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La Sirenita o el cántale al mundo las cuarenta con toda tu autenticidad.

Érase una vez una sirenita que se enamoró de un príncipe…

Podría haber sido una historia de amor excepcional, por aquello de que una sirena, con cola de pez habitante del líquido elemento, se enamorase de un ser de dos piernas habitante de la humanidad en tierra firme cuyos pulmones no soportarían más allá de unos minutos una excursión sumergida por las entrañas del reino de Neptuno.

Una historia de no amor o de amor en una sola dirección, en vez de un bochorno para la singularidad de la Sirenita podría haber sido una historia de amor propio, de empoderamiento en estado puro.

El cuento clásico nos habla de una sirenita que se enamora de un príncipe azul, y para conquistarlo se dedica a cantarle bajo su ventana. Él no puede verla, pero oye su canto: un canto embriagador, ya que Sirenita posee una voz única, irrepetible, dulce, de imposible olvido una vez la has escuchado. Sirenita tan perdidamente enamorada estaba que le dio su preciada voz a la bruja malvada a cambio de un par de piernas humanas con las que poderse mover por el universo terrícola del príncipe azul de sus ensueños. Pero hete aquí que él sólo quería a aquella que tuviese esa bella voz. Pasó por alto el sacrificio de la Sirenita, pues él era tan superficial que le importaba un bledo si ella era un alma excepcional o no.

Es la típica historia de principito tontito que se enamora del cabello, la voz o la mirada de ella. Su madurez no da más de sí, por lo que no puede apreciar ni ver ni reconocer ni nada de nada las cualidades invisibles. No se trata tan solo de que no pueda reconocerlas, es que, además, le importan un soberano bledo.

Déjate de cuentos y vayámonos a nadar.

ÉRASE UNA VEZ… una sirena que amaba explorar los diferentes niveles de realidad existentes en el mar. Gustaba de navegar los diversos océanos de su padre Neptuno y escribir canciones que luego cantaba al son de una caracola. Se la había bautizado con el nombre de ATLÁNTIDA, en honor del continente perdido para que perdurase en toda la eternidad y el mundo supiese que ella, la sirena, era muy especial, mágica y singular como una leyenda.

“¿Por qué tienen cola las sirenas?”

Parece una pregunta retórica, pero no. No lo es. A veces, las cosas no son lo que parecen. La cola sirve para propulsarse en el mar, cierto, pero también puede usarse para discernir, navegar en el mar del inconsciente y adentrarse en las profundidades de la memoria del inconsciente colectivo.

“¡Vaya!”

La sirena Atlántida era una chamana del inconsciente colectivo y sabía cómo apañárselas con la parte masculina y la femenina tanto del alma sumergida como del Yo emergente o emergido (el que está a la vista de la gente…).

  • Ah, lo de ‘chamana’… Resulta que habrás oído hablar de la ‘Pachamama’, pero... ¿oíste hablar de la ‘Sachamama’? ¿No? Es la gran Serpiente de agua, la Señora de las profundidades emocionales del inconsciente colectivo, ¡casi nada! No es pues de extrañar que nos hayan contado la historia de que un príncipe se enamorase de la voz de la sirenita, la cual no deja de ser una historia ‘romanticona’ a la par que aboba damiselas de diadema floja del siglo 21. ¡Vale!, otra vez me vuelvo a meter con ellas.

