tener ojos de gato o radar como los delfines…
En su pueblo, las gentes eran desconfiadas… ¡es lo que tiene la pobreza! Por ello, no creían en nada que no pudieran tocar, oler o saborear. Tenían que verlo para creerlo.
Öigress estaba más que harto de las lamentaciones de los habitantes de su pueblo, por lo que resolvió irse de paseo por el campo, ¿qué aromas podrían asombrarle aquellos días de temprana primavera estival? Echó a andar entre los árboles frutales, y en eso que se apareció un extraño ser que resultó ser un duende de las flores de mayo… Bueno, también podría haber sido un mendigo buscando algo de alimento, si bien resulta más bucólico hablar de duendes y hadas que no de mendigos.
Volvamos al momento en el que Öigress se topó con el extraño ser. Éste era saltarín y divertido, con un extraño brillo en sus ojos de color violeta. Öigress se sintió contento de encontrarse con un duende ya que estos solían ser amables, solícitos, divertidos e inesperados. Como éste lo fue. El duende le entregó un saco lleno de semillas de oro, y le dijo que las plantase en noche de luna llena, debía regarlas con agua de lluvia y gotas de rocío. Eso sí, lo más importante de todo, era creer.
- “¿Cómo que creer? ¿Qué era eso de creer?”
Cierto. Öigress debía creer en la posibilidad o manifestación del fruto que toda semilla lleva en su interior. Sin la posibilidad el secreto de ninguna semilla vería la luz.
Öigress debía creer, sentir, oler, imaginar como la semilla se abría al sentir el abrazo del agua de lluvia rodeando el lecho de tierra que le acogía. La luna llena haría el resto.
Obviamente, era una receta mágica para unas semillas mágicas. Todo es posible para aquel que cree en Dios. Podría decirse que ‘creer en Dios’ es sinónimo de creer en el alma, en las capacidades celestiales y eternas que moran en nuestro interior. La magia, viene a ser lo mismo, Más o menos.
El padre de Öigress tenía un huerto al que mimaba mucho, ni una sola mala hierba en el crecía. El huerto reflejaba el interior del corazón de su dueño, por eso, los árboles estaban contentos y los frutos eran deliciosos. Tan buena y generosa tierra era el lecho propicio donde depositar las mágicas semillas que el duende le había regalado a Öigress.
‘Luna llena’, había recalcado el duende de las flores de mayo. Y, a la luna llena que esperó pacientemente Öigress para plantar las semillas. Había guardado agua de lluvia y gotas primorosas de rocío. Todo estaba listo esperando a la luna llena.
¿Crecieron plantas?
¿Emergieron árboles de la tierra?
Ni lo uno ni lo otro, todo eso y, a la par, todo lo contrario.
En el interior de Öigress se despertaron los sueños, amanecieron los dones y su genialidad extendió las alas.
Las semillas mágicas en el reino de los duendes de las flores de mayo, son los talentos y las capacidades en el mundo humano. Si creemos en nosotros, si cuidamos de nosotros como si de un hermoso huerto se tratase, si arrancamos las malas hierbas… nuestra vida será más tranquila y serena, y podremos florecer en abundancia y en armonía.
Los habitantes del pueblo de Öigress estaban asombrados de los frutos y los vegetales que en el huerto de su padre habían crecido de la noche a la mañana como por arte de magia. Enormes calabazas, jugosas manzanas, deliciosas cerezas… aromáticas especias. Y, todo, en un solo huerto.
Öigress se sentía feliz por poder tener tanta abundancia de alimento. Tenía suficiente para él y toda su familia. Tanto, tanto como para compartir con muchos otros su dicha duenderil.
Todos querían saber cómo había hecho Öigress para tener un huerto así de próspero, abundante y generoso. Öigress les habló de la bondad de corazón, del creer que algo es posible. Insistió que había que erradicar las malas hierbas, esto es, los insultos a uno mismo, la desconfianza y la falta de fe tanto en uno como en los demás. Todos llevamos semillas mágicas en el corazón, pero estas sólo pueden fructificar si creemos que somos capaces de realizar milagros.
- Si usamos nuestras semillas mágicas, esto es, nuestros talentos, dones y capacidades, si amamos al ser que somos, nunca más pasaremos hambre de nosotros mismos.
