Desde el mes de febrero nos hemos enfrentado, no sólo a la pandemia, sino a la incertidumbre. El ambiente empezó a llenarse de mensajes confusos sobre lo que debíamos o no hacer para evitar el contagio, y de otros que anunciaban 20 días de cuarentena encerrados en casa; no, un mes de estar guardados…mejor no, tres, cuatro, seis, ocho meses en los que el semáforo epidemiológico ha cambiado de colores como el arcoíris, porque, a ciencia cierta, nadie sabe cuándo volveremos a la normalidad; no a la “nueva normalidad”, sencillamente, a la normalidad.
Parece entonces que el panorama es negro, sin embargo, no hay crisis de la que no se pueda aprender. Históricamente, los mexicanos no somos amantes de la incertidumbre y hoy tenemos que convivir con ella a diario.
Geer Hofstede, psicólogo social, realizó encuestas, en el año de 1980, a los empleados de IBM de 40 países para definir los rasgos de la cultura organizacional en cada lugar a partir de 6 dimensiones: distancia jerárquica, nivel de individualismo, masculinidad, aversión a la incertidumbre, orientación al largo plazo y nivel de indulgencia. Todas estas dimensiones se plantean de manera que se revisen también los opuestos: nivel de colectividad, femineidad, tolerancia a la incertidumbre, etcétera.
Me gustaría centrarme en tres de esas dimensiones, para analizar cómo nuestros rasgos culturales impactan en la forma de afrontar conflictos como el que ahora vivimos.
Hasta antes de la llegada de los millenials, lo mejor que nos podía pasar en la vida era encontrar un trabajo estable en donde permanecer los siguientes treinta años, para jubilarnos con un salario decoroso; de ahí que fueran tan perseguidas las “plazas base” en las dependencias gubernamentales. No aspirábamos a grandes cantidades de dinero, pero sí, a un sueldo seguro. Todavía un porcentaje importante de la población mexicana (aproximadamente 58 millones de personas) es mayor de treinta años, por lo que se tiene aún arraigada esa idea.
No nos gusta la incertidumbre, por eso hay resistencia frente al emprendedurismo. Muchos egresados de universidades de todo el país (aun siendo millenials y ya casi centennials), prefieren ser empleados porque el riesgo de invertir en un negocio que puede fracasar, incomoda. Eso nos da una idea de lo fuerte que ha sido para todos no saber cuándo volverá todo a la normalidad.
En cuanto al largo plazo versus el corto plazo, también es claro que preferimos, muchas veces, asegurar el hoy y no el mañana. Una prueba es la falta de cultura del ahorro y el bajo porcentaje de la población que acostumbra comprar seguros (de desempleo, de gastos médicos, de vida…). De los 4 millones de empresas abiertas en México, según datos del 2014, el 97.4% son microempresas y una de sus grandes debilidades es la falta de planeación estratégica. Por supuesto que si vivimos al día, una contingencia como ésta, nos golpea muy duro.
En lo que a indulgencia se refiere, México tiene una tasa muy alta; es decir, que disfrutar de la vida es importante para nosotros, convivir con la familia y pasarla bien con los amigos; incluso, por encima del deber. Eso es positivo en cuanto a que nuestra tasa de suicidios no es tan elevada como en otros países, pero nos cuesta más esfuerzo que a otros, quedarnos encerrados en casa.
El modelo de Hofstede no sólo está hecho para medir empresas, sino naciones. El resultado es que bajo circunstancias de confinamiento mostramos baja tolerancia a la incertidumbre, no tenemos ahorros para sobrevivir si dejamos de trabajar algunos meses y no seguimos instrucciones en cuanto a quedarnos en casa.
Es claro que estos temas son controversiales y que podemos hablar de un contexto social, político y económico que no ayuda en estas circunstancias, pero conocernos mejor nos acerca a un estado de conciencia que nos facilita efectuar los cambios requeridos para aprender a vivir encerrados, en incertidumbre y sin convivir con otros como quisiéramos, al menos mientras pasa la tormenta.
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