Esta tarde vi la imagen del Angel de la Independencia lleno de graffitis y la retuiteé escribiendo que pensaba que “hasta para manifestarse hay que tener educación”. Pensaba que una cosa es querer alzar la voz, protestar, manifestarse en contra del gobierno o de lo que sea y que otra distinta es hacerlo violentando monumentos históricos. Pensaba que una cosa no tendría por qué ver con la otra.
Eso pensaba.
Pero después estuve leyendo, en muchas otras notas, las cifras.
Leí que en enero de este año fueron asesinadas 302 mujeres. En febrero 272, en marzo 310 y en abril 315.
Leí que México ocupa el primer lugar en feminicidios en todo Latinoamérica, que el primer cuatrimestre de este año ha sido el más violento en la historia del país para las mujeres y finalmente, leí que cada dos horas y media una mujer es asesinada víctima de la violencia de género.
Y me sentí como un imbécil.
Entre otras cosas, porque soy hombre. Y porque son hombres, como yo, los que están haciendo esas cosas terribles, imperdonables, inimaginables. Soy hombre y, si tú que estás leyendo esto también lo eres, hay algo que tienes que tener claro, hay algo que tenemos que entender todos los hombres:
Tenemos que entender que no importa lo que pensemos, no importa qué tan empáticos queramos ser, no hay manera de que podamos entender lo que toda esta estúpida violencia significa y cómo y qué tanto le afecta a las mujeres.
Desafortunadamente, es muy complicado vivir sin miedo en esta ciudad, como en muchas otras ciudades en nuestro país. En lo personal, ya me ha tocado vivir tres asaltos, uno de ellos un secuestro express ni tan “express” porque duró casi 10 horas. Afortunadamente sobreviví, lo superé y seguí adelante con mi vida, pero fue un evento que sin duda me la cambió para siempre. Desde entonces cuando salgo y manejo por la noche estoy en un estado de alerta constante y, aunque trato que quienes están conmigo no lo noten, hasta cierto punto paranóico. Vivo con miedo a que me asalten y eso es terrible.
Ése es mi miedo: que me asalten otra vez. Pero nunca, jamás, me ha cruzado siquiera por la cabeza el pensar lo que debe ser tener miedo a que me violen, me torturen o me maten por el simple hecho de ser hombre. Nunca.
Tú, que eres hombre, ¿lo has sentido?, te aseguro que no.
“Pregúntale a un hombre cuál sería su mayor miedo si llegara a estar preso en la cárcel y con toda seguridad te dirá que su mayor miedo es a que lo violen.
¿Qué podemos deducir del hecho de que la cárcel es para los hombres lo que la vida misma llega a ser para tantas mujeres?”
- Soraya Chemaly, escritora.
Imagina que tu mayor miedo en la vida te persiguiera todos los días, a todas horas, en todos lados, solo por el hecho de ser hombre.
Piensa en el miedo que deben sentir las mujeres cuando caminan por la calle, en el transporte público o en su auto, ya sea solas o con otras mujeres. Imagina lo que deben sentir cuando van con un grupo de amigas a tomar algo y “galanes” estúpidos piensan que “como son mujeres solas, seguro deben querer ligar o ver quién se las coge”.
Como hombre es imposible poder imaginarse eso, simplemente porque no nos pasa.
Pero piensa también si no es lógico que todo ese miedo que ellas sienten termine convirtiéndose en rabia, en coraje e indignación.
Viéndolo desde esa perspectiva, que al manifestarse “vandalicen” monumentos es quizás lo menos relevante. Que los pinten, los quemen, los tiren, que hagan lo que sea.
Hace poco hablaba con una amiga que me preguntó:
“¿Tú cómo eliges lo que te vas a poner cuando te vistes por las mañanas?”
“No sé”, contesté, “me pongo lo primero que encuentro”
“Bueno, pues para mí es todo un proceso: tengo que elegir la ropa en función de lo que voy a hacer y a quién voy a ver durante el día. Si voy a tener junta con ese cliente que se la pasa mirándonos las tetas, si voy a tener que caminar sola por la calle, si tengo cena en un lugar público, en fin. Todos los días necesito pensar muy bien lo que me voy a poner para no llamar demasiado la atención de la forma equivocada. Me gustaría poder vestirme como se me pegue la regalada gana pero desafortunadamente, no puedo”.
Esa reflexión tan sencilla me hizo entender muchas cosas. Si tan solo para elegir cómo vestirse las mujeres lo tienen tan complicado, no puedo imaginarme lo que debe ser para ellas saber que tienen que andar solas por la calle con miedo a ser violentadas, ya no hablemos siquiera de un abuso sexual o un asesinato, sino de simples gritos y bromas estúpidas que como hombres nos parecen “cagadas”.
Es increíble lo que está pasando. Y es más increíble aun que miles de mujeres tengan que salir a las calles a manifestarse, de la forma que sea, para alzar la voz en contra de algo que simplemente no debería suceder, algo que no debería existir de ninguna manera.
Y no se trata de que hagamos conciencia porque le podría pasar a “tu mamá, tu novia, tu hermana o tu hija”, no. Se trata de que no le debería suceder a ninguna mujer, la conozcas o no, la quieras o no. A ninguna. Todas y cada una de ellas valen e importan lo mismo. Todas merecen poder vivir libremente su vida de la forma que mejor les parezca, vestirse para ir a trabajar como se les pegue la gana, salir y volver a casa cuando se les pegue la gana y no tener que vivir amenazadas ni aterradas por idiotas neandertales, animales a los que les resulta fácil violentarlas solo porque sí.
Sí, hoy me sentí un estúpido porque mi primera reacción al ver el Ángel de la Independencia graffiteado fue pensar que “no deberían hacer eso”, pero me doy cuenta de que no tenía ni la menor idea de lo que estaba pensando. Como hombres, al menos yo, pienso que no tenemos derecho a juzgar ni a cuestionar lo que hacen todas esas mujeres que han llegado a un estado de temor y hartazgo tales que las llevan a manifestarse de esa manera para ver si alguien hace algo de una puta vez. No tenemos derecho, entre otras cosas porque no hay manera de que podamos sentir lo que sienten.
Lo que tenemos que hacer es apoyarlas a todas. Indignarnos tanto como ellas. Alzar la voz como lo hacen ellas. Hartarnos, como están hartas ellas.
Y si para que esto deje de suceder hay que graffitear o tirar todos los monumentos que existen, cerrar todas las calles de la ciudad, tirarle diamantina en la cara a todo el mundo o lo que sea necesario, que se haga. No es lo ideal, pero una vida, la que sea, el que todas ellas puedan sentirse seguras, vale mucho más que todos nuestros monumentos juntos.
Aunque sé que de poco vale, yo por lo pronto les pido una disculpa por no entender del todo lo que sienten.
Ciudad de México.
Agosto 18, 2019.
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