Atlántida, la sirena, era muy inteligente y sabia, además de independiente. Por consiguiente, era de esperar que decidiese dejar los confines conocidos de su hogar familiar y se lanzase a navegar mundos ignotos y llenos de misterio que despertaron su curiosidad. Ella quería saber cómo sentían otras especies de seres inteligentes, cómo se enfrentaban a sus dudas emocionales, cómo amaban, en definitiva. Hete aquí que en uno de esos viajes se topó con una bruja malvada cuya apariencia humana era la de una terapeuta/gurusa de armas tomar. De nombre, MALOSA-LA-GURUSA (por aquello de ir de gurú de sus terapeutizados, seguidores y demás abobados por sus enseñanzas), no tenía un pelo de tonta y como buena manipuladora era lista como ella sola y enseguida se dio cuenta de que Atlántida tenía un don poco común y muy especial que consistía en intuir, ver, sentir, discernir lo qué había detrás de las máscaras o personalidades de supervivencia de la gente. Además, esa voz era la voz de un ser superior, uno ciertamente avanzado ya que la claridad y la serenidad fluían entre las notas de las cuerdas vocales. La gurusa pensó que, si poseyese esa voz, su carrera profesional sería imparable: ella sería la gurusa más reverenciada de todo el Club del Redil. A la gurusa, le perdía la fama y el poder por lo que, con tal de conseguirlo, estaba dispuesta a todo y no pensaba escatimar esfuerzos en su camino al éxito. Valía todo con tal de conseguir el objetivo. Sin embargo, no sabía cómo se las arreglaría para que Atlántida le diese su voz.

“Ah, ¿pueden, los dones, darse, venderse, robarse, arrebatarse…?

  • Todo es susceptible de ser intercambiado, negociado y mercantilizado. Recuerda que hay quien le vende su alma al diablo…

La gurusa no podía dejar de pensar que haría, cómo articularía su malvado plan para arrebatarle a la sirena Atlántida su voz, la esencia de esa alma cantarina y mágica que transmitía secretos ancestrales.

Andaba dándole vueltas a su malvado anhelo, cuando acertó a pasar por allí un cangrejo resentido y molestón, el cual le contó a la malosa gurusa que Atlántida estaba prendada de un hombre mortal, un príncipe de tierras humanas, al que había conocido en uno de sus viajes al lago de la ‘Eternidad’, al que solían acudir las almas en busca de solaz, consejo e inspiración tanto para temas humanos como estelares, o sea, asuntos del alma. Era muy interesante saber que Atlántida gustaba de ir a esos sitios e intercambiar palabras, quizás algo más, con otros seres incluidos los mortales. Una información ciertamente privilegiada si se quería acercarse a Atlántida y tratar de ganarse su amistad. Así fue como Malosa-la-gurusa acercarse pudo hasta la sirenita y hacerse amiga de ella.

“¿Cómo es posible que Atlántida no se apercibiese de la falsedad de gurusa? Teniendo, cómo tenía, un don ciertamente especial de ver, intuir lo que detrás de las máscaras de la gente había.”

Mucho me temo que hay gente que finge muy bien y, cuando uno está pendiente de asuntos terrenales y descuida los espirituales, puede suceder de todo. Atlántida no conocía la maldad ni el fingir lo que uno no es: en su mundo nadie va de lo que no es, o sea, que lo que ves es lo que hay. Y con semejante costumbre de autenticidad y singularidad, basándose en los dones y en las singularidades de cada uno, a ella, la sirenita no se le pasó por la cabeza que nadie pudiese mentir, tergiversar o representar un papel con tal de arrebatarle a otro algo. Es más, los dones no pueden arrebatarse.

“¿¡No…!?”

No

“¿Seguro?”

Pueden regalarse, o parecer que se regalan, pero esa transferencia es una suerte de autoengaño, porque un don es un don y no está en venta.

Punto pelota.

Ya me sé el cuento cuentista, pero Atlántida nunca regaló ni prostituyó su don.

“¿No?”

No.

Malosa-la-gurusa quiso ganarse el favor de Atlántida, pero a ésta algo le olía mal de aquella. La encontraba demasiado amable, encantadora, aduladora, y dado que Atlántida tenía un amor propio muy saneHado, el cómo la gurusa se comportaba la tenía mosqueada –sí, con H intercalada-. Cuando uno tiene un sano sentido de la estima y valía propias no es presa de las adulaciones aduladoras de los demás. Por consiguiente, el don de Atlántida no estaba en venta porque ella no era seducible ni engañable. Sólo los de débil o depauperado amor propio suelen sucumbir a los cantos de gurusas terrícolas, a las amabilidades embaucadoras de estimas frágiles y olvidadas de sí mismas. Por más que Malosa-la-gurusa intentó hacerse amiga de Atlántida, ésta no le consintió pasar de ‘conocida-sin-derecho-a- café’.

“¿Qué es eso de ‘conocida sin derecho a café’?”

