Esa especie de euforia amorosa que implica un ritual pre-determinado y que partiendo del principio de que si amamos debemos demostrarlo, tiene su mayor exponente cada año cuando llega San Valentín, y es entonces cuando se nos inunda con cenas, velas, corazones y demás parafernalia comercial que ensalzan el amor romántico y que lo presentan como la única forma de amor, y por tanto de amar.
Desde pequeñas nos enseñan y nos sumergen en un mundo rosa (no es casualidad que el color con el que se identifica a las niñas desde que nacen, sea el rosa igual que el del universo que rodea al amor romántico), con príncipes azules, patéticas historias dulzonas donde las chicas sólo nacen para ser queridas, y happy ends donde las parejas (siempre heterosexuales) terminan superando todas sus dificultades a través del sempiterno “porque el amor lo salva todo”, con un beso que deja el futuro abierto lleno de perdices que comer…
El caso es que esta forma de entender el amor que nos han inoculado, causa más dolor que placer, y al contrario de lo que nos quieren vender, mata más que da la vida. Y lo cierto es que vivirlo de otra manera no es fácil, porque además de que nos educan en él, la campaña publicitaria dura toda la vida (no sólo el día de San Valentín) y con esos patrones es casi imposible adoptar una postura crítica contra el mismo.
Ciertamente, las categorías que definen lo femenino y lo masculino se concretan en roles ocupando espacios sociales diferentes (el privado-doméstico para el primero y el productivo-público para el segundo) y así, bajo esta estructura patriarcal, la vida de las mujeres se ve dominada por los sentimientos. Sentimientos que a ellos desde pequeños les enseñan a dominar: es decir ellos dominan lo que a nosotras nos domina, en este caso, el amor. Una gran diferencia, vital muy a menudo, que hace que la forma de vivir ese amor que nos venden, sea una trampa mortal para las mujeres.
No hay mayor error desde mi punto de vista, que creer que el amor tenga que ser el centro y motor de nuestras vidas. Frases como que “el amor es lo más importante del mundo” y “sin amor no se puede vivir”, lo elevan al pódium de aquello que hay que conseguir sea como sea y sin el cual no somos nada. Esa forma de entender el amor que nos han enseñado, nos lleva a vivirlo de forma que las mujeres somos las que lo damos sin pedir nada a cambio, convirtiéndose así en un tipo de dependencia que asumimos como natural dentro de la sociedad en la que vivimos.
No estoy diciendo, ni mucho menos, que haya que vivir sin amor (aunque por qué no, si alguien lo desea), sino que hay que cambiar el paradigma y dejar de pensar que el amor es lo más importante de nuestras vidas, porque con ello nos sometemos y aceptamos una forma de vivir nuestra vida que nos esclaviza. Hay que reconocer que lo romántico es patriarcal y que a partir de ahí deben construirse relaciones igualitarias de afectividad, tolerantes y respetuosas con otros modelos y desde la libertad. Diseñemos finales felices diferentes, no impuestos y con el único fin de querernos, pero querernos bien.
Comentarios
Tiene tanta razón y ojalá así fuera que no tuviéramos que vivir en pareja y asociarnos con el sexo opuesto, y no sólo por el bien de las mujeres sino también de los hombres. El doctor en psicología Stan Tatkin dice que cuando nos enamoramos, el cerebro actúa realmente como si estuviera incapacitado por drogas. Esto desde luego sólo dura un tiempo corto suficiente muchas veces para cometer tonterías como el de ponernos a vivir juntos o procrear hijos y así enlazarnos prácticamente de por vida, con personas que no conocemos bien, que más adelante no aguantamos, con las que no congeniamos, etc, etc.
Hay dos dichos que oigo decir entre hombres y tal vez ilustren que las únicas desafortunadas en la creación de la pareja, no son sólo las mujeres. El primero es: "Carros y mujeres: dolores y placeres...pero más dolores que placeres." El segundo lo usamos los hombres cuando alguien nos ofrece en venta un carro, remodelamiento de la casa, o algo que tenga que ver con el hogar o hasta con nuestra propia vestimenta; decimos: “Déjeme consultarlo con la leona.” Con lo que queremos decir que alguna vez hemos decidido algo sin consultar primero con “el mando superior” y así nos ha de haber ido que no queremos volver a sentir las consecuencias de cometer ese error.