En esta temporada de fin de año muchas familias capitalinas optan por permanecer en la ciudad, que se vuelve más amable y habitable, sin tanto estrés y ruido; incluso, propicia para el descanso y el paseo. Sin embargo, no son pocas las que esperan ansiosamente el banderazo de salida a vacaciones para partir a paso veloz hacia diversas playas y otros centros turísticos.
En este ocasión, a pesar de la crisis económica se volvió a registrar un alud de viajeros hacia diferentes puntos de la república desde los primeros días de asueto, lo cual me lleva a una reflexión sobre la seguridad pública de los destinos turísticos.
Ahí está, por ejemplo, el estado de Guerrero, que nos ofrece lo mismo la belleza de su tradicional bahía de Acapulco que sitios igualmente atractivos como Zihuatanejo, con espléndido clima y bellísimos paisajes, además de comida deliciosa. Parajes paradisiacos, perfectos para vacacionar... si no fuera por la inseguridad que se vive en la entidad.
Semana a semana, mes tras mes, nos hemos enterado a lo largo de 2015 de que a lo largo y ancho de las tierras guerrerenses se hace presente la violencia, de la cual no escapan Acapulco ni los demás centros turísticos. Tan solo en los tiempos más recientes supimos que en la conocidísima avenida costera –paseo indispensable de los vacacionistas– se suscitan ajustes de cuentas entre mafias que se pelean el mercado de las drogas, muchas veces con saldos cruentos.
De acuerdo con información periodística, las cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública indican que Guerrero posee la tasa más alta de homicidios en el país: 51.2 por cada 100 000 habitantes. Esto rebasa con mucho el promedio nacional, que es de 12.8 homicidios por cada 100 000 habitantes.
Además, los conflictos sociales que vive la entidad dan pie con frecuencia a la toma de casetas o al bloqueo de tramos carreteros, con lo que salir o llegar a los lugares de descanso se convierte en toda una pesadilla para los viajeros. Y no hablemos de los enfrentamientos que se registran en poblaciones importantes, donde contingentes de hombres armados realizan incursiones para confrontar a otros, lo que suscita balaceras de un momento a otro, con la explicable angustia y riesgo de los habitantes en medio de esa violenta confrontación.
Un hecho que merece destacarse es el anuncio que hizo la Secretaría de Gobernación apenas hace unas cuantas semanas de que instrumentaría un operativo para combatir la criminalidad imperante en ese estado y sus ciudades y poblados más importantes. Por desgracia, hasta ahora no ha habido los resultados esperados de esa medida, que partió de la exigencia de los empresarios de la industria turística que debido a la inseguridad imperante han visto mermado el flujo de turistas nacionales, y todavía más, de aquellos provenientes del exterior.
Es hora, pues, de tomar medidas contundentes para dar más y mejores resultados. Es decir, para garantizar la seguridad a que tiene derecho todo ciudadano, ya sea que resida en esa región o bien que decida pasar ahí sus días de asueto.
Desde luego, cualquier plan o programa que busque combatir la delincuencia tiene que considerar un punto básico: apuntalar el desarrollo económico de la zona, asunto esencial para incidir en la disminución de la delincuencia, la pobreza y el desempleo.
A la par, no se debe dejar de lado el rubro de la cultura y el deporte, así como la permanencia de los espacios públicos para la convivencia que, como bien sabemos, son decisivos e influyen positivamente en la cohesión social, la solidaridad y la paz social.
Así las cosas. Por lo pronto, quiero conservar la esperanza y hago votos por que el 2016 nos permita encontrar el camino hacia un país con mayor paz, solidaridad y progreso para beneficio de todas y todos los mexicanos. Feliz año nuevo, lectoras y lectores.
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