 Una persona conocida con quién ni te molestas en quedar para tomar un simple o un profundo café. Por la simple razón de que Atlántida era consciente de que el tiempo es un bien preciado, honrado y bien usado entre los de su especie. Uno no debería compartir su energía, su luz con gente que no sepa apreciarla. Nunca jamás. Y, de hacerlo, debería desenchufarse en cuanto se diese cuenta, y largarse a otra cosa, mariposa.

Las sirenitas del mundo suelen ser inocentes, pero inocencia no es sinónimo de estupidez ni de tontería. Una cosa es ser buena persona, y otra muy diferente, estúpida o alelada. Existen muchas ‘malosas’ en este mundo que, bien adulando o dando lástima, pretenden aprovecharse cuando no arrebatarle a la sirenita de turno aquello que son sus dones, su luz, su tiempo, sus conocimientos, su energía, su vida cuando no su visa. Atlántida venía de un mundo donde la gente no se envidiaba ni se resentía porque esta o el otro tuviese tal o cual don, todos y cada uno tenían dones. Nadie engañaba ni tergiversaba sus sentimientos, ideas, emociones o dones. Eso de ser políticamente correcto, no tenían ni idea de lo que quería decir. Por consiguiente, la sirenita no estaba dispuesta a darle su voz a Malosa-la-gurusa a cambio de un par de piernas, aunque fuesen de oro.

“¿Qué significaba darle su voz a otro?”

Otorgarle el poder sobre su vida, asumir que uno carece de dones por lo que él otro ha de solucionarle los problemas. Asimismo, simboliza la traición de la singularidad. Traicionamos nuestra integridad toda vez que no creemos en nosotros, en nuestros dones o capacidades, en nuestra fuerza para solucionar nuestros asuntos. Mucha gente se castiga a sí misma toda vez que no logra una meta. Así procedió la sirenita del cuento del que hay-que-dejarse-de-cuentos: se castigó con el desprecio de sí misma al darle la voz a la bruja a cambio de un par de piernas. Algo así hacen muchas mujeres en la actualidad toda vez que van a clínicas de estética a que les finjan un físico que no son para con ese fingimiento o mentira, conquistar al príncipe tontorrón que se enamora (o sea, se alucina), con la ‘voz melodiosa’, esto es, con la ‘belleza-de-bisturí’ con la que muchas han adornado su fealdad interior.

Atlántida era bella por dentro y por fuera. Las mujeres bellas son aquellas que brillan su luz, y esa luz solo puede brillar porque alimentan su dignidad, respetan su autenticidad y cuidan de su corazón. Ella, como buena sirena experimentada, brillaba su luz, le daba al mundo con la cola de su singularidad, ejercía de talentosa y se enamoró de un príncipe que más bien era un rey como ella. Uno que supo apreciar una voz verdadera no una impostada o arrebatada o fingida.

Ningún hombre por príncipe que sea (ya sabemos que el príncipe azul ni existe y además destiñe), se merece la traición de la singularidad. Por consiguiente, si un hombre te pide que traiciones tu singularidad de una o mil maneras, mándalo a paseo, que hay muchas ‘malosas-gurusas’ que lo recibirán malosamente. ¡Qué les den ¡

En ese lago de la Eternidad, Atlántida halló a su rey azul. Un hombre de maduro corazón que supo reconocer la voz, o sea, el alma de la sirena. Una voz bella, clara, nítida, auténtica. Este hombre se había topado con muchas falsas sirenas cuyas escamas le habían dejado helado el corazón además de raspado el sentimiento. Por ello, en cuanto conoció a Atlántida pudo reconocer una luz singular, diferente y única entre las únicas. Ahora bien, no creas que se lanzó de cabeza al agua para nadar tras de ella.

No.

“¿No?”

No, en su lugar, la entrevistó. Sí, le hizo una audición. Quería comprobar si era capaz de alcanzar una octava mágica, una nota que sólo las verdaderas sirenas pueden brillar. Asimismo, le raspó las escamas: las de una verdadera sirena brillan más cuanto más las azuzas. En cambio, las de una impostora, caen al menor obstáculo.

