Dos monjes rezan continuamente, uno está preocupado, el otro sonríe. El primero le pregunta: "¿Cómo es posible que yo viva angustiado y tu feliz, si ambos rezamos el mismo número de horas?". El otro le responde: "es que tú siempre rezas para pedir, en cambio yo solo rezo para dar gracias" (A. Jodorowsky)
Rezar es algo natural en casi todo el mundo. De un modo u otro, todas las religiones han hecho de la oración una parte fundamental en el día a día del practicante, y es lógico que así sea.
Cuando rezamos estamos generando energías de elevada frecuencia por distintos caminos: el primero es por el significado de la propia oración, sólo con pensarlo ya se genera una determinada energía. Si esa oración la pronunciamos con nuestra voz, generamos una frecuencia energética diferente, que los demás son capaces de oír por sus oídos. Y si además sentimos intensamente lo que estamos rezando, generamos la energía más poderosa de todas, la de nuestras emociones y sentimientos, que emana del corazón.
Algunas de las energías que somos capaces de generar al rezar permiten entrar en resonancia con nuestra programación interior, allá donde residen nuestras creencias, siendo un camino históricamente utilizado para “programar” a las personas.
En función del modo en el que recemos, estaremos programando cosas distintas, incluso lo que no deseamos. Cuando rezamos pidiendo a algo o alguien fuera de nosotros mismos, generamos una vibración de necesidad, y será eso lo que atraigamos a nuestras vidas. Además, estaremos programando que nosotros no tenemos el control sobre lo que pasa en nuestra vida, que dependemos de otros, que vivimos de forma reactiva,…
El modo de rezar que nos conduce a programar correctamente pasa por centrarse en la gratitud por el resultado conseguido, con independencia de la forma en la que se alcance dicho resultado.
Debemos estar muy atentos a nuestra forma de rezar, a la forma en que están construidas las frases que decimos durante las oraciones, ya que de eso depende lo que programamos en nuestro subconsciente, y la realidad que generamos.
Ricardo Eiriz
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