Debemos confiar que somos y seremos capaces de abordar los desafíos que nos presente la vida, que podremos abordarlos con creatividad y buen humor. El amor es el agua de lluvia que nos permite regar las capacidades e iluminar los dones. Si nos amamos, nos sentimos confiados, y nos abrimos al mundo. El amor es el mejor abono del mundo. De ahí que, el huerto del padre de Öigress, estuviese tan esplendoroso. Lo cuidaba con mucho mimo. En una tierra generosa y abierta a la magia, las plantas crecen fuertes y sanas, y trepan hasta tocar el cielo.
Las capacidades que llevamos dentro pueden desarrollarse, evolucionar y saltar a otros mundos, a otras realidades cuando nos permitimos ser quienes somos en verdad en toda nuestra extensión. En verdad, las capacidades de esas características son los dones del alma que unen cielo y tierra, humanidad y divinidad en nosotros: ambos mundos unidos por la magia del creer que somos una maravilla, lo mejor que nos ha podido pasar.
Öigress era un niño mágico que habitaba en un mundo libre de malos pensamientos, malos hábitos, y bajo un cielo eternamente azul. Un mundo donde la posibilidad era sólo la puerta del despertar a otras realidades.
- Metáfora y Metamensaje
Busca en tu interior lo que siempre has buscado afuera. Una vez conquistada tu alma, asumido tus dones, nada te faltará, nunca más pasarás hambre de ti mismo.
La libertad, la rebeldía, la singularidad, la genialidad… son semillas mágicas que fructifican al abrigo de la posibilidad y del amor a uno mismo. Cuando creemos que algo es posible, hurgamos en el interior de nuestra alma hasta dar con las herramientas que nos posibilitarán alcanzar la faz de nuestro sueño y darle un beso de despertar mágico.
Quién en sí mismo cree, iniciará el viaje hasta el fondo de su alma, allí donde los sueños moran y el soñador y el sueño comparten la esencia.
Recuerda; busca en tu interior lo que siempre has buscado afuera. Deja que crezca la magia en tu interior y alcance los dominios de tu alma mágica, de esa manera podrás alcanzar la felicidad y tocar el cielo con tus dedos
“No mucho después de haber creado a la Humanidad, los Dioses se dieron cuenta de su error.
Las criaturas que ellos habían creado eran muy listas, ocurrentes, llenas de recursos, plenas de capacidades, con una gran curiosidad por saber y un espíritu libre decidido a curiosear y explorar la posibilidad. Lo cual suponía que sería tan sólo cuestión de tiempo el que comenzasen a desafiar la supremacía de los Dioses.
Con el fin de asegurarse su preeminencia los Dioses organizaron un congreso para discutir el tema. Muchos fueron los dioses que acudieron desde mundos conocidos y desconocidos. Los debates fueron largos, puntillosos, animosos y muy espirituales.
Todos los dioses tenían muy claro una cosa: la diferencia entre los mortales y ellos, los dioses, se basaba en la calidad de los recursos o capacidades que ellos tenían. Mientras los humanos tenían ego y estaban preocupados en el aspecto externo y material del mundo, los dioses tenían espíritu, alma, discernimiento y se centraban en su yo interior, nada les importaba más que su desarrollo espiritual.
El peligro residía en que tarde o temprano los humanos querrían también esto.
Los dioses decidieron esconder sus preciados dones. Ahora bien, la cuestión era… ¿¡dónde!? Esto fue lo que creó apasionados y largos discursos en la gran conferencia que sostuvieron los dioses.
Algunos sugirieron esconder estos recursos en la cima de la montaña más alta. Pero se dieron cuenta de que tarde o temprano acabarían por escalar la montaña.
Hasta en el cráter más profundo de la sima más profunda del océano más profundo acabarían por hallarlos.
Y las minas serían excavadas. Y las junglas más impenetrables acabarían por revelar sus secretos. Y los pájaros mecánicos llegarían a explorar el espacio.
Y la luna y los planetas acabarían por ser destinos turísticos.
Hasta el más sabio y el más creativo de los dioses se quedó callado como si ya no hubiese más avenidas que explorar ni más ideas que encontrar.
En eso que un dios menor, que hasta entonces había permanecido callado, habló: “¿Por qué no escondemos esos recursos dentro de cada humano? Nunca se les ocurrirá buscar allí”.
© Meter McNab
Fuente: EL SECRETO ESTÁ EN EL GENIO (RBA), R. Forner.
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(c) ROSETTA FORNER
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