Una sirena con voz propia hace y dice lo que le place. No sigue a nadie, no se arrastra mendigando amor, cariño, compañía ni permite que la usen cual felpudo marino para solaz de la frustración ajena.

Una sirena con voz propia le dice a la gente lo qué siente y cómo se siente. Una sirena con voz propia asume sus capacidades, dones y talentos y está encantHada de usarlos y darlos a conocer, así como de compartirlos. Una sirena con voz propia sabe que ELLA ES LO MEJOR QUE LE HA PODIDO PASAR. Si usas tu voz, si muestras quién eres, un hombre, el qué sea, se enamorará de tu verdadera voz, y eso es una de las cosas más afortunadas que te puedan pasar.

Las malosas-gurusas del mundo mundial, acaban siempre en brazos de besugos, sapos, tiburones y demás especies deleznables y no aconsejables porque lo igual atrae a lo igual. Los mediocres y falsificadores se ataren entre ellos, se juntan entre ellos y así les va. Ergo, usa tu voz, cántale las cuarenta y tantas al mundo, y déjate de cuentos.

La sirenita nunca perdió su voz, ni la cambió por un par de piernas. Nos han contado muchas mentiras a las mujeres, sobre todo a las mujeres.

“¿Por qué?”

Quizá porque nos querían atontadas, aleladas, estupidizadas y con la pata o la cola quebrada, y la voz silenciada. Una persona sin voz es más fácil de manejar y de manipular que una que tenga una voz poderosa que nunca calla lo qué piensa y que te dice a la cara lo que le pasa por la varita, la corona o la cola de sirena.

Una mujer con voz propia a la fuerza ha de asumir sus propias responsabilidades, y eso a muchas no les ha gustado, tan acostumbradas estaban a que ellos se ocupasen de sus ‘asuntos’.

Toda mujer que se deja de lado en cuanto conoce a un hombre, no es mujer sino malosa-tontosa.

“¿Qué es eso que deja de lado una mujer?”

Sus aficiones, sus ideas, su trabajo, sus amistades, su tiempo…, ella misma, en definitiva, lo que deja de lado. Por consiguiente, cuando la relación termina, ella se queda sin nada de nada, más sola que la una: sin cola ni voz. Lo entregó todo a cambio de nada. A cambio de algo que no estaba en su naturaleza (las piernas), para adentrarse en un destino o mundo que no era el suyo ni le pertenecía ni era donde se podía desarrollar ni mejorar ni evolucionar. Nacemos con unos dones, una luz especial, singular e irrepetible, y debemos honrarla, respetarla, hacerla crecer, desarrollar, potenciar… Nunca ningunear. Nunca cambiar por un mendrugo de pan en forma de ‘compañía, cariño, amistad, consuelo, tapa huecos emocionales, etcétera.

  • Metáfora o Metamensaje:

La voz es sinónimo de la autenticidad. Alguien auténtico se enamorará de un igual, y nunca le pedirá que traicione su integridad. Ergo, si alguien lo hace, mándale a freír monas o lo que sea, y tú, date media vuelta y a nadar los océanos de posibilidad.

Nunca por nada ni por nadie, traiciones tu autenticidad, tu singularidad. No la vendas, ni la cambies, ni la tires, ni la regales, nunca jamás.

Tu voz eres tú.

Tu voz es el alma que eres.

 Canta. Cántale al mundo tu autenticidad.

El amor propio no es otra cosa que el amarse uno a sí mismo, honrarse, respetarse y compartir con el mundo el alma verdadera que una persona humana es más allá de su forma física.

Las mujeres han de dar voz a sus almas para que así Gaia pueda cantar su canción. Las mujeres han de cesar en su queja, han de deponer su tontez de diadema floja y dejar de esconder sus colas, callar sus voces para que, de esta manera, un desteñido y tontorrón príncipe las despose, les haga caso, se enamore de ellas. Nunca más callar la voz. Nunca más dejar de ser quién se es de verdad. Solo la autenticidad es la pareja del amor propio, y el alimento del alma.

Cántale al mundo las cuarenta, la cincuenta y todas las que haga falta, con toda tu singularidad y a pleno amor propio.

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